“El día ha llegado, la leyenda se ha de cumplir hoy mismo. Nos hemos preparado durante mucho tiempo para este día, para que el bien triunfe sobre el mal en una guerra que supera nuestra condición humana. Hoy, no importa si vivimos para ver el mañana o morimos en el intento, lo verdaderamente importante, lo que apremia, es vencer al engendro del mal que caerá sobre nosotros como la noche más oscura y tratará de devorarnos. El centro de la tierra se ha roto hace ya miles de años y la furia se ha desatado. Las leyendas que invitaban a ver los mensajes del cielo han señalado este año, este preciso día, este momento del tiempo como el día final. No debemos permitir que eso suceda.”
Entonces el líder habló, “El holocausto ha iniciado ya, señores, háganse de sus cosas y marchémonos”. Fue así como abandonamos al viejo guardián de las leyendas, en dirección a un destino que no podíamos imaginar.
Faltaban seis horas aún para la salida del sol, nos encontrábamos en aquél lugar elegido por el Dios padre hacía miles de años, una criatura debía nacer precisamente ahí. No había una sola alma. El mal también sabe leer las estrellas. La aldea había sido devastada por miles de plagas hacía ya mucho tiempo, con la intención de cambiar el futuro. Afortunadamente Dios padre ve todo antes de que suceda.
Allá venía una caravana, en el horizonte, nos avisó el vigía, inmediatamente salimos a todo galope a su encuentro. Dios padre en su grandeza debía sonreírnos. Una mujer ya estaba en labor de parto. Joven ella, sería su primer criatura. Las ancianas juraban que se trataría de una niña. Debido a su religión ya se habían iniciado los rituales acostumbrados, un par de noches atrás. La mujer junto con el producto corrían peligro de morir debido a complicaciones que aquella ignorante gente nombraba maldiciones. Entendimos todos lo que había qué hacer. Tomamos la carreta de las mujeres y la llevamos hasta el punto indicado por los libros. “Sus llantos se escucharán sonoros en la noche del lobo”; una jauría de esos animales nos acechaba desde una colina cercana; ese debía ser el punto.
Sacrificar a la futura madre por el bien del producto nos pasó por la mente a más de uno, pero el líder nos recordó los pasajes de las lagrimas de la madre que bañaban al primero. Ella nos diría quién era toda maldad y quién toda bondad. Una de las nuestras asistió a las ancianas comadronas de la tribu, aunque éstas no estaban de acuerdo en quebrantar las tradiciones. No se trataba de una mujer de nuestra religión, era una pagana, y sin embargo en su vientre estaba el elegido.
El momento anunciado en las leyendas se acercaba, un chico nos lo recordó, así que nos apartamos del grupo y nos preparamos para recibir la visita del mal. Ahí estábamos todos en formación, como muchos años se entrenó, y aún no sabíamos qué cosa esperábamos.
Las practicas incluían ejércitos, demonios, monstruos, hombres seducidos por el mal, en fin. Jamás pensamos que con lo que pelearíamos sería menor en numero a nuestro ejercito. Estábamos preparados para algo grande, algo colosal, una de esas batallas que solo se saben por historias asombrosas, contadas por viejos que las escucharon de sus abuelos. Enormes aves negras surcando los cielos y arrancando cabezas con sus picos y garras; dragones que incendiaban todo a su paso y mandaban al infierno a quienes se pusieran enfrente. Temibles gigantes de dos o tres cabezas, esos que aplastan caballos al caminar. Para cualquier cosa así habíamos entrenado.
En eso, un solo hombre, uno que no portaba armas ni escudos salió de la nada frente a nosotros. Mató a tres con el poder de su pensamiento, o así debía ser, pues jamás le vimos blandir arma alguna. Allá caían otros. Nadie hallaba cómo detenerlo sin ser el siguiente. Uno de los nuestros dijo “no lo miren a los ojos” pero eso tampoco funcionaba pues yo se que vi sus profundos ojos, vi dentro de ellos, se que vi todo lo malo que puede haber en este mundo, y sin embargo yo seguía ahí. “Mentira” grité. aquél ser se abalanzó sobre el líder lo partió a la mitad tomándolo por el cuello. Todos se aterraron. Reaccioné a tiempo, antes de que el caos fuera absoluto grité “Contra él” y con valor se lanzaron a detenerle. Todos corríamos a hacer de aquello una contienda memorabilísima cuando algo impresionante sucedió.
Sentí una mano pesadísima y fuerte que me sujetó del antebrazo mientras corría y vi como todos desaparecían al acercarse al ser que cambiaba de apariencia. Podría jurar, con la mano sobre el Gran libro, que el tiempo se detuvo. aquél ser que me tocó me había llevado a un lugar diferente y solo nos encontrábamos la bestia y yo. ¿Quién sería el que me tocó? Pude suponerlo, pues cuando volteé la cabeza solo vi una enorme espada clavada en la tierra. Al tomarla se hizo más pequeña, juraría que así fue. En su hoja estaba grabado mi nombre, con letras que brillaban intensamente; no solo yo noté su luz, sino que la bestia también, porque con un ruido fortísimo me hizo voltear a donde se encontraba y pude ver como se abalanzaba hacia mí. No les mentiré, tuve mucho miedo, olvidé el entrenamiento y todos los años de preparación mental que me llevaron a estar ante aquella criatura espantosa en esa noche misteriosa.
Fue un movimiento reflejo, me lo he dicho muchas veces a mi mismo tratando de convencerme de ello. Tuvo que ser un movimiento reflejo porque alcé la espada y aquél ser quedó incrustado en ella. Por años creí que con voluntad propia se había tornado con su filo hacia la criatura. El demonio se apartó de mí con un agujero en su vientre, se dolió y sangró una sustancia negra, Inmediatamente después volvió a sus ímpetus coléricos y arremetió contra mi con sus grandes garras. Esta vez tuve más control de la situación y pensé en cortarle esas patas de un tajo, pero resultaron ser tan fuertes como el arma que yo portaba, con la otra mano me golpeó en el escudo y lo hizo trizas. De haberme dado en la cabeza me hubiera dejado hecho jirones. Entendí que mi única arma y escudo era esa misteriosa espada.
Y así luchamos muchas horas a garra y filo. Yo no retrocedía un milímetro siquiera; aquella cosa tampoco lo hacía. En su desesperación escupió sobre mi armadura una cosa que la quemó como si se tratara de un ácido. Tuve que deshacerme de ella antes de que la traspasara entera y llegara a tocarme. Pensé que si volvía a utilizar ese ataque sería mi fin. Afortunadamente no fue así; más bien se trató del inicio de su propio fin. Inmediatamente vio lo efectivo de su saliva me arrojó una cantidad igual nuevamente, pero esta vez salté tan alto como nunca hubiera pensado ser capaz de hacerlo y al caer lo hice sobre su cuerpo. Aprovechando aquella sorpresa que le causé le hundí mi espada en su nuca. Fue tal el dolor que debió sentir que se revolvió tempestivamente y me arrojó en un frenético alarido. La espada permanecía ahí, fuera del alcance de sus torpes garras. En ese momento entendí que la hoja y sus letras le quemaban y volví al ataque con un cuchillo que llevaba en la bota. No pude acercarme, sus movimientos embravecidos me arrojaron muy lejos, tardé en percatarme que me había herido gravemente. Buscaba la herida en mi cabeza, debía ser ahí pues la cantidad de sangre que perdía me cegaba media vista. No pude ver más a la bestia, pero la escuchaba morir dolorosamente.
En ese momento el aire corrió, fue así como me di cuenta que estaba de regreso al pie de la colina, rodeado de mis compañeros. Me preguntaban lo que había pasado, me contaron de la desaparición repentina de la bestia, de su búsqueda y que posteriormente se dieron cuenta que yo también faltaba. Aparecí ahí, en el mismo lugar del que me esfumé, solo minutos más tarde. Las largas horas de pelea con esa fiera solo existían en mi memoria y en su imaginación. Jamás me hubieran creído nada de no ser por las heridas.
El elegido nació apenas hubo terminado la batalla. Para sorpresa de las comadronas eran dos, un niño y una niña. La madre tomó al niño que no reaccionaba, llorando lo apretó contra ella. El que era toda maldad había muerto. El resultado nos sorprendió mucho, en ninguna escritura decía qué se debía hacer con el que era toda maldad; ahora no había decisiones difíciles qué tomar.
Toda bondad lloraba fuerte y su llanto nos pareció un himno a la vida. la madre besó su frente, volteó hacia mí, me habló una lengua extraña y se desvaneció; había muerto debido a lo largo que resultó el trabajo de parto. Las ancianas me tradujeron sus palabras, “cuiden a mi hija siempre como lo han hecho esta noche”. El padre de la niña no se opuso a ello; él tampoco debió entender lo que acababa de pasar.
Fue un comentario de uno de los nuestros lo que me hizo reaccionar; dijo “Tú solo peleaste con el demonio, tú solo entre todos nosotros, y lo venciste”. aquél hombre, uno de esos valientes que habían perdido su oportunidad de entrar en acción, no entendía que la victoria no era solo mía, sino del mundo. Si, habíamos ganado. Habíamos participado en una guerra hecha por dioses y resultamos vencedores, dignos de esta vida y esta condición humana. No sé cuanto tardé en darme cuenta que había perdido la mano y el ojo izquierdo.
Entonces el líder habló, “El holocausto ha iniciado ya, señores, háganse de sus cosas y marchémonos”. Fue así como abandonamos al viejo guardián de las leyendas, en dirección a un destino que no podíamos imaginar.
Faltaban seis horas aún para la salida del sol, nos encontrábamos en aquél lugar elegido por el Dios padre hacía miles de años, una criatura debía nacer precisamente ahí. No había una sola alma. El mal también sabe leer las estrellas. La aldea había sido devastada por miles de plagas hacía ya mucho tiempo, con la intención de cambiar el futuro. Afortunadamente Dios padre ve todo antes de que suceda.
Allá venía una caravana, en el horizonte, nos avisó el vigía, inmediatamente salimos a todo galope a su encuentro. Dios padre en su grandeza debía sonreírnos. Una mujer ya estaba en labor de parto. Joven ella, sería su primer criatura. Las ancianas juraban que se trataría de una niña. Debido a su religión ya se habían iniciado los rituales acostumbrados, un par de noches atrás. La mujer junto con el producto corrían peligro de morir debido a complicaciones que aquella ignorante gente nombraba maldiciones. Entendimos todos lo que había qué hacer. Tomamos la carreta de las mujeres y la llevamos hasta el punto indicado por los libros. “Sus llantos se escucharán sonoros en la noche del lobo”; una jauría de esos animales nos acechaba desde una colina cercana; ese debía ser el punto.
Sacrificar a la futura madre por el bien del producto nos pasó por la mente a más de uno, pero el líder nos recordó los pasajes de las lagrimas de la madre que bañaban al primero. Ella nos diría quién era toda maldad y quién toda bondad. Una de las nuestras asistió a las ancianas comadronas de la tribu, aunque éstas no estaban de acuerdo en quebrantar las tradiciones. No se trataba de una mujer de nuestra religión, era una pagana, y sin embargo en su vientre estaba el elegido.
El momento anunciado en las leyendas se acercaba, un chico nos lo recordó, así que nos apartamos del grupo y nos preparamos para recibir la visita del mal. Ahí estábamos todos en formación, como muchos años se entrenó, y aún no sabíamos qué cosa esperábamos.
Las practicas incluían ejércitos, demonios, monstruos, hombres seducidos por el mal, en fin. Jamás pensamos que con lo que pelearíamos sería menor en numero a nuestro ejercito. Estábamos preparados para algo grande, algo colosal, una de esas batallas que solo se saben por historias asombrosas, contadas por viejos que las escucharon de sus abuelos. Enormes aves negras surcando los cielos y arrancando cabezas con sus picos y garras; dragones que incendiaban todo a su paso y mandaban al infierno a quienes se pusieran enfrente. Temibles gigantes de dos o tres cabezas, esos que aplastan caballos al caminar. Para cualquier cosa así habíamos entrenado.
En eso, un solo hombre, uno que no portaba armas ni escudos salió de la nada frente a nosotros. Mató a tres con el poder de su pensamiento, o así debía ser, pues jamás le vimos blandir arma alguna. Allá caían otros. Nadie hallaba cómo detenerlo sin ser el siguiente. Uno de los nuestros dijo “no lo miren a los ojos” pero eso tampoco funcionaba pues yo se que vi sus profundos ojos, vi dentro de ellos, se que vi todo lo malo que puede haber en este mundo, y sin embargo yo seguía ahí. “Mentira” grité. aquél ser se abalanzó sobre el líder lo partió a la mitad tomándolo por el cuello. Todos se aterraron. Reaccioné a tiempo, antes de que el caos fuera absoluto grité “Contra él” y con valor se lanzaron a detenerle. Todos corríamos a hacer de aquello una contienda memorabilísima cuando algo impresionante sucedió.
Sentí una mano pesadísima y fuerte que me sujetó del antebrazo mientras corría y vi como todos desaparecían al acercarse al ser que cambiaba de apariencia. Podría jurar, con la mano sobre el Gran libro, que el tiempo se detuvo. aquél ser que me tocó me había llevado a un lugar diferente y solo nos encontrábamos la bestia y yo. ¿Quién sería el que me tocó? Pude suponerlo, pues cuando volteé la cabeza solo vi una enorme espada clavada en la tierra. Al tomarla se hizo más pequeña, juraría que así fue. En su hoja estaba grabado mi nombre, con letras que brillaban intensamente; no solo yo noté su luz, sino que la bestia también, porque con un ruido fortísimo me hizo voltear a donde se encontraba y pude ver como se abalanzaba hacia mí. No les mentiré, tuve mucho miedo, olvidé el entrenamiento y todos los años de preparación mental que me llevaron a estar ante aquella criatura espantosa en esa noche misteriosa.
Fue un movimiento reflejo, me lo he dicho muchas veces a mi mismo tratando de convencerme de ello. Tuvo que ser un movimiento reflejo porque alcé la espada y aquél ser quedó incrustado en ella. Por años creí que con voluntad propia se había tornado con su filo hacia la criatura. El demonio se apartó de mí con un agujero en su vientre, se dolió y sangró una sustancia negra, Inmediatamente después volvió a sus ímpetus coléricos y arremetió contra mi con sus grandes garras. Esta vez tuve más control de la situación y pensé en cortarle esas patas de un tajo, pero resultaron ser tan fuertes como el arma que yo portaba, con la otra mano me golpeó en el escudo y lo hizo trizas. De haberme dado en la cabeza me hubiera dejado hecho jirones. Entendí que mi única arma y escudo era esa misteriosa espada.
Y así luchamos muchas horas a garra y filo. Yo no retrocedía un milímetro siquiera; aquella cosa tampoco lo hacía. En su desesperación escupió sobre mi armadura una cosa que la quemó como si se tratara de un ácido. Tuve que deshacerme de ella antes de que la traspasara entera y llegara a tocarme. Pensé que si volvía a utilizar ese ataque sería mi fin. Afortunadamente no fue así; más bien se trató del inicio de su propio fin. Inmediatamente vio lo efectivo de su saliva me arrojó una cantidad igual nuevamente, pero esta vez salté tan alto como nunca hubiera pensado ser capaz de hacerlo y al caer lo hice sobre su cuerpo. Aprovechando aquella sorpresa que le causé le hundí mi espada en su nuca. Fue tal el dolor que debió sentir que se revolvió tempestivamente y me arrojó en un frenético alarido. La espada permanecía ahí, fuera del alcance de sus torpes garras. En ese momento entendí que la hoja y sus letras le quemaban y volví al ataque con un cuchillo que llevaba en la bota. No pude acercarme, sus movimientos embravecidos me arrojaron muy lejos, tardé en percatarme que me había herido gravemente. Buscaba la herida en mi cabeza, debía ser ahí pues la cantidad de sangre que perdía me cegaba media vista. No pude ver más a la bestia, pero la escuchaba morir dolorosamente.
En ese momento el aire corrió, fue así como me di cuenta que estaba de regreso al pie de la colina, rodeado de mis compañeros. Me preguntaban lo que había pasado, me contaron de la desaparición repentina de la bestia, de su búsqueda y que posteriormente se dieron cuenta que yo también faltaba. Aparecí ahí, en el mismo lugar del que me esfumé, solo minutos más tarde. Las largas horas de pelea con esa fiera solo existían en mi memoria y en su imaginación. Jamás me hubieran creído nada de no ser por las heridas.
El elegido nació apenas hubo terminado la batalla. Para sorpresa de las comadronas eran dos, un niño y una niña. La madre tomó al niño que no reaccionaba, llorando lo apretó contra ella. El que era toda maldad había muerto. El resultado nos sorprendió mucho, en ninguna escritura decía qué se debía hacer con el que era toda maldad; ahora no había decisiones difíciles qué tomar.
Toda bondad lloraba fuerte y su llanto nos pareció un himno a la vida. la madre besó su frente, volteó hacia mí, me habló una lengua extraña y se desvaneció; había muerto debido a lo largo que resultó el trabajo de parto. Las ancianas me tradujeron sus palabras, “cuiden a mi hija siempre como lo han hecho esta noche”. El padre de la niña no se opuso a ello; él tampoco debió entender lo que acababa de pasar.
Fue un comentario de uno de los nuestros lo que me hizo reaccionar; dijo “Tú solo peleaste con el demonio, tú solo entre todos nosotros, y lo venciste”. aquél hombre, uno de esos valientes que habían perdido su oportunidad de entrar en acción, no entendía que la victoria no era solo mía, sino del mundo. Si, habíamos ganado. Habíamos participado en una guerra hecha por dioses y resultamos vencedores, dignos de esta vida y esta condición humana. No sé cuanto tardé en darme cuenta que había perdido la mano y el ojo izquierdo.