viernes, octubre 28, 2005

Aquél día

“El día ha llegado, la leyenda se ha de cumplir hoy mismo. Nos hemos preparado durante mucho tiempo para este día, para que el bien triunfe sobre el mal en una guerra que supera nuestra condición humana. Hoy, no importa si vivimos para ver el mañana o morimos en el intento, lo verdaderamente importante, lo que apremia, es vencer al engendro del mal que caerá sobre nosotros como la noche más oscura y tratará de devorarnos. El centro de la tierra se ha roto hace ya miles de años y la furia se ha desatado. Las leyendas que invitaban a ver los mensajes del cielo han señalado este año, este preciso día, este momento del tiempo como el día final. No debemos permitir que eso suceda.”

Entonces el líder habló, “El holocausto ha iniciado ya, señores, háganse de sus cosas y marchémonos”. Fue así como abandonamos al viejo guardián de las leyendas, en dirección a un destino que no podíamos imaginar.

Faltaban seis horas aún para la salida del sol, nos encontrábamos en aquél lugar elegido por el Dios padre hacía miles de años, una criatura debía nacer precisamente ahí. No había una sola alma. El mal también sabe leer las estrellas. La aldea había sido devastada por miles de plagas hacía ya mucho tiempo, con la intención de cambiar el futuro. Afortunadamente Dios padre ve todo antes de que suceda.

Allá venía una caravana, en el horizonte, nos avisó el vigía, inmediatamente salimos a todo galope a su encuentro. Dios padre en su grandeza debía sonreírnos. Una mujer ya estaba en labor de parto. Joven ella, sería su primer criatura. Las ancianas juraban que se trataría de una niña. Debido a su religión ya se habían iniciado los rituales acostumbrados, un par de noches atrás. La mujer junto con el producto corrían peligro de morir debido a complicaciones que aquella ignorante gente nombraba maldiciones. Entendimos todos lo que había qué hacer. Tomamos la carreta de las mujeres y la llevamos hasta el punto indicado por los libros. “Sus llantos se escucharán sonoros en la noche del lobo”; una jauría de esos animales nos acechaba desde una colina cercana; ese debía ser el punto.

Sacrificar a la futura madre por el bien del producto nos pasó por la mente a más de uno, pero el líder nos recordó los pasajes de las lagrimas de la madre que bañaban al primero. Ella nos diría quién era toda maldad y quién toda bondad. Una de las nuestras asistió a las ancianas comadronas de la tribu, aunque éstas no estaban de acuerdo en quebrantar las tradiciones. No se trataba de una mujer de nuestra religión, era una pagana, y sin embargo en su vientre estaba el elegido.

El momento anunciado en las leyendas se acercaba, un chico nos lo recordó, así que nos apartamos del grupo y nos preparamos para recibir la visita del mal. Ahí estábamos todos en formación, como muchos años se entrenó, y aún no sabíamos qué cosa esperábamos.

Las practicas incluían ejércitos, demonios, monstruos, hombres seducidos por el mal, en fin. Jamás pensamos que con lo que pelearíamos sería menor en numero a nuestro ejercito. Estábamos preparados para algo grande, algo colosal, una de esas batallas que solo se saben por historias asombrosas, contadas por viejos que las escucharon de sus abuelos. Enormes aves negras surcando los cielos y arrancando cabezas con sus picos y garras; dragones que incendiaban todo a su paso y mandaban al infierno a quienes se pusieran enfrente. Temibles gigantes de dos o tres cabezas, esos que aplastan caballos al caminar. Para cualquier cosa así habíamos entrenado.

En eso, un solo hombre, uno que no portaba armas ni escudos salió de la nada frente a nosotros. Mató a tres con el poder de su pensamiento, o así debía ser, pues jamás le vimos blandir arma alguna. Allá caían otros. Nadie hallaba cómo detenerlo sin ser el siguiente. Uno de los nuestros dijo “no lo miren a los ojos” pero eso tampoco funcionaba pues yo se que vi sus profundos ojos, vi dentro de ellos, se que vi todo lo malo que puede haber en este mundo, y sin embargo yo seguía ahí. “Mentira” grité. aquél ser se abalanzó sobre el líder lo partió a la mitad tomándolo por el cuello. Todos se aterraron. Reaccioné a tiempo, antes de que el caos fuera absoluto grité “Contra él” y con valor se lanzaron a detenerle. Todos corríamos a hacer de aquello una contienda memorabilísima cuando algo impresionante sucedió.

Sentí una mano pesadísima y fuerte que me sujetó del antebrazo mientras corría y vi como todos desaparecían al acercarse al ser que cambiaba de apariencia. Podría jurar, con la mano sobre el Gran libro, que el tiempo se detuvo. aquél ser que me tocó me había llevado a un lugar diferente y solo nos encontrábamos la bestia y yo. ¿Quién sería el que me tocó? Pude suponerlo, pues cuando volteé la cabeza solo vi una enorme espada clavada en la tierra. Al tomarla se hizo más pequeña, juraría que así fue. En su hoja estaba grabado mi nombre, con letras que brillaban intensamente; no solo yo noté su luz, sino que la bestia también, porque con un ruido fortísimo me hizo voltear a donde se encontraba y pude ver como se abalanzaba hacia mí. No les mentiré, tuve mucho miedo, olvidé el entrenamiento y todos los años de preparación mental que me llevaron a estar ante aquella criatura espantosa en esa noche misteriosa.

Fue un movimiento reflejo, me lo he dicho muchas veces a mi mismo tratando de convencerme de ello. Tuvo que ser un movimiento reflejo porque alcé la espada y aquél ser quedó incrustado en ella. Por años creí que con voluntad propia se había tornado con su filo hacia la criatura. El demonio se apartó de mí con un agujero en su vientre, se dolió y sangró una sustancia negra, Inmediatamente después volvió a sus ímpetus coléricos y arremetió contra mi con sus grandes garras. Esta vez tuve más control de la situación y pensé en cortarle esas patas de un tajo, pero resultaron ser tan fuertes como el arma que yo portaba, con la otra mano me golpeó en el escudo y lo hizo trizas. De haberme dado en la cabeza me hubiera dejado hecho jirones. Entendí que mi única arma y escudo era esa misteriosa espada.

Y así luchamos muchas horas a garra y filo. Yo no retrocedía un milímetro siquiera; aquella cosa tampoco lo hacía. En su desesperación escupió sobre mi armadura una cosa que la quemó como si se tratara de un ácido. Tuve que deshacerme de ella antes de que la traspasara entera y llegara a tocarme. Pensé que si volvía a utilizar ese ataque sería mi fin. Afortunadamente no fue así; más bien se trató del inicio de su propio fin. Inmediatamente vio lo efectivo de su saliva me arrojó una cantidad igual nuevamente, pero esta vez salté tan alto como nunca hubiera pensado ser capaz de hacerlo y al caer lo hice sobre su cuerpo. Aprovechando aquella sorpresa que le causé le hundí mi espada en su nuca. Fue tal el dolor que debió sentir que se revolvió tempestivamente y me arrojó en un frenético alarido. La espada permanecía ahí, fuera del alcance de sus torpes garras. En ese momento entendí que la hoja y sus letras le quemaban y volví al ataque con un cuchillo que llevaba en la bota. No pude acercarme, sus movimientos embravecidos me arrojaron muy lejos, tardé en percatarme que me había herido gravemente. Buscaba la herida en mi cabeza, debía ser ahí pues la cantidad de sangre que perdía me cegaba media vista. No pude ver más a la bestia, pero la escuchaba morir dolorosamente.

En ese momento el aire corrió, fue así como me di cuenta que estaba de regreso al pie de la colina, rodeado de mis compañeros. Me preguntaban lo que había pasado, me contaron de la desaparición repentina de la bestia, de su búsqueda y que posteriormente se dieron cuenta que yo también faltaba. Aparecí ahí, en el mismo lugar del que me esfumé, solo minutos más tarde. Las largas horas de pelea con esa fiera solo existían en mi memoria y en su imaginación. Jamás me hubieran creído nada de no ser por las heridas.

El elegido nació apenas hubo terminado la batalla. Para sorpresa de las comadronas eran dos, un niño y una niña. La madre tomó al niño que no reaccionaba, llorando lo apretó contra ella. El que era toda maldad había muerto. El resultado nos sorprendió mucho, en ninguna escritura decía qué se debía hacer con el que era toda maldad; ahora no había decisiones difíciles qué tomar.

Toda bondad lloraba fuerte y su llanto nos pareció un himno a la vida. la madre besó su frente, volteó hacia mí, me habló una lengua extraña y se desvaneció; había muerto debido a lo largo que resultó el trabajo de parto. Las ancianas me tradujeron sus palabras, “cuiden a mi hija siempre como lo han hecho esta noche”. El padre de la niña no se opuso a ello; él tampoco debió entender lo que acababa de pasar.

Fue un comentario de uno de los nuestros lo que me hizo reaccionar; dijo “Tú solo peleaste con el demonio, tú solo entre todos nosotros, y lo venciste”. aquél hombre, uno de esos valientes que habían perdido su oportunidad de entrar en acción, no entendía que la victoria no era solo mía, sino del mundo. Si, habíamos ganado. Habíamos participado en una guerra hecha por dioses y resultamos vencedores, dignos de esta vida y esta condición humana. No sé cuanto tardé en darme cuenta que había perdido la mano y el ojo izquierdo.

jueves, octubre 27, 2005

Axxón

Han elegido uno de mis cuentos primeros creado en el taller de José de la Paz. Se trata de "Los teporochos del fin del mundo". Lo han publicado en la revista electronica argentina "Axxón", en su numero 155, en el apartado "Ficcion Breve".

Visiten por favor el sitio: http://axxon.com.ar/rev/155/axxon155.htm

Muchas gracias a Axxón.

Revista en internet Axxón 'Argentina'

lunes, octubre 24, 2005

Retratando

He visto muchos frentes de casas ahora que mis tareas de fotografía me exigen salir a buscar un elemento retratable. Me he dado cuenta que me gustan las puertas y ventanas, me gustan las formas diferentes en ellas. También me entretengo viendo las plantas que crecen en los techos o en las paredes, las veo como un inquilino más de cada domicilio, también como un polizón de la nave que una casa es. Me he dedicado a tomarles fotos para algún día hacer una colección que se llamará “raíces urbanas” o algo así.

También me he hecho a la costumbre de salir con cámara a todos lados. Ahora uso la de Kenneth, mi hermano, que es mas pequeña que la mía y además es digital, lo que me permite tomar las fotos que quiera sin el dolor de pagar por revelar. Aunque hay días en que solo se vuelve un estorbo, la mayor parte del tiempo me alegra poder traerla conmigo. He llegado a tropezarme con formaciones de nubes asombrosas, también ha habido días en que los colores de los cerros me llenan los ojos, es cuando hago inolvidables esos momentos, son míos y los quiero compartir. La fotografía permite que le muestre a la gente como veo a través de mis ojos, así como saber cómo miran los demás fotógrafos.

Una de mis más queridas y no bien procuradas colecciones es “Milena en bancas” donde retrato a mi novia cada que estamos en un parque diferente y ella siempre termina diciendo algo como “bórrala” o “hay que fea salí”. ¿Cómo hay gente tan sin chiste que no deja de mirarse al espejo y encontrarse atractiva? Cada quien es ciego a su propia belleza, así que yo debo ser hermoso ya que me miro y me miro y no la encuentro. Más aún, siempre termino borrando mis fotos y guardando las de Milena.


Me agrada la fotografía, me gustó haber aprendido a hacerla a la manera difícil, a blanco y negro, incluso pensé que le sacaría más provecho al arte que encierra el solo hecho de trabajarlas, pero me he inclinado más por tomarlas y disfrutarlas al momento.

Me agrada combinar dos pasiones: ésta, la fotografía; y la escritura. Con ambas creo cumplir una misma meta, hablarle a mis futuras generaciones de mí y del tiempo que me tocó vivir, contarles a mis hijos y a mis nietos acerca de sus padres y sus abuelos. Espero que ellos disfruten verlas tanto como lo estoy haciendo mientras las hago.

Los invito a hacerse de una cámara, y sacar cuanta fotografías puedan, es incluso para uno mismo una terapia muy buena el verse en antiguas fotos, acompañado de gentes queridas, en lugares que la vida nos ha hecho dejar atrás. Porque la vida sigue y el tiempo no para, pero al menos podemos sacarle un retrato.

lunes, octubre 17, 2005

Su reflejo

La voz de la rana se escucha en la noche clara. Su murmullo llena el aire de armonía. El humilde charco en que habita es esta noche un palacio. No canta para ella, sino para su acompañante, una luna que sumergida la visita. Le cuenta de todo, del día y de su espera; mucho tiempo hace ya de su última platica, le cuenta que incluso llovió. La luna a veces quieta a veces bailarina la escucha seria, con esa cara de alegría que a la rana cautiva. Si el viento sopla y el charco trepida la rana cree que tiene frío, así que la distrae de ello con su fluida platica. Parece a veces que se sumerge más y la noche se oscurece un poco. La rana se entristece y se va despidiendo conforme la luna va acercándose a la orilla opuesta por donde llegó, le canta más suave para convencerla de quedarse, aunque la prisa de ella es mayor conforme se aleja. La rana recuerda lo solitario que es el charco cuando la luna no la acompaña. Decide confesársele y salta a abrazarla. No la encuentra, se ha ido, la ve lejos, en el horizonte, reflejada en otras aguas, asediada por las nubes que pasan ajenas. Ahí ella, contra la corriente, no se ve tan alegre. Más fuerte le grita “vuelve” mientras de su charco sale. Al agachar triste la cabeza la ve surgir desde el fondo, como un pececillo que se asoma a respirar. De la emoción pega saltos y se alegra de poder hacerle compañía un rato más, como si la luna fuera quien la compañía ansiara. La noche ha sido larga y la rana le canta la canción final mientras contempla su alegre cara, antes de que parta y regrese cansada, marchita o fraccionada como en otras noches no tan claras y que no desea hablar.

Cuento sobre Rieles 2005

viernes, octubre 14, 2005

La aventura del envase

Cuando yo tenía alrededor de nueve años, viviendo en el centro de la ciudad, una ciudad que ha crecido mucho, que ha crecido conmigo, tuve mi primera aventura de exploración. Algo ya a esa edad me llamaba a conocer mi lugar de nacimiento y también sé ahora que ya lo sentía vivo; tenía un aroma, un color, tenía incluso, me atrevo a pensarlo, una cara, ella muy amistosa, que invitaba a cualquiera a sumergírsele, y una amigable voz, y yo ingenuo y terco, respondí a ese llamado a la manera que la razón me lo permitía.

El plan era bastante simple si se piensa en una cabeza adulta, pero mis padres en aquél entonces no eran mas grandes de lo que soy yo ahora que escribo estas líneas y no se dieron cuenta de los peligros que tal hazaña en la cabeza de un niño representaba. Tal vez mi padre si, por eso me permitió emprender el viaje.

Recuerdo los domingos atemporales de mi infancia en aquellos departamentos en que vivíamos por la calle Diego de Montemayor entre Tapia y M. M. De Llano. Muchas anécdotas hay de aquellos días que me harían salirme del tema. Una invariabilidad del domingo era mi padre lavando la grúa, mueble de trabajo de la mayor parte de su vida, de su época dorada y que sé que en su corazón atesora infinitamente. El día al que me referiré no era la excepción en su rutina.

Le comenté mi plan mientras él hacía lo suyo y recuerdo bien toda la atención que me prestaba. Descubrir hasta dónde iba a dar la calle donde vivía en su dirección al sur. El material para el viaje era sólo dinero y una botella de vidrio para poder comprar un refresco en cualquier tienda que me topara en el camino. Esto de la botella para mi era muy lógico ya que, cuando emprendíamos un viaje a carretera la familia, siempre nos recordaba mi padre o mi madre llevar un envase o dos para hacer paradas por el camino. El refresco en el camino creo que trasciende de ser un elemento de la cultura regional. En la actualidad no hace falta en envase, las paradas se hacen de todos modos y se compran botellas deshechables.

Con sólo eso como material y ni siquiera una mochila o maleta, pretendía ir a descubrir los confines de mi ciudad. No recuerdo si hubo alguna otra indicación además de la debida: tener cuidado al cruzar y de regresarme cuando alguna calle fuera demasiado grande como para atravesarla. Tal vez, conociendo a mi padre, me sugirió ponerme una gorra para el sol, siempre lo hacía, no importaba donde estuviéramos. Ese si que es un rasgo de la cultura de la región.

Sé que salí sin el conocimiento de mi madre en ello. Mi padre no debe haber querido decirle para que no me fuera a negar el permiso. Él siempre hablaba de cuando era chico y las idas a casas de sus amigos o familiares cercanos. Toda la familia de mi padre ha vivido en el centro de esta ciudad desde hace muchos años. Lastima que toda esa información se la hayan ya llevado a la tumba los propietarios. A la generación de mi padre jamás le interesó cuidar que no se perdieran la historia así como las tradiciones familiares. Las suyas propias son horrendas y estúpidas pero ellos son felices en su insania.

Allá salgo yo con mi envase, en realidad no recuerdo haber comprado un refresco por el camino, aunque así debió ser. Cada paso que daba era adentrarme más a lo desconocido, pero todo era tan tranquilo, tan pintoresco, tan antiguo de cierta forma que no comprendo sino hasta ahora, que no me daba miedo sino más bien curiosidad por seguir. Cada paso hacia delante no solo significaba sumergirme en la urbe, sino alejarme de mi casa, y eso si era de temer. Pasé la tienda de la chiquita, el punto más lejano de mi conocido terruño, ya estaba en tierras vírgenes. Era yo una especie de Carvajal o Montemayor chiquito. Recuerdo lo altas que me parecían las casas. Debo aclarar que en el barrio antiguo las casas aún me parecen altas y pocas son las que tienen dos plantas. Ya podía entender yo a Cristóbal Colón o a cualquiera de su tripulación y el miedo que sentían en navegar sin mirar tierra en el horizonte.

No hubo una calle que me pareciera difícil de cruzar hasta que no llegué a lo que era el fin de mi viaje. Ahí simplemente muere mi calle y desemboca en una gran avenida, Constitución.

Parado en la esquina del Rey del Cabrito, contemplaba la cantidad de vehículos que circulaban tratando de ver hacia el otro lado del río, un río seco pero enorme que se crece más en los ojos de un niño. Estaba al final de mis curiosidades acerca de la calle donde vivía, pero sólo a la mitad de mi aventura, la otra mitad sería deshacer lo andado. No tuve prisa y recuerdo que aquél regreso estuvo plagado de dudas. ¿Realmente pasé ya por aquí? No recordaba haberme desviado pero ahora notaba cómo la calle serpenteaba, lo que no me llamo la atención antes. Sentí alivio al reconocer el barrio de la luz, que es donde vivía, ver de nuevo la chiquita me lleno de tranquilidad y de ansias por contarles a mis padres que ya había llegado yo a donde nunca hubieran imaginado.

Cuando llegué mi padre ya terminaba de lavar la grúa, de modo que no había pasado mucho tiempo, pero para mi era el final de la jornada; detrás de mi solo podía llegar el ocaso. Tenía dentro de mi un reloj infantil y aún el mundo giraba alrededor mío.

La sorpresa fue de mi madre, que no podía creer que mi padre me hubiera dejado irme solo. No hubiera sido la misma aventura de haberlo hecho con él o con ella, mucho menos en carro.

Ahora que soy adulto y recorro esas calles tan frecuentemente, veo cómo siguen siendo tranquilas los domingos por las tardes. La gente mayor sigue sentándose a la puerta de sus casas mientras algunos lavan sus carros y los niños juegan por todos lados. El panorama ha cambiado y algunos viejos lugares han desaparecido, han demolido y pavimentado la mayor parte de mi infancia, porque esos lugares y esas calles son eso, mi infancia.

Recordar esta aventura me hace pensar mucho en mi padre, que tuvo confianza en mi, que me dejó emprender mis propias aventuras. No se si yo podré ser tan buen padre como él. Espero no defraudarlo. Lo que si se es que a mis hijos les agradará tanto como a él o como a mí haber nacido en esta tierra, en Monterrey.

lunes, octubre 10, 2005

Ciudad Seva

En el Décimo Encuentro Internacional de escritores, tuve la fortuna de poder escuchar al escritor puertorriqueño Luis López Nieves, quien además de ser autor de las obras “La Verdadera Muerte de Juan Ponce de León” y “Escribir para Rafa” entre otros, es el responsable del portal Ciudad Seva, el cuál inició “por curiosidad” como él mismo lo dice en la explicación breve de su “hogar electrónico”.

“Primero fue un espacio para facilitar la divulgación y el estudio de su obra literaria... y una zona novedosa para compartir con amigos, colegas y estudiantes. Pero poco a poco la página fue asumiendo nuevos deberes y proponiéndose objetivos más ambiciosos, por lo que hoy día Ciudad Seva se ha convertido en un dinámico -y muy visitado- portal de información literaria y cultural, tanto nacional como internacional, y en una de las bibliotecas digitales literarias más importantes del mundo.”-cita de Ciudad Seva-

A palabras del autor, dichas en el encuentro, su pagina recibe aproximadamente 12 mil visitas diarias (ya las quisiera yo en un año), de los cuales la gran mayoría es gente de México y luego de España y Argentina.

En una brevísima entrevista realizada a el Profesor López Nieves posterior a su participación y la lectura de su ponencia, en la que destaca tanto como su labor por difundir el oficio del escritor en la Internet, la situación política en Puerto Rico y de sus medios de comunicación locales, ambos (Gobierno y Medios) se encuentran “manipulados” por poderes Norteamericanos (entiéndase EE.UU.). “La palabra ‘Nacional’ -dice- está prohibida”.Seguramente por lo que denota: Soberanía.

Lo que me compartió en esos minutos valiosísimos en mi ser, fue "el papel del escritor en la Internet", como lo he mencionado antes.


Dr. Luis Lopez Nieves en el X Encuentro Internacional de Escritores en nuestra ciudad


“El escritor debe tener presencia en Internet... quien no lo haga, está limitando su trabajo al papel... Yo creo que hay ciertos géneros, por ejemplo la poesía... Si publicas 500 ejemplares aquí en Monterrey, vamos a ser realistas, ¿te van a leer en Cuba? ¿Te van a leer en Argentina o Puerto Rico? Sabemos que el libro no va a llegar ¿verdad? Entonces lo colocas en internet, gratis, y te vas dando a conocer.

“Claro, si voy a publicar una novela con la Editorial Norma, que se va a distribuir en toda América, no voy a poner esa novela en Ciudad Seva porque no es necesario. Ya los lectores tienen una manera de leerla, porque se consigue en cualquier librería del hemisferio.

“Pero para una persona que está empezando a darse a conocer, colocar su obra en internet puede generar interés, la gente empieza a conocerlo. Luego llega el balance, porque una persona tiene derecho a vivir de su obra para quedarse en la casa y escribir más novelas, para no tener que irse a hacer otra cosa.

“Por eso yo diría que inicialmente internet puede cumplir una importante función promocional, especialmente para ciertos géneros como la poesía y el ensayo literario.

“Digamos que usted escribe un ensayo y luego enfrenta dificultades porque ninguna editorial lo publica. O publica el ensayo con una editorial que no distribuye internacionalmente. Bueno, pues usted lo pone en su portal o blog. Luego alguien interesado en el mismo tema, tal vez en la Argentina o en España, va a Google y encuentra su ensayo. Entonces le escriben y lo invitan a una conferencia o le piden el ensayo para una antología que se publicará en la Argentina o en España. De esa forma usted se va dando a conocer.

“Internet es una gran herramienta para el escritor porque es masivo, barato e instantáneo”.
Ciudad Seva cumple ya 10 años. El profesor López Nieves ofrece en su portal una extensa lista de títulos en su Biblioteca Seva, así como talleres y envíos vía e-mail semanales. Comentó también que no tiene en mente que Ciudad Seva vaya a convertirse en una pagina de paga. “Jamás va a costar, eso va en contra de mis principios”.
Y quiero resaltar ese comentario para quienes piensan que el escritor que ha logrado la fama se despoja de sus ideales.
Solo queda de nosotros visitar Ciudad Seva, para que se cumpla tan noble funcion de promover la literatura. Al hacerlo, vale la pena el suscribirse a alguno de los servicios que se ofrecen (o a todos como en mi particular caso).
Muy amablemente el y su esposa me ofrecieron agregar este humilde blog a su lista de contactos, lo cual no dejaré pasar. Gracias.

domingo, octubre 09, 2005

El tercero

-Pero no debemos usar luz, nos van a ver.
-A mi no me importa, échame la lámpara, no veo bien acá. Además me da miedo.
-Acostúmbrate a las penumbras, habrá muchas.
-Yo suelo trabajar de noche, no es problema la oscuridad, pero no me pidas que vea algo en esta boca de lobo.
-Baja la voz, camina y deja de hacer ruido. Si nos pescan, es bote. Oye pero no exageres. Ya no escucho tu respiración. ¿Sigues ahí? Contéstame. Ya te escuché detrás de mi. No es gracioso. ¡No juegues! ¿Donde te metiste ahora? Deja prendo la lámpara para ver donde andas.
-Hola. ¿Buscabas a alguien?

sábado, octubre 08, 2005

Parpadeos


José cierra los ojos y se limpia las lágrimas con las manitas tierrozas. Quiere correr pero su madre lo toma del hombro fuertemente. Cree en su padre, pero aún así tiene miedo. Él también lloraba mientras le decía “todo va a estar bien, te prometo volver pronto”. El ruido ya ha cesado y puede poner en orden sus pensamientos. Se limpia nuevamente las lágrimas para poder distinguir a lo lejos los últimos vagones del tren en el que se va su padre al “otro lado”. José es muy pequeño para entender, pero sabe que a su madre le duele mucho: empezó a llorar desde el día anterior, cuando su padre les dijo que no tenía trabajo. Ve cómo se dispersa el humo de la maquina en el cielo y abre los ojos.

Respira hondamente y camina un poco, voltea y ve una banca. Vuelve a cerrar los ojos y voltea a ver a su madre, descuida el horizonte por un instante cansado de no ver nada. Se da cuenta que su madre llora y opta por cuidar de nuevo el las vias a lo lejos. Solo dos trenes llegan por día y el primero no ha traído a quien esperan. Han pasado tres años desde que no ve a su padre. Quiere verlo, en sus cartas dice que se ha dejado la barba porque le ayuda a soportar el frío y que trabaja quitando nieve de las vías del tren. A su madre no le ha gustado leer que trabaja entre la nieve, pero menos le ha gustado que trabaje con trenes. Los odia. Muchas otras mujeres los odian aquí. Hay algunas que jamás vuelven a saber de sus maridos; dice la madre de José que sufren menos que las que pierden un hijo. José entiende mucho mejor las cosas ahora, ha tenido que crecer rápido para convertirse en el hombre de la casa. En la estación está también una familia que va a despedir a un hombre. El menor de los tres niños llora desesperadamente, pero la mujer lo carga y se lo quita del cuello mientras él trata de tranquilizarlo. En ése momento se levanta la madre de José y lo reprende por no estar atento en las vías. Ya no tiene caso, se ve el tren a lo lejos. Al llegar muchos bajan, otros suben, pero del padre de José ni sus luces. En éste ha llegado correo, pero aunque la madre de José quisiera saber si hay carta para ella, el correo no funciona así y tiene que esperar que llegue hasta su casa. El tren no tarda en partir entre el ruido del silbato y la maquina, acompañado de una densa nube de humo. A veces él mismo quisiera partir, pero por nada dejaría sola a su madre. Entre esos sonidos José distingue los gritos de un niño: es el mismo que lloraba antes que el tren llegara. Se había olvidado de él, tenía sus propios asuntos qué atender. Ahora nada podía hacer que le quitara la mirada de encima, le recordaba tanto a él mismo. José quería comentarle eso a su madre pero la ve muy triste, lo que le hace caer en la cuenta de sus propias penas. Tiene dos opciones, así que opta por la segunda y sonríe maliciosamente. Le pregunta si para aquella dirección queda el “otro lado”. La mujer no deja de caminar viendo al suelo mientas le contesta que no, que el “otro lado” es hacia el otro lado. Distraída por las risillas de José, comprende y sonríe también. José abre los ojos, tiene la vista vidriosa. La banca sigue vacía, aunque ya tiene otro color.

Con la mirada busca el final de las vías en el horizonte. Aunque piensa que sería más fácil pegarle el oído al viento. Ha cambiado tanto el panorama que ya no recuerda cómo era. Eso cree. Cierra los ojos y ve el edificio de correos detrás de la estación, enfrente solo hay pastos y luego empieza la sierrita. Los coches llegan por el otro lado, donde hay puestos de comida y vendedores ambulantes. José compra un dulce a la señora de la esquina cada vez que va a esperar en vano. Lo hace seguido desde que sus amigos de la escuela le cuentan historias de hombres que jamás regresan. Él sabe de su padre, está bien y les manda dinero, ya no trabaja entre las vías y la nieve, sino que es lava platos y gana más. Le escribe de muchas cosas que quisiera comprarles, pero es más caro mandar algo por paquetería que simplemente mandar dinero. “Te tengo un sombrero para la nieve, fue lo primero que te compré; pero ya ves. Mejor te lo llevo yo mismo ‘ora que vaya a verlos, que al cabo que ni hay nieve allá en casa”. José sentía tranquilidad mientras su padre siguiera diciéndole casa al lugar que había dejado hacía siete años. Una vez vio a una mujer que le rogaba al maquinista que llevara algo, pero éste se oponía diciéndole que no iba tan lejos, que lo pusiera en paquetería. Ése mismo día vio los precios de la paquetería y entendió a sus padres que no se mandaban más que cartas. Abrió los ojos y ahora no reconocía lo que tenía enfrente.

Fue hasta las oficinas y miró adentro. Estaba vacío. Las viejas sillas seguían ahí. Los pisos viejos de madera hacían mucho ruido mientras caminada hacia la entrada. Cerró los ojos nuevamente y pudo distinguir el olor a gorditas de harina con picadillo y chicharrón que vendían enfrente, justo al lado de la cantina donde muchos se metían apenas se bajaban del tren y volvían a subirse apenas salían de ahí. Recordaba que su padre jamás entro a una cantina y él no iba a hacerlo, aunque sus compañeros de trabajo le insistieran tanto los sábados después de trabajar toda la semana. Él era muy responsable: el salario de la semana se lo daba a su madre, quien lo administraba sólo Dios sabría cómo, de modo que nunca faltó pan dulce para el café de la mañana ni frijoles que ponerle a las tortillas. Hacía más de un año que ni una carta recibían de su padre, así que el dinero que ganaba como pasante de tenedor de libros era todo lo que tenían, sin contar lo que su madre ganaba cociendo ropa, que dejaba para algunos recibos. A veces encontraba a su madre llorando y le decía que no se preocupara. “Si algo malo le hubiera pasado ya lo sabríamos, pues las malas noticias viajan rápido”. La mujer volvía al llanto en cuanto José salía. Abre los ojos, cruza la calle y entra a la cantina.

Adentro pregunta por el teléfono y le indican un rincón alejado de la barra. Llama a casa. “Estoy aquí. Solo uno. Uno solamente” cuelga, se dirige a la salida, le saludan algunos amigos y él agradece las invitaciones a quedarse pero se tiene que marchar. De nuevo en la estación se va hasta la misma banca descarapelada y se sienta. Echa la cabeza atrás y recuerda haber contado alguna vez las líneas del techo, así como las del piso. Cierra los ojos y recuerda hacerlo mientras Carmen, en aquel entonces su novia, se sentaba con él a esperar. Aquella vez hablaba de que se llevaría a su madre con él cuando se casaran. Carmen entendía. Lo que no entendía es que todos los días primero de mes fueran a esperar a su padre. “Ya hace dieciocho años que se fue. Hace siete que no saben de él. Dentro de dos meses nos casaremos y no vendremos a menos que sea porque ése día llega. Me lo has prometido”. Pensaba en cumplir esa promesa, pensaba en cumplir todas y cada una de sus promesas. Él no sería como su padre. Jamás dejaría a su familia. Escuchó el silbato y abrió los ojos. Enjugó una lagrima y se puso de pié.

El tren se acercaba muy deprisa. Estaba ansioso; también estaba desilusionado. Sabía que sería la última vez. Había reconocido la letra de esa carta que llegó a su antigua casa y que los nuevos inquilinos le habían hecho llegar. “Mire José es de su padre. Tómela. ¿Pero qué espera? Ábrala. José ¿no se pone feliz?”. Eran buenas personas. No sabían cómo se sentía José ni la cantidad de veces que soñó con recibir una carta de su padre que le dijera: “Aún existo, aún me acuerdo de ustedes. Los extraño”. Diez años era poco tiempo, pero él solo tenía siete cuando su padre se fue prometiéndole volver pronto.

¿Qué decía la carta? Para José, poco: “Llego en un mes a partir del día que te escribo. Tengo tanto qué contarte” y una firma. Era él, sin duda. No le dijo a su madre, pensó que no sobreviviría una desilusión más. Solo a Carmen, su esposa, le contó que iría a esperar un rato, nada más. Llegaba hoy, en éste tren que se detenía con una lentitud odiosa. Recordó los golpes del corazón desbocado en el pecho. Recordó las lágrimas de su madre. Recordó tanto dolor que de pronto dio media vuelta para marcharse, pero no pudo. Permaneció de espaldas a la gente que llegaba y con los ojos cerrados dejó que pasaran al lado suyo, mientas permanecía inmóvil, como si fuera él parte de la arquitectura de la estación, como lo había sentido ya tantas veces en tantos años. El tren, acostumbrado a esperas cortas, partió de nuevo y el andén se despejó. José seguía con los ojos cerrados. Ésta vez su mente había permanecido justo ahí, clavada en ese lugar, esperando que algo pasara. Abrió los ojos y decidió no llorar. Volvió a sentir ese dolor incomodo en el estomago, que no sentía desde aquellas primeras esperas. De pronto una mano firme lo tomo del hombre mientras una voz apagada pero familiar pronunciaba, a modo de pregunta, su nombre. José se detuvo, cerró los ojos y se limpio las lágrimas con las manitas tierrozas, mientras veía un tren partir.

miércoles, octubre 05, 2005

Nieve

Había un niño que vivía en una ciudad de clima cálido, de modo que en navidad nunca nevaba. La nieve solo se veía en la televisión y dibujada en las ventanas de las casas y las tiendas, con espuma que parecía, pero no era nieve verdadera. Él quería que nevara para poder jugar a hacer muñecos. Así que en su carta a Santa Claus le pidió nada más ni nada menos que nieve. En la noche buena se fue a dormir temprano. Por la mañana se asomó a la ventana y nada había cambiado. Bajó a la sala y encontró una carta al pie del árbol de navidad. Decía:

“Me apena no poder complacerte, espero te gusten los juguetes que te dejo.Atentamente S. C.P. D. Mira dentro del congelador.”

Al abrir el congelador encontró un muñequito de nieve de chocolate. El niño pensó: “¡Wow! ¡En el Polo Norte cae nieve de sabores!”

martes, octubre 04, 2005

La bestia

Esta es la historia de un planeta que era enorme y era habitado por unos cuantos animalitos que sabían vivir a todo dar. Pero luego, uno de esos animales se paró en dos patas y evolucionó; esa fue su primera gracia. Luego fue el primero en utilizar herramientas (todavía no se llamaban así, desde luego), y siguió haciendo gracias, y entre su propia especie se aplaudían cada ocurrencia nueva que tenían. Mientras todo eso pasaba, el animalito dejó de comportarse como todos los demás y pensó: “yo soy el más chingón de aquí”, y se la creyó. Así fue como empezó a matar despiadadamente a todos los demás animales y criaturas que él pensaba que eran inferiores a él.

Cuando hubo demasiados de estos bestia-animalitos empezaron nuevos problemas, porque las cosas que estaban a la mano no les bastaban, entonces iniciaron las peleas y la muerte de muchos de éstos, por cosas que no tenían ningún valor, pero que todos las querían. El bestia animalito seguía haciendo gracias y dejándolas embarradas por todo el mapa.

Luego se pelearon un poco menos, pues se dieron cuenta que el planeta era muy grande y podían encontrar siempre cosas valiosas si se movían a buscarlas. Así se dieron cuenta que podían reclamar a su nombre un pedazo de tierra y más matanzas salvajes iniciaron con esto. No está claro en que momento, pero dejó de ser un animalito y se convirtió en una bestia de tiempo completo.

Cuando el planeta dejó de ser tan amplio y todos los terrenos conocidos estaban repartidos, hubo quienes soñaron con poseer los mares y también pelearon por ellos. Siempre el ingenio de éstas bestias ha ido dirigido a la guerra y a no trabajar. Un buen día, una bestia de éstas pensó “Somos los mas chingones, pero no somos todos iguales” así que empezaron a poner a trabajar a los que decidieron que eran menos chingones que ellos pero más chingones que el resto de los animalitos. El planeta empezó a encogerse.

Después una bestia muy sensata dijo: “tuve un sueño”, y todas las bestias fueron iguales, pero no por mucho tiempo. Todos juntos siguieron peleando y haciendo guerras, siempre han peleado por cualquier cosa. A grandes rasgos esto es lo que ha pasado en miles de años de “evolución” y “adelantos”. Ahora, con todos los conocimientos adquiridos y adelantos tecnológicos, el planeta es pequeñito y lo conocen entero. Así que ya le pusieron el ojo a las estrellas y demás planetas. Ya hubo quienes dijeron “te juego una carrera a ver quien llega primero al espacio”, y como las bestias siempre han sido malos perdedores, el que llegó luego se siguió de largo y dijo “si, pero yo llegué más lejos”. Recientemente, uno que sobresale entre las bestias, se expresó así: “Mi país es más chingón y te lo demuestro invadiendo el tuyo”. ¡Y recién estrenado el siglo! Nada les dura. No pueden tener algo nuevo porque luego luego quieren darle en la madre.

A ver cuánto nos dura este planetita al que nosotros, las bestias que somos, nos estamos acabando a pasos agigantados. Lo malo de todo éste asunto es que nunca termina una generación de romperlo entero cuando ya se lo está pasando a la siguiente para que saquen la bestia que en ellos hay.