lunes, septiembre 19, 2005

Las Galletas

Empezaré por el principio.

Un día mi mamá decidió hacer galletas para darle a mi papá una rica merienda, no recuerdo bien, pero creo que era un día especial, porque mi mamá jamás antes había hecho galletas.

Salimos al mercado a comprar todos los ingredientes de la receta que encontró en el libro de la abuela. Recuerdo que había harina, leche, huevos y chispas de chocolate, entre otras cosas. Fue muy divertido ayudarle a hacer bolitas de la masa que sabía a azúcar y vainilla cuando estaban revueltos todos los ingredientes.

También me llamó la atención que todo lo fue midiendo. Una taza de esto, dos cucharadas de aquello, dos huevos, media barra de mantequilla y otro montón de cosas que las ponía en gotas o en puñitos, como la vainilla y el chocolate.

También le ayude a acomodar las bolitas en una charola, recuerdo bien que me dijo:

-No tan juntas porque se van a pegar. En el horno van a crecer un poco.

¡Y así fue! Después de una larga espera salían las primeras galletas horneadas por mi mamá. Yo quería comerlas de inmediato pero me dijo que aún no podía hacerlo.

-Están aún muy calientes y blandas. Debemos de esperara a que se enfríen y se endurezcan un poco.

Me puso una en un plato para que le soplara y así comerla más rápido. Después de casi desfallecer soplando por 10 minutos al fin me dijo que estaba lista, cundo comprobó su temperatura tocándola con un dedo.

¡Estaba lista! Después de tanta espera. Tome la galleta que ya no estaba tan caliente y la llevé lentamente hacia mi boca. Las chispas de chocolate parecían lunares en la cara un niño que se llegaba a dibujar con ellas sobre la galleta. La saboree en mi mente antes de darle la primer mordida y comprobar su exquisito sabor, ¡mmm...! Tenían un aroma delicioso que ya había descubierto desde que salieron del horno. Tantas ideas pasaron por mi cabeza en aquel viaje que la galleta hizo en mi mano desde el plato a mi boca, hasta que delicadamente la mordí y...

-¿Que pasa? –pregunto mi mamá- ¿Que tiene de malo?.

-Esta muy dura, no puedo morderla –fue mi contestación-. ¡No puedo arrancarle un solo pedazo!

Y tratamos los dos de hacerlo. Lo intentamos con las manos y tampoco pasó nada. Mi mamá entonces tomo un cuchillo y logró partir en dos una de las galletas de la charola.

-¡Válgame Dios, se me quemaron! –Fue la respuesta que mi mamá dio al comprobar que la parte de debajo de las galletas estaban un poco ennegrecidas-. Tal vez tuve un error en el tiempo que debían estar en el horno.

En realidad recuerdo que fueron dos los errores, el tiempo y la temperatura. Una vez corregidos los cálculos se apresuró a hacer más mezcla de ingredientes, esta vez no lo hizo tan tranquila como la primera, de hecho lo hacia tan a la carrera que casi y se le va el huevo con todo y la cáscara al tazón donde batía todos los ingredientes. Si puso todo o si lo puso bien, no me di cuenta.

Volví a ayudarle en la elaboración de las bolitas que no debían ser muy grandes ni muy chicas y debían estar, en la charola, retiradas una de otra ya que, como había comprobado, las galletas crecían un poco. Ajustó el horno e introdujo la charola.

En ésta ocasión me pareció muy poco el tiempo que estuvieron horneándose comparado con la larga espera de la primera vez. Al retirarlas mi mamá del horno nos dimos cuenta que ahora las galletas no habían crecido mucho y, peor aún, seguían teniendo un poco la forma de bolita que cuando las metió. Las devolvió al horno y aumentó un poco la temperatura y a la vuelta de unos minutos volvió a asomarse para vez cómo iban.-Ya mero, ya mero.Creo que ella estaba tan mortificada como yo, pero hacía que pareciera que no era así. Yo también traté de que mi curiosidad por cómo estaban marchando las cosas no se notara tanto, para no ponerla nerviosa.-¡Ya están listas! –dijo entusiasta mientras retiraba la charola del horno y las galletas iban a parar al platón nuevamente. Volvió a colocarme una para que soplara y tuviera la segunda primicia.-Están suaves –le conteste al ver en sus ojos la duda- pero saben un poco raras -mentí, sabían espantosas.Lo comprobó mordiendo la galleta que había enfriado a pulmón y su cara también fue de repulsión.

-Olvidé ponerles azúcar, claro que saben raras –después de todo las mamás saben que la dieta de un niño esta basada en 90% azúcar y 10% tamarindos–. Y todo por hacerlo tan a la carrera.

Iba por el tercer intento. No dije ni una palabra, hice mi tarea de las bolitas con suma precisión y confianza en lo que hacia, después de todo ya tenía bastante experiencia. La miré hacer nuevamente la mezcla de ingredientes tan paciente y correctamente como en la primera ocasión, y la vi esperar al lado del horno poniendo mucha atención al reloj de la cocina y a la temperatura del horno.

Aquella tarde dio como fruto las galletas más deliciosas que he probado, sabían a vainilla y chocolate y tenían la textura perfecta. Aún ahora, después de muchos años de haber pasado esa tarde con mi madre en la cocina me agrada disfrutar de sus galletas. A mis hijos también les encantan las galletas de su abuela. Para ellos mi madre lleva toda la vida en la cocina y hace cosas deliciosas. Las navidades más sabrosas las hemos pasado comiendo esas galletas.

Recuerdo esta historia de la galletas más frecuentemente de lo que cualquiera creería.

La vida se parece a una tarde en la cocina horneando galletas. Tal vez al principio las cosas te salen mal cuando no pones atención o cuando no calculas bien lo que haces. A veces las cosas no salen bien cuando las haces a la carrera. Pero con paciencia, dedicación y experiencia la vida te parecerá dulce, deliciosa, placentera y la recordaras con nostalgia. Como yo con las galletas de mi madre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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