martes, noviembre 29, 2005

Taller de Periodismo y Literatura de La Rocka

El taller impartido por José de la Paz, tristemente, ha llegado a su fin.

Los que sí terminamos


Hubo entrega de reconocimientos por parte de La Rocka.
Reconocimiento otorgado por el Periodico La Rocka a los participante del taller

Preparé una galería de fotos del evento final y de algunas otras reuniones allá, en el gargantúas. Espero les gusten.

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Y NOS VEMOS EL DÍA 9 DE DICIEMBRE EN EL GARGANTÚAS PARA LA LECTURAY LA TOCADA DE PLAYA SOFT (que bien que va!)


En silencio

Siempre callado, de finos labios; solo se mueven para atrapar el cigarro, liberar el humo, comer, beber. Le dicen el alemán debido a su color de ojos, azules; su muy clara piel, como la leche; el cabello castaño, a pesar de las muchas canas, además de su 1.90 de estatura. Yo soy su único amigo, dicen. Nunca mas ha vuelto a hablar con nadie.

Sus manos siempre abiertas, amenazadoras, grandes, peligrosas. Se sienta al borde de la litera inferior encorvado; a veces por horas. Al final de sus meditaciones se lleva las manos a su cadavérico rostro, mientras el resto nos quedamos en silencio.

Lleva aquí mucho tiempo. Un día, antes de llegar yo, le preguntaron cuánto le quedaba. Estaba sentado en su litera; alzó la cabeza de entre las manos, enarcó las cejas, miró furioso mientras se apoyaba en las piernas para ponerse de pié, pero cuando se terminó de parar ya todos habían corrido. Eso dicen. Sospecho le queda un buen rato aquí dentro

Tiene una familia pero nunca lo ven. El guardia del comedor nos contó lo que se dice de él. Puras mentiras, ahora lo se. Antes iba a con el psicólogo, pero lo dejó. Ahora va cada semana al taller de carpintería. Él nunca habla, nomás escucha, nomás mira. Hay mucha gente extraña aquí, dicen; pero como el alemán nomás está el alemán.

Una vez, mientas esperaba poder bajarme de la litera, estando en silencio para no interrumpirlo, se levantó y me miró; se dio cuenta de mi nerviosismo, así que empezó a hablar. Me contó de cuando esperó a su socio, porque le estaba robando; cómo lo agarro por el cuello mientras le reclamaba, luego cómo encontró el dinero, en el portafolio de aquél, invertido en un buen negocio, me contó de todo lo que por su mente pasó en aquel momento, cómo permaneció sentado varias horas frente al cadáver, para luego llevarse las manos a la cara, cómo se entregó, cómo su familia lo abandonó, dejándolo aquí sin saber nada de ellos, y muchas otras cosas. Siguió sin detenerse por mas de cuatro horas. Nunca le pregunté nada, se agarró hablando y yo nomás escuché. No ha vuelto a hablar desde entonces.

martes, noviembre 22, 2005

Condenación

He dejado de sentir asco, aunque aún me tiembla un poco la mano. Cuando salpicó estaba tibio, y es que aquí afuera hace un buen de frío. Poco a poco, estoy seguro, iré olvidando; como Juancho, que se echaba hasta dos por semana y dormía como perro de gallinero. No te le pegues tanto que te va a... te dije, me dijo. Lo hecho, hecho está.

Si pudiera elegir otra vez diría que no, que no le entro, es muy difícil, incluso cuando ya está hecho. La vida la da el Señor y Él debe saber cuándo la quita le dije al jefe, pero no me hizo caso. Juancho fue el que me convenció, me escuchó y al final acepte la posibilidad de ser un instrumento de Dios, pero ahora me doy cuenta que era mentira. Estoy lleno de culpa, de pecado. Estoy condenado.

Qué fácil era haberle metido unos chingazos para ver si se animaba a soltar la lengua, como al cuate ese que me lo madrié la semana pasada y que siempre si tenía para pagar. Mientras fuera tortura si me animo, eso es lo mío; pero no le bastaba al jefe, tu ya estas bueno para otras chambitas de más importancia, Ramón, déjale eso a los chamaquitos que van empezando para que agarren callo. No me dejo echarme para atrás. Total hay que ir superándose, ir subiendo de puesto, dejar de ser el mensajero y empezar a ser el verdugo. Ya se te acabó el plazo, güerito, ya nomás tenías hasta hoy ¿juntaste la lana o siempre qué? Comúnmente eligen el siempre qué, Ramón; entonces te los llevas para un camino de rancho y les das en su madre, pero les dices una chingadera antes de meterles el plomo en la chompa, como yo que les digo salúdame al chamuco, nomás no les vayas a decir algo religioso porque quedas como maricón con el jefe.

Yo todavía esperaba que este cabrón aquí tirado si trajera lana, pero el cuate andaba bien enrreatado con medio mundo, quién fregados, en sus cinco, le iba a soltar. Chinga, yo le prestaba nomás para no tener que enfierrarlo, pero es de los que no paga, si no lo sabré yo. Apenas ayer le decía al jefe para qué los mata si los muertos ya no regresan lana y me contestó muy encabritado no lo hago para que ellos paguen, sino para que los que aún quedan vivos se preocupen por pagar a tiempo, si no ya saben cómo les va a ir. Y todavía hay pelados que vienen a besarle las patas a este hijo de la chingada; hasta se atreven a decirle es un santo don Melchor, nadie me prestaba pero usted si, Dios lo premie. Por eso se los truenan, por agachones.

Nos habla y dice llévate a la familia, Juancho. Este cabrón ha de tener la lana bien clavada, que vea que no estoy jugando, si en verdad no tiene pues que Ramón se los despache a todos, para que vaya aprendiendo, aunque me huelo que vas a terminar haciendo tu el jale, Juancho, porque hay como lo ves en la primera se vomita. Luego le hace con el dedo al Juancho a que se arrime y como si yo no escuchara todo lo que dijeron me sonríe el pinche jefe antes de largarnos.

No, si ya se que no tiene, pero no le puedo disparar a la vieja así nomás porque sí, pero si no me la echo yo, se la echa el Juancho, y ya se lo que hace con las viejas antes de tronárselas, prefiero darle un tiro aquí, así, rapidito, pero no se calla mi ella ni él. Juancho le pega al wey y esta chilla con más ganas hasta que escucha la voz quedita de Juancho y veo cómo la mira, con ganas de echársela., ¿no tenían un hijo? Le dice mientras le agarra el cabello y se lo enreda entre los dedos para estirarla y mirarle la cara toda manchada de tierra y lagrimas. Me da lastima pero encuentro una cosa muy llamativa en sus ojos húmedos, este wey se clavó en ellos, ya le trae ganas. Amartillo el gatillo para distraerlo y continúa donde se quedó, si no te callas lo busco luego de acabar aquí, así que calmadito, güero y cooperando. Por fin se calmo la mujer, ya bajó la mirada, ahora si le puedo disparar a gusto. Ahí va, que dios me perdone. Espérate, Ramón, no dispares. Si lo escucho pero me vale. Sale la bala y antes de que el tronido acabe se va de lado y cae con la cara al suelo. El cabello empapado le cubre el rostro. Dios, escúchame, no tuve opción.

Ya te dijeron güero que te calmaras, pero no se puede calmar viendo a su mujer como un trapo ahí con la frente en las piedras. Para que veas que somos buena gente te damos chanza ¿tienes para pagar? ¿no? Échatelo me dice Juancho y yo aún nervioso le pego la pistola en la cien mientras me Juancho habla con una voz que se escucha bien lejos, no te le pegues tanto que te va a... te dije.

Un tiro mal dado y cae gritando con la quijada rota y el ojo fuera de su sitio. Grita muy fuerte el perro. ¿Ahora qué hago, Juancho? Tírale otra vez para que ya se calle. Le tiro dos veces más, una de ellas en el pecho. Ya que se calla me pide el arma pero hago como que no lo escucho, en verdad no lo escucho y el no insiste. Se le queda viendo a los cuerpos, viendo los charcos negros. Tu sabias que la vieja era al último, Ramón. ¿Si sabias, verdad? No, tu dijiste que me la chingara; me hago el que no entiende nada, el se cansa de esperar la pistola y se va.

Ya no me tiembla la mano y la sangre ya se siente helada. Me limpio con un trapo mientras pienso en lo que acabo de hacer. Después de todo no fue tan difícil meterle plomo a este gorrón, ahora que lo pienso bien. Ya hasta le estoy agarrando coraje, se clavó veinte mil pesos el muy listo y ni tenía cómo responder por ellos. Que hijo de su madre. Vio a su vieja morirse y siguió ahí agachando el cuerno, pinche maricón. Toma estos dos más, cabrón, para que no te reconozca ni tu puta madre ahora que te encuentren. Déjame que lo patee, Juancho, si ya está muerto. Me vale madre la sangre, el carro lo lavamos y ya. ¿No te importó tu vieja? Nomás que le dispare una más en los huevos y nos vamos, párate no me jales. ¿Eso valía su vida? Está bueno, ya. Vámonos de aquí. No tarda en arrimarse alguien. Oye, Juancho ¿de veras me hubieras tronado a mí si no me aviento con estos dos? Y se ríe el muy cabrón y dice yo sabía que no me ibas a quedar mal, pero si, si te hubiera tenido que borrar. Me quedo en silencio, él cree que me asustó, pero yo ya sabía. Por algo Juancho no tiene cuates. Volteo y le digo vamos a mocharle un dedo a la vieja del de los elotes para que se anime a ir juntándole. Se lo dejamos como mensajito de los tres días, me vale si no los junta, sirve que uso la frase que había pensado y no usé con el güero, me cae de madres que le voy a agarrar gusto a esto.


martes, noviembre 15, 2005

Cuando lo veo pienso esta frase


Ese cerro de la silla, coqueto y atractivo, se regala solito a quien lo mira. Le gusta viajar, se prende de un recuerdo, se hace polizón de las memorias. Se convierte en horizonte y ancla de nuestros corazones cuando partimos del terruño. Se vuelve estampa, se encariña y se hace adoptar por extraños y visitantes.

Ese cerro de la silla que me vio nacer, que me cuidaba asomándose por la ventana del kinder y cuando daba vueltas en aquél pequeño carrusel; me daba los buenos días y miraba a mi papá hacer locuras en las enormes ventanas de mi primer memoria; que me acompañaba allá en la distancia mientras con los cuates me comía unas tostadas en la tienda de doña Mary; que ha engalanado cada una de mis tardes de romance al lado de Milena en cada plaza, al regreso de cada noche de cine; al que le gusta mirarnos cuando nos sentamos a leer en una banca y sonríe al ver una cámara fotográfica. Ese cerro de la silla, increíblemente, cuando lo veo desde Cadereyta no siento que me de la espalda.

Y ese cerro de la silla que es tan mío como de los coterráneos, es tuyo si lo miras parado en sus faldas o sobre el cerro del obispado. Allá del otro lado de la Loma Larga se mira igual de bonito. Pero definitivamente no hay nada mejor que venir en carretera y verlo surgir al fondo; eso es señal de que estás en casa. Conforme vas notando su cara te das cuenta que ya te esperaba.

miércoles, noviembre 09, 2005

La sangre fría

¡Ah, es que aquello fue un crimen muy famoso, muy comentado! Hasta vinieron aquella vez los de la tele y me preguntaron. No pos yo ni supe qué decir. Cuando le ponen a una la cámara en la cara pues se le olvida hasta como se llama; todo se va en estar pensando si se verá bien y si lo irán a ver los compadres.

Pero aquello fue muy feo, nadie se imaginaba que fuera a pasar. Nos sorprendió la sangre fría con la que el asesino había actuado. Si tan tranquilo que había sido siempre el barrio. Ese día, cuando encontraron el cuerpo de Juanito, el hijo de doña Silvia, todos nos quedamos bien espantados. Si tan bueno que parecía ser, pero así piensa uno de los pobres chamaquitos que tiene papás mendigos.

Luego luego pensaron que se había tratado de un viejo cochino, de esos que encueran niños y después les hacen cosas feas para terminar aventando los cadáveres al monte. Pues cómo no imaginarse eso, si a Juanito lo encontraron en el baldío de la esquina, entre los matorrales, bien sucio, hasta sin zapatos.

Como tres días la policía anduvo buscando al asesino, o los zapatos; a ver que salía primero. Hasta fueron a la escuela primaria para ver si alguien sabía algo. Pues no les va diciendo a los policías Pablo, un niño que ni amigo era de Juanito, que él había visto al vago que duerme debajo del puente ahí por donde encontraron el cuerpo. Pues la policía le creyó, y se fueron detrás del viejo ese que vivía en el río, abajo del puente.

Nombre, si a la semana tuvieron que soltarlo, no le pudieron comprobar nada. Los más afectados por eso fueron los papás del pobre niño. No había a quién castigar por el homicidio y ya llevaban 10 días sobre lo mismo. Llore y llore a la hora de la misa, pero bien que se aventaba sus gritotes fuera de la iglesia. ¡Hay, la venganza, como es! Si bien dicen que es un veneno, que mata el alma.

Pero no acabó ahí todo, ¡que va! El vagabundo le dijo algo a la policía y lo siguieron como una pista. Si ya lo habían dicho unos amigos de Juanito, en la primaria, pero a los niños que dicen cosas así pues quién les cree. Dijo el viejo ese que en la noche que pasó por ahí vio a un muchachito en la calle, muy tarde para andar despierto. Y que al verlo, pos se espantó y corrió como alma que se la lleva el viento.

Pos donde iba uno a creer que un niño fuera capaz de matar a otro, no, que va. El asesino debía ser un sujeto con mucha sangre fría, con antecedentes, un enfermo, un depravado sexual o algo así; pero un niño no podía ser. Pues es lo que tenían diciéndole los amiguitos de Juanito a la maestra ya días. Ella nomás les decía que no dijeran eso, porque iban a mortificar a la mamá. “Ya agarrado a aquél pelado”. Todo mundo pensó que había acabado el cuento, pero cuando lo soltaron pues los niños siguieron con lo mismo. “Pablo y Juanito se habían peleado el día anterior”, decían todos.

Y pues decidieron que había que ir a la casa de Pablo a comprobar las habladas. Y si, si se habían peleado, había un testigo, mamá de un compañero de Pablo. La única forma de relacionarlo era que tuviera los zapatos de la victima, porque arma no creían que hubiera. Así, rápido, sacaron que tenía que haber muerto de un buen golpe en el cráneo, dado con una piedra, y pues donde lo hallaron había muchas, así que no se investigó si alguna tenía huellas digitales. El occiso había salido a la papelería por la tarde y no regresó; la mamá supuso que estaba en su cuarto haciendo tarea. El cuerpo tuvo que haber sido llevado por la noche hasta aquél baldío, porque de día cualquiera lo hubiera visto y eso no sucedió.

Pablo, por su parte, que no iba en el mismo salón de clases que Juanito, ni enterado estaba de lo que decían de él. La pelea que habían tenido un día antes era cosa de niños, pensaban los adultos. Además de que Pablo era un niño muy serio, tenía muy pocos amigos y jamás se andaba metiendo en problemas. Ellos dos apenas y coincidían en algo, aunque recientemente había llegado Juanito a convivir mucho con algunos amigos de Pablo y a veces iba a casa de uno de ellos, de Luis, donde todos se reunían por las tardes, después de comer.

Cuando llegaron los agentes a casa de Pablo y hablaron con los papás de éste, los hicieron pasar para que buscaran los zapatos, pero no encontraron nada. Luego le hicieron preguntas a los papás y al niño por separado. Todos coincidían en que éste regresó a casa después de la pelea y no salió por el resto del día. Le contó a su mamá del problema que tuvo con el niño asesinado, a quien todos en la familia lo tenían por un abusivo. No era la primera vez que molestaba a su hijo, y se aprovechaba de ser un año mayor. La mamá de Pablo hasta lo había castigado por pelearse, pues había maltratado mucho sus tenis nuevos. El tal Juanito hasta le había quitado dinero en una ocasión anterior y fueron a hablar con sus padres, quienes eran gente muy extraña y también tenían fama de conflictivos, pero éstos se negaron a devolver nada diciendo que le enseñaran a su hijo a defenderse.

Pues más difícil se presentaba la situación. Estaban llegando a un callejón sin salida en la investigación. A no ser que encontraran algo nuevo no iba a haber para más. La indignación de todo mundo se hizo notar, andaban pesadas las cosas en aquellos días. Parecía que dieran toque de queda y se recogía la gente y las criaturas temprano en sus casas. “Cuídate de los extraños”, “no hables con nadie en la calle”, y un sin fin de recomendaciones se les daba a los menores esos días.

Todo el barrio tomó cartas en el asunto, por las noches había patrullaje vecinal para ver si el asesino no andaba al asecho de nuevas victimas. En más de una ocasión y en menos de tres noches se dieron falsas alarmas, en una de ellas se trataba del velador de la colonia y las demás eran muchachos estudiantes que trabajaban turnos complicados y salían de madrugada. Aún así no se dejó de sospechar de esa gente.

Fue entonces que encontraron unos tenis colgados de un cable de luz, pensaron que podía tratarse de los desaparecidos. Un vecino fue el que se dio cuenta de que no llevaban mucho tiempo. Antes de oscurecer trajeron un camión con canastilla, de esos de la comisión, para poder bajarlos y ver si encontraban huellas digitales. La mamá de la victima los reconoció como los tenis que llevaba su hijo el día de su desaparición. Inmediatamente se dieron cuenta todos que los tenis estaban en muy buen estado, así que debían haberlos colgado apenas uno o dos días atrás. Nuevamente el asesino actuaba frente a sus narices y nadie podía pescarlo. Detrás del camión se iba la policía con la evidencia. Ahora si iban a saber quien fue el despiadado asesino. Se le ocurrió a uno de los presentes decir que podía estar ahí mismo, entre ellos, como en las películas. Ese comentario fue una bomba, nadie rió, ni la menor mueca se dejó ver en sus caras, todos pelaron nomás los ojos y se fueron viendo uno por uno lentamente. Agarraron para su casa despacito y la calle se convirtió en un desierto toda esa noche.

A la mañana siguiente se presentó el culpable ante los agentes que investigaban el caso, tuvo miedo de que vieran que las huellas digitales de los zapatos eran mayormente de él, había confesado a sus padres lo que había hecho. Tuvo miedo que se dieran cuenta que los tenis colgados ahí eran los que le habían comprado aquél día. Ese había sido el motivo del pleito, llevó sus tenis, aún en la caja de la zapatería, para presumirlos a casa de su amigo Luis, donde se reunían a diario. Al mismo tiempo llegaba Juanito, vio que llevaba una caja y se la quitó, sacó los tenis y al ver que eran iguales a los suyos, se los arrojó a un cable de luz y quedaron amarrados ahí. Lo agredió enojado por lo que había hecho, pero Juanito era más grande y no pudo hacerle nada. En eso salió la mamá de Luis y los corrió de ahí por peleoneros.

Fue cuando pensó en vengarse, siguió a Juanito rumbo a su casa y cuando pasaban por el baldío, tomo una piedra y lo golpeó en la cabeza, lo tumbó de ese solo golpe, estaba muerto. Lo arrastró hasta un montón de basura que había en el baldío y lo cubrió lo mejor posible. En la noche salió de su casa sin que nadie lo notara, regresó hasta donde estaba el cuerpo para dejarlo más a la vista, para que lo encontraran fácilmente. Lo más sorprendente fue saber de la sangre fría con la que había actuado Pablo durante todos esos días. Los zapatos de Juanito los trajo puestos mientras todo mundo los buscaba.