Una tortuga que a campo abierto el sol tomaba se burlaba de la incómoda posición en la que la serpiente en una rama descansaba.
-¡Cuántas vueltas debes darte en esa rama para no caerte! Seguramente no descansas.
-Tal vez mi pose es incómoda, pero gozo de más tranquilidad que tú al descansar.
-No entiendo tu tranquilidad, hermanita: -le contestó la tortuga- no tienes caparazón para ocultarte y no tienes patas para caminar. Me parece que cualquiera te confundiría con una enredadera.
En ese momento un caballo que pasaba pateó a la tortuga y la dejo boca arriba mientras decía:
-¿Cómo habrá llegado esta piedra tan grande a la mitad del camino?
La tortuga, al no poder enderezarse, pedía ayuda a la serpiente.
-Ayúdame o me ahogaré. Baja y dame vuelta.
-Nada puedo hacer por ti, hermanita. -contestó la serpiente- No tengo patas, ¿lo olvidas?. Ahora... permíteme hacerte una pregunta: ¿Aún crees que soy más débil que tú?.
-No, ya no.
Y la tortuga murió.
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