viernes, septiembre 23, 2005

No soy

En éste mundo de Dios, el diablo juega a tentarnos. Yo no se qué clase de convenio se firmó, pero seguro estamos en cada cláusula. En éste mundo, donde para vivir hay que apalear excremento, parece que floto sobre él; pareciera también no importarme sobre qué persona hundida estoy pisando. En este mundo de enfermedades, soy una plaga yo y todos los que se me parecen o actúan igual. Somos como un virus, nadie quiere tenerlo pero el mundo lleva años enfermo.

En este mudo corpóreo, me desdoblo y tengo raíces que viajan por tantas ventanas como arenas, hacia reinos que no existen. En éste único mundo tengo boleto de ida y vuelta al carajo cada día terciado, aunque eso signifique veinte veces menos de las veces que quisiera largarme de aquí. En un mundo de plástico soy el mar que se consume en la basura de la sociedad y no puedo gritar de dolor, tan solo ser un azote mientas esperan que tropicalice mi temperamento.

En un mundo feliz, soy el que no encaja y prefiere la orca antes de aceptar tan cruel destino y piensa que la condenación no existe pues ha visto el infierno en la tierra. En un mundo tranquilo, soy el guasón que ríe hasta que le duele la cara y la gente tiene asco. No hago favores pero si desaires y como sé que la música aún no acabará, no suelto a la pareja, que no le importa que no sepa bailar mientras siga mirando al horizonte, aunque sepamos que no está sobre nuestras cabezas.

En un mundo de excesos soy siete pecados capitales, soy dos veces el mismo en ocasiones, y hasta me pavoneo de eso. Soy cada palabra que me guardo porque no te importa y no quiero que lo sepas y soy aún más. Soy el terror que aletea en la noche y jamás dejaré de ser solo una buena persona. No me paro en las sombras, pero los reflectores en las caras de la gente me atemorizan. No soy mediocre, me subestiman. Y sé que no soy valiente cuando me escondo detrás del fuego. Soy de luz y trasparente pero de nada sirve, el mundo es ciego, todos tropiezan hasta sangrar. Soy una pieza del rompecabezas de Dios que no tiene lugar y me envenena pensar que en algún lugar debo entrar, pero a fuerza.

Ya no soy yo, el que mis padres hicieron, el que planearon. Soy el que se construyó enteramente nuevo, pero me quedo el ADN de recuerdo. Ya no soy el que estudió en esa secundaria, pero sigo siendo el que salía a romper caras, aunque ya a nadie le importe.Ya no soy sobrino, me extirpé del árbol familiar y me he ido a tierras nuevas a emprender mi propia dinastía. El demonio que habitaba en mi interior tiene full access de mi ser y yo ahora soy solo un pasajero de mi. Tan seguro estoy de no ser yo ahora, que sé bien que no volveré a ser yo mañana. Me agrada tanto reinventarme, y las actualizaciones las bajo de la realidad, que es más abstracta que la red.

Ahora me conocen, ahora me vuelvo opaco y me revelo ante sus sentidos, lo que hagan de aquí en delante, ya sea atacarme, ignorarme o amarme, me dará existencia, y entonces, habré ganado. Con todo y esto, me verán con mascara, tan sutil que creerán sólo verme a mí.

jueves, septiembre 22, 2005

Héroe de mil batallas

El comando azul se prepara, hace los últimos arreglos. Con arma en mano y el temor oculto en un oscuro rincón de sus corazones. El líder azul, héroe de mil batallas, da las últimas indicaciones a sus hombres, quienes no le quitan la mirada de encima. Algunos de ellos saben que no llegarán al final de la contienda, pero están tranquilos porque mientras estén en manos de su comandante, serán ellos quienes logren la victoria.

Sus oponentes, el equipo rojo, están enterados del inminente ataque. Esperan que se desate el infierno en la tierra. Su líder ha sido, en muchos asaltos, compañero del azul, ha estado a su lado en las más violentas escenas de valor y heroísmo y ha sido su brazo derecho en innumerables ocasiones. Ahora, rebelde y traidor, ha encabezado el movimiento de ataque con sus propios hombres. Está frente a frente contra su maestro y no teme. En esta ocasión el destino les tiene preparado una memorable lucha.

El momento de iniciar estaba próximo. Sólo era cosa de que uno de los bandos iniciara el ataque para que el contrario respondiera inmediatamente. Una de las reglas del combate es “dejar que el oponente haga la primer jugada”. Con eso en mente y la misma escuela en ambos lideres, nadie daba el primer paso. Fue la presión sobre los hombres, que se encaminaban a su destino final, lo que inició las agresiones sin esperar una orden de fuego.

Allá van los soldados al campo de batalla. Ya caían los primeros hombres. Jugada sorpresa: los enemigos sólo eran unos cuantos y custodiaban una base falsa. Movilización. “Cuiden sus espaldas” era la orden que se escuchaba entre los asustados soldados del equipo azul, que no dejaban de sentirse como acorralados ratones, ante el gato que asechaba en las sombras. Retirada de emergencia. Nuevo ataque sorpresa por el flanco derecho. Bajas considerables. Movimiento maestro: jamás practicado, jamás esperado.

Control de la situación al concluir retirada. Conteo de bajas. Se analizan las posibilidades. En la mente de cada hombre se ilustra la imagen de lo que vendrá. Otra regla de guerra es “tener el control de la batalla en todo momento”, lo que ya se había perdido. El enemigo, el renegado y sus hombres, llevaban la ventaja hasta ahora.

No iba a esperar más el siguiente asalto. Así que se jugaría el pellejo y la integridad del mermado escuadrón. Con sigilo avanzarían hasta la puerta de la guarida enemiga y ahí Dios decidiría de quién iba a ser la victoria.

Cautela. Cuidado con las sombras. Cuidado al voltear. La gloria no sería para los que perdieran la concentración. ¡Alto!. Demasiado silencio. Una de las estrategias es esa, el silencio, ya que desconcierta. La orden es “todos atentos”. Rodilla al suelo y arma lista. Esperar una señal. Ahí estaba, un crujido al frente. ¡Ataquen!.

Buen movimiento, resultó en cero bajas, dos rehenes que cuidaban un pequeño bunker con armas de repuesto y que revelaron información importante. El equipo contrario planeaba el ataque por otro punto, a sus espaldas; luego, rodearían y atacarían por éste lado. Valiosa información siempre que fuera verdadera. Se toman todas las precauciones, se revisa el arsenal obtenido, se dan las últimas órdenes.

Ataque sorpresa rojo, todo fue una trampa. Habían caído en una preparadísima emboscada. En vano pelear, la derrota era un hecho. Al final eran pocos los hombres en pié por cada bando. Lo siguiente era declarar la rendición y no se hizo esperar. El líder azul, héroe de mil batallas, se entregaba. Se dirige al centro del campo a ofrecer la mano a su mejor amigo, el nuevo héroe de la tarde.

No había rencores. Todo era felicidad por una tarde bien gastada. Mañana jugarían nuevamente a la guerra con globos de agua y tal vez, al hacer nuevos equipos, ellos estarían nuevamente codo a codo, aunque fuera otro quien guiara el asalto.

lunes, septiembre 19, 2005

Las Galletas

Empezaré por el principio.

Un día mi mamá decidió hacer galletas para darle a mi papá una rica merienda, no recuerdo bien, pero creo que era un día especial, porque mi mamá jamás antes había hecho galletas.

Salimos al mercado a comprar todos los ingredientes de la receta que encontró en el libro de la abuela. Recuerdo que había harina, leche, huevos y chispas de chocolate, entre otras cosas. Fue muy divertido ayudarle a hacer bolitas de la masa que sabía a azúcar y vainilla cuando estaban revueltos todos los ingredientes.

También me llamó la atención que todo lo fue midiendo. Una taza de esto, dos cucharadas de aquello, dos huevos, media barra de mantequilla y otro montón de cosas que las ponía en gotas o en puñitos, como la vainilla y el chocolate.

También le ayude a acomodar las bolitas en una charola, recuerdo bien que me dijo:

-No tan juntas porque se van a pegar. En el horno van a crecer un poco.

¡Y así fue! Después de una larga espera salían las primeras galletas horneadas por mi mamá. Yo quería comerlas de inmediato pero me dijo que aún no podía hacerlo.

-Están aún muy calientes y blandas. Debemos de esperara a que se enfríen y se endurezcan un poco.

Me puso una en un plato para que le soplara y así comerla más rápido. Después de casi desfallecer soplando por 10 minutos al fin me dijo que estaba lista, cundo comprobó su temperatura tocándola con un dedo.

¡Estaba lista! Después de tanta espera. Tome la galleta que ya no estaba tan caliente y la llevé lentamente hacia mi boca. Las chispas de chocolate parecían lunares en la cara un niño que se llegaba a dibujar con ellas sobre la galleta. La saboree en mi mente antes de darle la primer mordida y comprobar su exquisito sabor, ¡mmm...! Tenían un aroma delicioso que ya había descubierto desde que salieron del horno. Tantas ideas pasaron por mi cabeza en aquel viaje que la galleta hizo en mi mano desde el plato a mi boca, hasta que delicadamente la mordí y...

-¿Que pasa? –pregunto mi mamá- ¿Que tiene de malo?.

-Esta muy dura, no puedo morderla –fue mi contestación-. ¡No puedo arrancarle un solo pedazo!

Y tratamos los dos de hacerlo. Lo intentamos con las manos y tampoco pasó nada. Mi mamá entonces tomo un cuchillo y logró partir en dos una de las galletas de la charola.

-¡Válgame Dios, se me quemaron! –Fue la respuesta que mi mamá dio al comprobar que la parte de debajo de las galletas estaban un poco ennegrecidas-. Tal vez tuve un error en el tiempo que debían estar en el horno.

En realidad recuerdo que fueron dos los errores, el tiempo y la temperatura. Una vez corregidos los cálculos se apresuró a hacer más mezcla de ingredientes, esta vez no lo hizo tan tranquila como la primera, de hecho lo hacia tan a la carrera que casi y se le va el huevo con todo y la cáscara al tazón donde batía todos los ingredientes. Si puso todo o si lo puso bien, no me di cuenta.

Volví a ayudarle en la elaboración de las bolitas que no debían ser muy grandes ni muy chicas y debían estar, en la charola, retiradas una de otra ya que, como había comprobado, las galletas crecían un poco. Ajustó el horno e introdujo la charola.

En ésta ocasión me pareció muy poco el tiempo que estuvieron horneándose comparado con la larga espera de la primera vez. Al retirarlas mi mamá del horno nos dimos cuenta que ahora las galletas no habían crecido mucho y, peor aún, seguían teniendo un poco la forma de bolita que cuando las metió. Las devolvió al horno y aumentó un poco la temperatura y a la vuelta de unos minutos volvió a asomarse para vez cómo iban.-Ya mero, ya mero.Creo que ella estaba tan mortificada como yo, pero hacía que pareciera que no era así. Yo también traté de que mi curiosidad por cómo estaban marchando las cosas no se notara tanto, para no ponerla nerviosa.-¡Ya están listas! –dijo entusiasta mientras retiraba la charola del horno y las galletas iban a parar al platón nuevamente. Volvió a colocarme una para que soplara y tuviera la segunda primicia.-Están suaves –le conteste al ver en sus ojos la duda- pero saben un poco raras -mentí, sabían espantosas.Lo comprobó mordiendo la galleta que había enfriado a pulmón y su cara también fue de repulsión.

-Olvidé ponerles azúcar, claro que saben raras –después de todo las mamás saben que la dieta de un niño esta basada en 90% azúcar y 10% tamarindos–. Y todo por hacerlo tan a la carrera.

Iba por el tercer intento. No dije ni una palabra, hice mi tarea de las bolitas con suma precisión y confianza en lo que hacia, después de todo ya tenía bastante experiencia. La miré hacer nuevamente la mezcla de ingredientes tan paciente y correctamente como en la primera ocasión, y la vi esperar al lado del horno poniendo mucha atención al reloj de la cocina y a la temperatura del horno.

Aquella tarde dio como fruto las galletas más deliciosas que he probado, sabían a vainilla y chocolate y tenían la textura perfecta. Aún ahora, después de muchos años de haber pasado esa tarde con mi madre en la cocina me agrada disfrutar de sus galletas. A mis hijos también les encantan las galletas de su abuela. Para ellos mi madre lleva toda la vida en la cocina y hace cosas deliciosas. Las navidades más sabrosas las hemos pasado comiendo esas galletas.

Recuerdo esta historia de la galletas más frecuentemente de lo que cualquiera creería.

La vida se parece a una tarde en la cocina horneando galletas. Tal vez al principio las cosas te salen mal cuando no pones atención o cuando no calculas bien lo que haces. A veces las cosas no salen bien cuando las haces a la carrera. Pero con paciencia, dedicación y experiencia la vida te parecerá dulce, deliciosa, placentera y la recordaras con nostalgia. Como yo con las galletas de mi madre.

cuatroMILañosENA&yo

El 15 de septiembre es el arranque de una temporada de festejos que dura más de un mes. Principiando con el grito de dolores, y el tradicional desfile de la mañana siguiente, las actividades continúan con motivo del aniversario de la fundación de nuestra ciudad de Monterrey, las cuales, inteligentemente, inician en pleno puente de independencia.
Las actividades del festejo de los 409 son meramente de entretenimiento. Se cocina el macro taco y se invita a toda la ciudadanía a disfrutar de espectáculos infantiles y música en vivo, mientras, en palabras del alcalde, el señor Ricardo Canavati, “hay que darle en toda la torre” a las dos toneladas de carne y veinte metros de tortilla de maíz.
Hablaría de lo poco que me gusta este estilo de la actual administración municipal, que prepara festejos para el populacho y promueve poco la cultura, pero me distraería del punto al que quiero llegar. Sólo una cosa tiene rescatable ésta semana y ésa es la Feria del Libro, de los libreros del Distrito Federal, que se instalará en la plaza Hidalgo de la zona rosa.
Los eventos culturales de literatura inician en octubre. Del día seis al nueve se efectuará el Décimo Encuentro Internacional de Escritores en la ciudad. El mismo día que termina, inicia la Feria Internacional del Libro, en Cintermex, auspiciada por el Tec de Monterrey. Lo bueno de todo esto es que se presentan escritores que comparten sus opiniones con respecto a diversos temas, exponen sus obras y hasta dan consejos a jóvenes lectores y escritores. En la feria hay talleres muy atractivos para quienes pretenden escribir o bien perfeccionarse en ello.
Pero inicié este comentario dejando lo mejor para el final. A diferencia de cada día 23 de mes, en octubre cumplo un año más de estar al lado de mi futura esposa. Aún recuerdo cuando la conocí y el miedo que me daba acercarme a ella. En octubre también festeja su cumpleaños. Es la única temporada del año en la que hablar de su edad no lo toma como agresión, a pesar de que aún no olvida la frase que acuñé el año pasado. Para mí, su cumpleaños es la fecha más esperada y pareciera que el destino le prepara una gran fiesta municipal con todo el calendario de eventos. Nuestro aniversario, por desgracia, solo hace que me mortifique acerca de lo rápido que el reloj camina. Mes a mes me veo en las mismas condiciones, o bien, sólo me muevo a otra condición tan mala como la que dejo. Estoy estancado. Me mortifico.
Pero según mi calendario son días en los que económicamente me va a ir bien, y el tarot de t1msn dice que le eche ganas. Qué lastima que no creo en esas cosas.

martes, septiembre 13, 2005

Un frío de gatos

Era la noche más fría que había pasado nunca fuera de casa, y no podía regresar, ya que ni siquiera sabía donde se encontraba en aquel momento. Justo ahora, cuando mas necesitaba de aquel cálido rincón que encontraba en su sofá preferido, la pobre gatita se sentía perdida, no sabía a donde o qué tan lejos la habían llevado dentro de aquella maleta.
No había nada familiar a su alrededor. De haberse encontrado en el vecindario hubiera dado con su casa guiándose por los aromas. El aroma de la pescadería le hubiera dicho que se encontraba hacia el sur de su hogar, los olores a vegetales aplastados en la calle que suelen encontrarse fuera del mercado la hubieran orientado para volver a casa dando vuelta en la esquina, pero ninguno de esos aromas se percibían en el ambiente.
Se encontraba decidida a abandonar la búsqueda y encontrar un mejor lugar para pasar esa tan dura noche. La labor de parto inició dentro de una caja de cartón a la orilla de la banqueta que hacía las veces de basurero. Ya era la mitad de la noche y seguía circulando por la banqueta la mar de gente que gritaba y se empujaba atemorizando a la pobre gatita que no había tenido más suerte que ir a parar a los pies de la muchedumbre.
Ella, que lo había tenido todo en aquella casa que ingenuamente seguía llamando “mi casa”, sin saber que los ocupantes de aquella ya no la contaban entre ellos. Se habían desecho del animalito, metiéndola en una maleta de viaje y arrojándola cuando consideraron estar suficientemente lejos. Su pecado era ser madre. Nadie quiere a una gatita cuando se convierte en “fabrica de gatitos”. Aunque ella hubiera sabido que la echarían de casa, no hubiera evitado el convertirse en mamá. Para empezar, amaba a papá gato; además, tenía muchos deseos de tener sus propios gatitos. El tropel de gente se había reducido a unos cuantos serios hombres que caminaban a prisa sin mirar abajo. Ya habían nacido cuatro criaturitas para ese momento y pasaron las últimas horas de la noche tiritando de frío, ella más que ellos, ya que les servia todo lo posible de abrigo.
-Mis chiquitos – les decía la mamá gatita a sus pequeños– tal vez vuelvan por nosotros. No seria así; en casa ya era asunto olvidado. A nadie le importaba si tuvo frío o si sus gatitos fueran hermosos, o sus colores. Y la verdad es que se perdieron de conocer a cuatro hermosas bolitas de pelo, tres de ellos parecidos al papá y solo uno a su mamá. Todos machos, ni una sola hembra en la camada. Aún con sus ojos cerrados y peleando para estar mas cerca que el otro de su mamá.
El sol aún no salía y las preocupaciones de mamá gata seguían creciendo. Ahora se mojaba debido al sereno y eso la helaba. Hubiera podido aguantar mas aún, todo por sus hijitos, la fuerza de voluntad de las madres es mas grande que cualquier cosa en el mundo, es el amor de Dios mismo el que entregan y el que las hace entregarse.
Comenzó a caer nieve, mamá gata ya no soportaba mas; pensaba en el frío que debían estar pasando los pequeñito al ser alcanzados por algunos copos de nieve y les veía templar y se estremecía de impotencia.
-Tal vez solo vendrán por ustedes –les decía con una voz apagada mientras los relamía para darles mas calor– estoy segura que serán buenos, se parecen tanto a su padre. Los amo, mis gatitos, ustedes son toda mi vida. -y con esas palabras se tendió en ellos para abrigarlos lo mas posible y la vida se le esfumó en un trepidante suspiro al momento de salir el sol.
Los rayos del sol cayeron sobre todas las cosas derritiendo la nieve y convirtiéndola en agua muy cristalina que bañó todos los techos y las calles, lavó las hojas de las plantas y acarició las flores. Pero a mamá gata ya no la calentó.
Muy temprano un hombre pasaba camino a su trabajo, apenas y había salido de su casa varios metros atrás y fue el primero en observar la tragedia que la noche anterior había contado aquella caja de cartón al lado de la banqueta. Su primer pensamiento fue de tristeza y de dolor, pensando que debió haber muerto ese pobre animal de frío, cuando la pudo haber pasado en su casa. Derrepente un sonido apenas audible le hizo detenerse por completo con la esperanza de encontrar vivo al animal. No saben lo mal que se sintió al cargar al animalito muerto, ya frío tal vez desde hacia un buen rato, aunque la nostalgia se vio apaciguada al contemplar a los cuatro mininos que temblaban y trataban de ocultar sus rostros ciegos a los rayos del sol; la primera clase de luz que veían en toda su vida.
El hombre rápidamente envolvió a los gatitos en su chaqueta, y desanduvo sus pasos veloz para internarse en su hogar, una casa caliente y seca, todo lo contrario a lo que los gatitos habían conocido hasta entonces.
-Amor! Ven rápido a ver lo que tengo –gritó el hombre al entrar y poner su chaqueta en la mesa–. No lo vas a creer.
Su esposa al entrar a la habitación ya había escuchado los leves sonidos emitidos por los gatitos recién nacidos que se peleaban entre ellos por ocultar sus caras entre los cuerpos de sus hermanitos.
-Que suerte, cielo. ¿Dónde los encontraste? –pregunto la mujer muy impresionada.
-No me lo vas a creer, me los encontré aquí afuera, la gata que los parió esta ahí, muerta de frío, en una caja de la calle.
En efecto: era mucha suerte; porque apenas la noche anterior la hija menor del matrimonio le había comentado a su padre que lo que ella deseaba era un gatito. El hombre la había tratado de persuadir diciéndole que era mejor una muñeca, o que pensara en lo divertido que sería jugar con sus amiguitas con un juego de té nuevo. Pero la niña estaba decidida en que quería un gatito, incluso le había comentado que sin importar el color ella le llamaría “garritas”.
El plan estaba trazado, después de trabajar hasta medio día, como se acostumbra hacer el día de noche buena, tendría que conseguir una veterinaria abierta y con un gatito en venta, porque si no, entonces se vería en grandes apuros. Vaya si es complicada la suerte, "porque debía ser suerte", pensaba la esposa.
-Suerte no, amor. Estos gatitos al igual que su mamá los puso aquí Dios, eso no lo dudes. Él escucho lo que quería nuestra hija y nos concedió éste milagro, que mala suerte que no me asomé a la calle antes, porque ahora estarían con su mamá estos pobres. Míralos, tan chiquititos, no llevan ni doce horas de haber nacido.
-Oye cielo, pues hay que hacer algo con ellos hasta la noche o nos van a delatar –dijo la señora pensando en que debían de ser una sorpresa para esa misma noche
-No, estos animalitos necesitan que los cuiden inmediatamente o se van a morir de hambre. –dijo el hombre a su mujer pensando en un plan que solucionaría todos los problemas–. Ve y despierta a los niños. Diles que vengan.
La mujer entró a una habitación y al regresar lo hacía con un muchacho y una pequeña niña aún con cara de dormidos. Al escuchar los maullidos sobre la mesa abrieron tanto los ojos que el sueño desapareció de sus caras.
-Mira, hijita. –se dirigió el padre al menor miembro de la familia- Se adelantó Santa Claus, dijo que si los dejaba para la noche ya iban a tener mucha hambre, que como va a andar muy ocupado pues hizo una excepción con tu regalo ya que haz sido tan buena todo el año, y en vez de un gatito, te trajo cuatro.
Los ojos enormes de la niña hacían juego con su cara ancha por la gran sonrisa que tenía. No podía creer que fuera tan extraordinariamente premiada. Mira que Santa Claus romper su itinerario por ella, y además traerle cuatro veces lo que ella había pedido le parecía un sueño. Ahora no le parecían una carga difícil de llevar todos aquellos días que se portó bien, ayudo a su madre en la casa, sacó buenas calificaciones y todas esas travesuras divertidas en las que no había participado, todo eso era poco y era justo a la vista de tan grandioso obsequio. De pronto, la felicidad se borro de su rostro y un semblante de desconcierto apareció, las cejas se enarcaron, la boca se frunció. Había algo mal en todo aquello.
-¿Qué pasa, hija?. ¿No te gustan tus gatitos? –pregunto la mujer muy nerviosa.
-No, no es eso –contestó la niña–. Es otra cosa, es que yo había pensado...
Lo que se temían los padres estaba a punto de suceder, tal vez pensaría la niña que era un engaño por parte de ellos y que todo eso del premio a su buen comportamiento era un cuento inventado en el ultimo segundo.
-¿Qué cosa?. ¿Qué habías pensado? –preguntaron cada uno con un nudo en la garganta.
-Yo había pensado en el nombre de uno solo. Ahora. ¿Cómo le pondré a los otros tres?
Es indescriptible la cara de alivio que reflejaron los padres al escuchar completa la frase que tanto miedo les había producido. Inmediatamente empezaron a sonar las carcajadas por parte de todos los miembros de la familia.
-Puedo ponerle yo nombre a uno –dijo el hermano mayor–, mamá a otro y papá a uno más y problema resuelto.
-Esta bien, cada quien le pone nombre a uno. Este diferente a todos se llamará “garritas” –dijo la niña cogiendo de entre todos al que se parecía a la mamá gatita.- Pues bienvenidos todos a la familia –anunció el papá cogiendo a uno mas mientras pensaba el nombre que le pondría–. Y Feliz Navidad!
-Esta es la mejor de las navidades que he pasado –dijo la pequeña niña mientras todos sonreían y cargaban a los nuevos integrantes de la familia entre sus brazos.
Esa fue la pirmer navidad de los cuatro recien nacidos, y la mejor para mamá gatita, que había estado contemplando todo desde el cielo y se alegraba mucho de que sus hijitos estuvieran tan en buenas manos.

La tortuga y la serpiente

Una tortuga que a campo abierto el sol tomaba se burlaba de la incómoda posición en la que la serpiente en una rama descansaba.
-¡Cuántas vueltas debes darte en esa rama para no caerte! Seguramente no descansas.
-Tal vez mi pose es incómoda, pero gozo de más tranquilidad que tú al descansar.
-No entiendo tu tranquilidad, hermanita: -le contestó la tortuga- no tienes caparazón para ocultarte y no tienes patas para caminar. Me parece que cualquiera te confundiría con una enredadera.
En ese momento un caballo que pasaba pateó a la tortuga y la dejo boca arriba mientras decía:
-¿Cómo habrá llegado esta piedra tan grande a la mitad del camino?
La tortuga, al no poder enderezarse, pedía ayuda a la serpiente.
-Ayúdame o me ahogaré. Baja y dame vuelta.
-Nada puedo hacer por ti, hermanita. -contestó la serpiente- No tengo patas, ¿lo olvidas?. Ahora... permíteme hacerte una pregunta: ¿Aún crees que soy más débil que tú?.
-No, ya no.
Y la tortuga murió.

La mosca y las frutas

Cierta mosca que se alimentaba del dulce de la fruta se detuvo a pensar en la cantidad de frutas que en su vida quería llegar a probar. No podía faltarle en su lista la sandía, aunque no fuera mucho lo que se fuera a comer de ella, consideraba que la debía probar. La fresa: esa exótica y llamativa fruta silvestre estaba en su lista, al igual que la uva, el plátano, el kiwi (aunque solo había oído hablar de él y no mucho, de hecho una vez nada más y no escuchó de qué se trataba, pero como lo escuchó de otra mosca debía entonces tratarse de una fruta) y una cantidad de frutas muy extensa.

Despreciaba alimentarse ya solo de naranjas o piñas, que era lo único que había probado en su corta existencia. Desdeñaba igualmente las frutas simples, según su parecer, como la toronja o la manzana. Guardaba sus ansias y su hambre para aquellas frutas que estaban en su lista. Aún y cuando ni viéndolas las pudiera reconocer las buscaba con afán.

Otra mosca más vieja, esto es, con dos días más de vida que la primera, le comentó que en su juventud, que significaba tres días atrás, escuchó que las frutas exóticas son de temporada y eso quería decir que tardaría en haber en el mercado, que era donde las moscas volaban. Y así, decidió alimentarse de naranjas y manzanas, pero les comentaba a las otras que lo hacia solo en espera de aquellas que se había puesto como máxima.

Fue varios días después cuando la mosca cayó muerta, no aplastada como suelen morir la mayoría, sino de vieja, ya que la vida de las moscas es muy corta.

Lo mismo les pasa a algunos hombres que viven esperando mejores tiempos y desprecian lo que el presente les brinda.

El burro y la flauta

Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad.

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

«iOh! —dijo el borrico—,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

Tomás de Iriarte
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Una vieja ardilla ciega les mostraba a un grupo de animales lo buena que era para reconocer los sonidos.

Pasaba por el camino una sigilosa zorra y con el simple movimiento de sus patas la ardilla la reconoció, luego una cabra e igualmente fue reconocida, y así sucedió con la paloma, el águila y la tortuga.

En ese momento venía por el camino que atraviesa el bosque un burro. Era un burro muy especial, pues tanto había vivido en el pueblo, entre los hombres, que había empezado a bailar; no lo hacia muy bien pero lo intentaba.

En el camino había un árbol que daba sombra y descanso a los viajantes en el cuál varios días atrás un muchacho había olvidado sobre una roca su flauta.

El burro, que conocía el paraje perfectamente se detuvo a descansar a la sombra del árbol. Él no estaba cansado, pero como siempre que alguien lo jalaba se detenía en ese mismo lugar, lo hizo por costumbre.

Cuando miró la flauta fue hasta ella y la reconoció como el objeto que los hombres se llevan a la boca para imitar el canto de las aves. Intentó hacer lo mismo, ya que se sentía muy educado; pero de un mordisco la rompió y ni una nota pudo sacarle. Sintiéndose apenado (la pena no es natural de los burros pero éste la aprendió de los hombres) se apartó apresurado temiendo que alguien lo viera (desde luego, solo le preocupaban los hombres y no los animales del bosque).

- Eso -dijo la ardilla- fue un burro

Al presenciar esto, el grupo de animales se dirigió a la vieja ardilla ciega diciendo:

- Y nosotros pensábamos que ya lo habíamos visto todo.

A lo que la ardilla les contestó:

- Yo también viví entre el hombre y muchas cosas aprendí. Pero no me dejé deslumbrar por las costumbres de ellos, sino que aprendí a leer. Esta actividad de los hombres los hace crecer por dentro aún cuando por fuera se empiecen a encoger -claro que ningún animalito de los presentes entendió-. Así fue como me acabé mi vista. Pero con todo lo que aprendí leyendo puedo asegurarles a ustedes que lo que le ha sucedido a este burro fue lo mejor que le pudo haber pasado. Por el bien de su ego, desde luego.

Crónica de un día

Dejé que transcurriera toda la semana para elegir entre el mejor día, aunque yo sabía que los mejores días de mi semana serían el sábado y el domingo. Es simple: son los días que estoy con Milena (mi novia), y siempre me suceden las mejores cosas al lado de ella. Éste sábado fue diferente a los anteriores: no fuimos al cine. En cambio empacamos comida y fuimos a buscar una banca al Parque Fundidora.
Encontramos una banca en una sombra amplia al lado de la plaza B. O. F., donde están haciendo trabajos de mantenimiento, como en muchos sitios de Fundidora. La comida constó de sandwiches y la bebida fue una limonada con menta que llegó deliciosamente helada al parque. El descubrimiento del día fue el aderezo Ranch de tres quesos, que resultó estar exquisito. Después entramos a la Cineteca a ver la exposición “Salón de la Fotografía”. Lo mejor de esa tarde fueron las fotografías de las nubes que logramos. Milena tiene un ojo artístico extraordinario, aunque mi foto de la pequeña cascada fue la mejor, en mi humilde opinión.
Todo el parque temático es un caos, ya que a causa del circo y los trabajos de mantenimiento o remodelación, muchas cosas están fuera de su orden, como la pista, que ya no es un circuito de ciclistas. Incluso es peligroso recorrerla porque los vehículos tienen que atravesarla para usar el área de estacionamiento designado para el circo que se encuentra detrás del hotel. Por esto mismo, el tren de recorridos ha suspendido sus actividades. El lago aceración está drenado y los patos buscan refugio en el arroyo artificial que corre desde el frente del zócalo de las oficinas hasta el área de snack detrás de la Cineteca. Las oficinas también están bordeadas por malla y plástico que se utiliza en la construcción. Llegamos a la conclusión de que aquél apacible kiosco que se encuentra en la esquina sur-poniente posiblemente desaparezca cuando empiecen los trabajos para empalmar el paseo Santa Lucía al parque.
Regresamos a casa caminando para poder pasar al “súper” y comprar algo para la cena. Se trató de algo informal, unos fritos para probar el aderezo de cebolla francesa que nos esperaba en el refrigerador y acompañamos esto con unos “ice cream soda”, pero de chocolate.
Nos acostamos a ver la tele y permanecimos así hasta las 2 de la mañana, cuando fue lo suficientemente tarde como para ir a dejar a Milena en su casa. En el camino, repetimos el viejo ritual de “¿qué haremos mañana?”, le comente mis intenciones de ver tele todo el día y le pareció bien, así que pactamos ir a misa de medio día en la Luz para después ir a ver las repeticiones de las series de toda la semana. Regresé, llamó Kenneth (mi hermano) para decirme que se iría a Reynosa a ver a los viejos, y me acosté a dormir. Fue un largo día, incluso para haberme despertado a la una de la tarde.

Los Teporochos del Fin del Mundo

-¿Quién anda ahí? –se escuchó decir a alguien entre los escombros y restos de incendio–. Acérquense. ¿Cuántos días llevan? Yo estoy en mi tercer día. –se trataba de un viejo al centro de un grupo pequeño-. ¿Ven a aquél de allá? Va por su quinto día –señaló a un hombre sentado de una manera incomoda y con la mirada perdida-, nadie lo cree, solo yo. ¿Dónde se encontraban? ¿en la iglesia?.
-Estábamos en la escuela. Hay mucha gente aún, pero no es ni la mitad de los que eran al principio –contestó uno de los dos hombres que se acercó y vio que comían y bebían animadamente–, al amanecer empezará mi tercer día; él, en cambio, está en su segundo.
-Ahh! Me hubiera gustado que ésta noche hubiera luna, para verla por última vez, aunque tal vez, con tanto humo, no se hubiera visto de todos modos. –dijo el viejo, tratando de no hacer referencia a las respuestas de aquellos dos-. Siéntense y coman algo. Díganos ¿Creen que esto vaya a acabar pronto?
-Estaba un maestro de la escuela diciendo que algo así ha sucedido muchas veces en la historia de la humanidad.
-Si, pero entonces la ciencia no estaba tan adelantada como ahora –contestó el segundo, que creía llevar razón en sus hipótesis por ser medico–. Ésta nueva enfermedad ha atacado a más de la mitad de la población en menos de 40 días. Tal vez algún científico hubiera encontrado ya la cura, o al menos la causa, que también es un misterio; pero el caos ha acabado con todo. Si la gente no muere por la peste escarlata, lo hace tratando de defender un poco de agua.
-Entonces, doctor, ¿usted cree que nadie vaya a sobrevivir? –preguntó una mujer que tenía entre sus manos una botella. Por la manera como la sujetaba podía notarse lo nerviosa que estaba–. ¿Cómo va a acabar todo esto? ¿Cuándo?
-No lo se. Pero allá en la escuela platicábamos algunos que esto puede ser el fin de la humanidad. Nadie ha demostrado, hasta ahora, poder salir de la enfermedad. No hay nadie que haya sobrevivido cuatro días.
-¿Olvida usted –interrumpió el viejo– que mi amigo lleva ya cinco días?
-Y lleva dos días sin hablar. ¿Qué no lo ve? –gritó histérico otro individuo-. Esta muerto ahí sentado. Viejo loco.
-Como sea, nadie va a sobrevivir. Mejor sería aprovechar esas botellas de ahí y embriagarnos para no sentir nada.
Tomaron una botella cada uno de los recién llegados y se fueron a sentar apartado al grupo. Abrieron las botellas y brindaron varias veces, para caer en un largo e indoloro sueño. Un poco antes lloraron, luego rieron, luego aceptaron su estado y tomaron más.
-¿Sabes? Esta manera de morir me recuerda a una película –le dijo el medico a su compañero, que había guardado silencio luego de estar hablando de su familia; pero no lo escuchó, ya estaba muerto. Se puso de pié y fue hasta el grupo para anunciarlo, pero habían tenido una discusión y ahora el hombre nervioso amenazaba al viejo con una pistola. Nadie tenía miedo. El medico fue hasta su lado y se la quitó. Todos se tranquilizaron. Le disparó en la cabeza. Luego metió el cañón en su boca y jalo del gatillo, pero ya no había más balas.