Siempre callado, de finos labios; solo se mueven para atrapar el cigarro, liberar el humo, comer, beber. Le dicen el alemán debido a su color de ojos, azules; su muy clara piel, como la leche; el cabello castaño, a pesar de las muchas canas, además de su 1.90 de estatura. Yo soy su único amigo, dicen. Nunca mas ha vuelto a hablar con nadie.
Sus manos siempre abiertas, amenazadoras, grandes, peligrosas. Se sienta al borde de la litera inferior encorvado; a veces por horas. Al final de sus meditaciones se lleva las manos a su cadavérico rostro, mientras el resto nos quedamos en silencio.
Lleva aquí mucho tiempo. Un día, antes de llegar yo, le preguntaron cuánto le quedaba. Estaba sentado en su litera; alzó la cabeza de entre las manos, enarcó las cejas, miró furioso mientras se apoyaba en las piernas para ponerse de pié, pero cuando se terminó de parar ya todos habían corrido. Eso dicen. Sospecho le queda un buen rato aquí dentro
Tiene una familia pero nunca lo ven. El guardia del comedor nos contó lo que se dice de él. Puras mentiras, ahora lo se. Antes iba a con el psicólogo, pero lo dejó. Ahora va cada semana al taller de carpintería. Él nunca habla, nomás escucha, nomás mira. Hay mucha gente extraña aquí, dicen; pero como el alemán nomás está el alemán.
Una vez, mientas esperaba poder bajarme de la litera, estando en silencio para no interrumpirlo, se levantó y me miró; se dio cuenta de mi nerviosismo, así que empezó a hablar. Me contó de cuando esperó a su socio, porque le estaba robando; cómo lo agarro por el cuello mientras le reclamaba, luego cómo encontró el dinero, en el portafolio de aquél, invertido en un buen negocio, me contó de todo lo que por su mente pasó en aquel momento, cómo permaneció sentado varias horas frente al cadáver, para luego llevarse las manos a la cara, cómo se entregó, cómo su familia lo abandonó, dejándolo aquí sin saber nada de ellos, y muchas otras cosas. Siguió sin detenerse por mas de cuatro horas. Nunca le pregunté nada, se agarró hablando y yo nomás escuché. No ha vuelto a hablar desde entonces.
Sus manos siempre abiertas, amenazadoras, grandes, peligrosas. Se sienta al borde de la litera inferior encorvado; a veces por horas. Al final de sus meditaciones se lleva las manos a su cadavérico rostro, mientras el resto nos quedamos en silencio.
Lleva aquí mucho tiempo. Un día, antes de llegar yo, le preguntaron cuánto le quedaba. Estaba sentado en su litera; alzó la cabeza de entre las manos, enarcó las cejas, miró furioso mientras se apoyaba en las piernas para ponerse de pié, pero cuando se terminó de parar ya todos habían corrido. Eso dicen. Sospecho le queda un buen rato aquí dentro
Tiene una familia pero nunca lo ven. El guardia del comedor nos contó lo que se dice de él. Puras mentiras, ahora lo se. Antes iba a con el psicólogo, pero lo dejó. Ahora va cada semana al taller de carpintería. Él nunca habla, nomás escucha, nomás mira. Hay mucha gente extraña aquí, dicen; pero como el alemán nomás está el alemán.
Una vez, mientas esperaba poder bajarme de la litera, estando en silencio para no interrumpirlo, se levantó y me miró; se dio cuenta de mi nerviosismo, así que empezó a hablar. Me contó de cuando esperó a su socio, porque le estaba robando; cómo lo agarro por el cuello mientras le reclamaba, luego cómo encontró el dinero, en el portafolio de aquél, invertido en un buen negocio, me contó de todo lo que por su mente pasó en aquel momento, cómo permaneció sentado varias horas frente al cadáver, para luego llevarse las manos a la cara, cómo se entregó, cómo su familia lo abandonó, dejándolo aquí sin saber nada de ellos, y muchas otras cosas. Siguió sin detenerse por mas de cuatro horas. Nunca le pregunté nada, se agarró hablando y yo nomás escuché. No ha vuelto a hablar desde entonces.
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