-¿Quién anda ahí? –se escuchó decir a alguien entre los escombros y restos de incendio–. Acérquense. ¿Cuántos días llevan? Yo estoy en mi tercer día. –se trataba de un viejo al centro de un grupo pequeño-. ¿Ven a aquél de allá? Va por su quinto día –señaló a un hombre sentado de una manera incomoda y con la mirada perdida-, nadie lo cree, solo yo. ¿Dónde se encontraban? ¿en la iglesia?.
-Estábamos en la escuela. Hay mucha gente aún, pero no es ni la mitad de los que eran al principio –contestó uno de los dos hombres que se acercó y vio que comían y bebían animadamente–, al amanecer empezará mi tercer día; él, en cambio, está en su segundo.
-Ahh! Me hubiera gustado que ésta noche hubiera luna, para verla por última vez, aunque tal vez, con tanto humo, no se hubiera visto de todos modos. –dijo el viejo, tratando de no hacer referencia a las respuestas de aquellos dos-. Siéntense y coman algo. Díganos ¿Creen que esto vaya a acabar pronto?
-Estaba un maestro de la escuela diciendo que algo así ha sucedido muchas veces en la historia de la humanidad.
-Si, pero entonces la ciencia no estaba tan adelantada como ahora –contestó el segundo, que creía llevar razón en sus hipótesis por ser medico–. Ésta nueva enfermedad ha atacado a más de la mitad de la población en menos de 40 días. Tal vez algún científico hubiera encontrado ya la cura, o al menos la causa, que también es un misterio; pero el caos ha acabado con todo. Si la gente no muere por la peste escarlata, lo hace tratando de defender un poco de agua.
-Entonces, doctor, ¿usted cree que nadie vaya a sobrevivir? –preguntó una mujer que tenía entre sus manos una botella. Por la manera como la sujetaba podía notarse lo nerviosa que estaba–. ¿Cómo va a acabar todo esto? ¿Cuándo?
-No lo se. Pero allá en la escuela platicábamos algunos que esto puede ser el fin de la humanidad. Nadie ha demostrado, hasta ahora, poder salir de la enfermedad. No hay nadie que haya sobrevivido cuatro días.
-¿Olvida usted –interrumpió el viejo– que mi amigo lleva ya cinco días?
-Y lleva dos días sin hablar. ¿Qué no lo ve? –gritó histérico otro individuo-. Esta muerto ahí sentado. Viejo loco.
-Como sea, nadie va a sobrevivir. Mejor sería aprovechar esas botellas de ahí y embriagarnos para no sentir nada.
Tomaron una botella cada uno de los recién llegados y se fueron a sentar apartado al grupo. Abrieron las botellas y brindaron varias veces, para caer en un largo e indoloro sueño. Un poco antes lloraron, luego rieron, luego aceptaron su estado y tomaron más.
-¿Sabes? Esta manera de morir me recuerda a una película –le dijo el medico a su compañero, que había guardado silencio luego de estar hablando de su familia; pero no lo escuchó, ya estaba muerto. Se puso de pié y fue hasta el grupo para anunciarlo, pero habían tenido una discusión y ahora el hombre nervioso amenazaba al viejo con una pistola. Nadie tenía miedo. El medico fue hasta su lado y se la quitó. Todos se tranquilizaron. Le disparó en la cabeza. Luego metió el cañón en su boca y jalo del gatillo, pero ya no había más balas.
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