martes, noviembre 29, 2005

Taller de Periodismo y Literatura de La Rocka

El taller impartido por José de la Paz, tristemente, ha llegado a su fin.

Los que sí terminamos


Hubo entrega de reconocimientos por parte de La Rocka.
Reconocimiento otorgado por el Periodico La Rocka a los participante del taller

Preparé una galería de fotos del evento final y de algunas otras reuniones allá, en el gargantúas. Espero les gusten.

CLICK AQUÍ PARA VER LAS FOTOS


Y NOS VEMOS EL DÍA 9 DE DICIEMBRE EN EL GARGANTÚAS PARA LA LECTURAY LA TOCADA DE PLAYA SOFT (que bien que va!)


En silencio

Siempre callado, de finos labios; solo se mueven para atrapar el cigarro, liberar el humo, comer, beber. Le dicen el alemán debido a su color de ojos, azules; su muy clara piel, como la leche; el cabello castaño, a pesar de las muchas canas, además de su 1.90 de estatura. Yo soy su único amigo, dicen. Nunca mas ha vuelto a hablar con nadie.

Sus manos siempre abiertas, amenazadoras, grandes, peligrosas. Se sienta al borde de la litera inferior encorvado; a veces por horas. Al final de sus meditaciones se lleva las manos a su cadavérico rostro, mientras el resto nos quedamos en silencio.

Lleva aquí mucho tiempo. Un día, antes de llegar yo, le preguntaron cuánto le quedaba. Estaba sentado en su litera; alzó la cabeza de entre las manos, enarcó las cejas, miró furioso mientras se apoyaba en las piernas para ponerse de pié, pero cuando se terminó de parar ya todos habían corrido. Eso dicen. Sospecho le queda un buen rato aquí dentro

Tiene una familia pero nunca lo ven. El guardia del comedor nos contó lo que se dice de él. Puras mentiras, ahora lo se. Antes iba a con el psicólogo, pero lo dejó. Ahora va cada semana al taller de carpintería. Él nunca habla, nomás escucha, nomás mira. Hay mucha gente extraña aquí, dicen; pero como el alemán nomás está el alemán.

Una vez, mientas esperaba poder bajarme de la litera, estando en silencio para no interrumpirlo, se levantó y me miró; se dio cuenta de mi nerviosismo, así que empezó a hablar. Me contó de cuando esperó a su socio, porque le estaba robando; cómo lo agarro por el cuello mientras le reclamaba, luego cómo encontró el dinero, en el portafolio de aquél, invertido en un buen negocio, me contó de todo lo que por su mente pasó en aquel momento, cómo permaneció sentado varias horas frente al cadáver, para luego llevarse las manos a la cara, cómo se entregó, cómo su familia lo abandonó, dejándolo aquí sin saber nada de ellos, y muchas otras cosas. Siguió sin detenerse por mas de cuatro horas. Nunca le pregunté nada, se agarró hablando y yo nomás escuché. No ha vuelto a hablar desde entonces.

martes, noviembre 22, 2005

Condenación

He dejado de sentir asco, aunque aún me tiembla un poco la mano. Cuando salpicó estaba tibio, y es que aquí afuera hace un buen de frío. Poco a poco, estoy seguro, iré olvidando; como Juancho, que se echaba hasta dos por semana y dormía como perro de gallinero. No te le pegues tanto que te va a... te dije, me dijo. Lo hecho, hecho está.

Si pudiera elegir otra vez diría que no, que no le entro, es muy difícil, incluso cuando ya está hecho. La vida la da el Señor y Él debe saber cuándo la quita le dije al jefe, pero no me hizo caso. Juancho fue el que me convenció, me escuchó y al final acepte la posibilidad de ser un instrumento de Dios, pero ahora me doy cuenta que era mentira. Estoy lleno de culpa, de pecado. Estoy condenado.

Qué fácil era haberle metido unos chingazos para ver si se animaba a soltar la lengua, como al cuate ese que me lo madrié la semana pasada y que siempre si tenía para pagar. Mientras fuera tortura si me animo, eso es lo mío; pero no le bastaba al jefe, tu ya estas bueno para otras chambitas de más importancia, Ramón, déjale eso a los chamaquitos que van empezando para que agarren callo. No me dejo echarme para atrás. Total hay que ir superándose, ir subiendo de puesto, dejar de ser el mensajero y empezar a ser el verdugo. Ya se te acabó el plazo, güerito, ya nomás tenías hasta hoy ¿juntaste la lana o siempre qué? Comúnmente eligen el siempre qué, Ramón; entonces te los llevas para un camino de rancho y les das en su madre, pero les dices una chingadera antes de meterles el plomo en la chompa, como yo que les digo salúdame al chamuco, nomás no les vayas a decir algo religioso porque quedas como maricón con el jefe.

Yo todavía esperaba que este cabrón aquí tirado si trajera lana, pero el cuate andaba bien enrreatado con medio mundo, quién fregados, en sus cinco, le iba a soltar. Chinga, yo le prestaba nomás para no tener que enfierrarlo, pero es de los que no paga, si no lo sabré yo. Apenas ayer le decía al jefe para qué los mata si los muertos ya no regresan lana y me contestó muy encabritado no lo hago para que ellos paguen, sino para que los que aún quedan vivos se preocupen por pagar a tiempo, si no ya saben cómo les va a ir. Y todavía hay pelados que vienen a besarle las patas a este hijo de la chingada; hasta se atreven a decirle es un santo don Melchor, nadie me prestaba pero usted si, Dios lo premie. Por eso se los truenan, por agachones.

Nos habla y dice llévate a la familia, Juancho. Este cabrón ha de tener la lana bien clavada, que vea que no estoy jugando, si en verdad no tiene pues que Ramón se los despache a todos, para que vaya aprendiendo, aunque me huelo que vas a terminar haciendo tu el jale, Juancho, porque hay como lo ves en la primera se vomita. Luego le hace con el dedo al Juancho a que se arrime y como si yo no escuchara todo lo que dijeron me sonríe el pinche jefe antes de largarnos.

No, si ya se que no tiene, pero no le puedo disparar a la vieja así nomás porque sí, pero si no me la echo yo, se la echa el Juancho, y ya se lo que hace con las viejas antes de tronárselas, prefiero darle un tiro aquí, así, rapidito, pero no se calla mi ella ni él. Juancho le pega al wey y esta chilla con más ganas hasta que escucha la voz quedita de Juancho y veo cómo la mira, con ganas de echársela., ¿no tenían un hijo? Le dice mientras le agarra el cabello y se lo enreda entre los dedos para estirarla y mirarle la cara toda manchada de tierra y lagrimas. Me da lastima pero encuentro una cosa muy llamativa en sus ojos húmedos, este wey se clavó en ellos, ya le trae ganas. Amartillo el gatillo para distraerlo y continúa donde se quedó, si no te callas lo busco luego de acabar aquí, así que calmadito, güero y cooperando. Por fin se calmo la mujer, ya bajó la mirada, ahora si le puedo disparar a gusto. Ahí va, que dios me perdone. Espérate, Ramón, no dispares. Si lo escucho pero me vale. Sale la bala y antes de que el tronido acabe se va de lado y cae con la cara al suelo. El cabello empapado le cubre el rostro. Dios, escúchame, no tuve opción.

Ya te dijeron güero que te calmaras, pero no se puede calmar viendo a su mujer como un trapo ahí con la frente en las piedras. Para que veas que somos buena gente te damos chanza ¿tienes para pagar? ¿no? Échatelo me dice Juancho y yo aún nervioso le pego la pistola en la cien mientras me Juancho habla con una voz que se escucha bien lejos, no te le pegues tanto que te va a... te dije.

Un tiro mal dado y cae gritando con la quijada rota y el ojo fuera de su sitio. Grita muy fuerte el perro. ¿Ahora qué hago, Juancho? Tírale otra vez para que ya se calle. Le tiro dos veces más, una de ellas en el pecho. Ya que se calla me pide el arma pero hago como que no lo escucho, en verdad no lo escucho y el no insiste. Se le queda viendo a los cuerpos, viendo los charcos negros. Tu sabias que la vieja era al último, Ramón. ¿Si sabias, verdad? No, tu dijiste que me la chingara; me hago el que no entiende nada, el se cansa de esperar la pistola y se va.

Ya no me tiembla la mano y la sangre ya se siente helada. Me limpio con un trapo mientras pienso en lo que acabo de hacer. Después de todo no fue tan difícil meterle plomo a este gorrón, ahora que lo pienso bien. Ya hasta le estoy agarrando coraje, se clavó veinte mil pesos el muy listo y ni tenía cómo responder por ellos. Que hijo de su madre. Vio a su vieja morirse y siguió ahí agachando el cuerno, pinche maricón. Toma estos dos más, cabrón, para que no te reconozca ni tu puta madre ahora que te encuentren. Déjame que lo patee, Juancho, si ya está muerto. Me vale madre la sangre, el carro lo lavamos y ya. ¿No te importó tu vieja? Nomás que le dispare una más en los huevos y nos vamos, párate no me jales. ¿Eso valía su vida? Está bueno, ya. Vámonos de aquí. No tarda en arrimarse alguien. Oye, Juancho ¿de veras me hubieras tronado a mí si no me aviento con estos dos? Y se ríe el muy cabrón y dice yo sabía que no me ibas a quedar mal, pero si, si te hubiera tenido que borrar. Me quedo en silencio, él cree que me asustó, pero yo ya sabía. Por algo Juancho no tiene cuates. Volteo y le digo vamos a mocharle un dedo a la vieja del de los elotes para que se anime a ir juntándole. Se lo dejamos como mensajito de los tres días, me vale si no los junta, sirve que uso la frase que había pensado y no usé con el güero, me cae de madres que le voy a agarrar gusto a esto.


martes, noviembre 15, 2005

Cuando lo veo pienso esta frase


Ese cerro de la silla, coqueto y atractivo, se regala solito a quien lo mira. Le gusta viajar, se prende de un recuerdo, se hace polizón de las memorias. Se convierte en horizonte y ancla de nuestros corazones cuando partimos del terruño. Se vuelve estampa, se encariña y se hace adoptar por extraños y visitantes.

Ese cerro de la silla que me vio nacer, que me cuidaba asomándose por la ventana del kinder y cuando daba vueltas en aquél pequeño carrusel; me daba los buenos días y miraba a mi papá hacer locuras en las enormes ventanas de mi primer memoria; que me acompañaba allá en la distancia mientras con los cuates me comía unas tostadas en la tienda de doña Mary; que ha engalanado cada una de mis tardes de romance al lado de Milena en cada plaza, al regreso de cada noche de cine; al que le gusta mirarnos cuando nos sentamos a leer en una banca y sonríe al ver una cámara fotográfica. Ese cerro de la silla, increíblemente, cuando lo veo desde Cadereyta no siento que me de la espalda.

Y ese cerro de la silla que es tan mío como de los coterráneos, es tuyo si lo miras parado en sus faldas o sobre el cerro del obispado. Allá del otro lado de la Loma Larga se mira igual de bonito. Pero definitivamente no hay nada mejor que venir en carretera y verlo surgir al fondo; eso es señal de que estás en casa. Conforme vas notando su cara te das cuenta que ya te esperaba.

miércoles, noviembre 09, 2005

La sangre fría

¡Ah, es que aquello fue un crimen muy famoso, muy comentado! Hasta vinieron aquella vez los de la tele y me preguntaron. No pos yo ni supe qué decir. Cuando le ponen a una la cámara en la cara pues se le olvida hasta como se llama; todo se va en estar pensando si se verá bien y si lo irán a ver los compadres.

Pero aquello fue muy feo, nadie se imaginaba que fuera a pasar. Nos sorprendió la sangre fría con la que el asesino había actuado. Si tan tranquilo que había sido siempre el barrio. Ese día, cuando encontraron el cuerpo de Juanito, el hijo de doña Silvia, todos nos quedamos bien espantados. Si tan bueno que parecía ser, pero así piensa uno de los pobres chamaquitos que tiene papás mendigos.

Luego luego pensaron que se había tratado de un viejo cochino, de esos que encueran niños y después les hacen cosas feas para terminar aventando los cadáveres al monte. Pues cómo no imaginarse eso, si a Juanito lo encontraron en el baldío de la esquina, entre los matorrales, bien sucio, hasta sin zapatos.

Como tres días la policía anduvo buscando al asesino, o los zapatos; a ver que salía primero. Hasta fueron a la escuela primaria para ver si alguien sabía algo. Pues no les va diciendo a los policías Pablo, un niño que ni amigo era de Juanito, que él había visto al vago que duerme debajo del puente ahí por donde encontraron el cuerpo. Pues la policía le creyó, y se fueron detrás del viejo ese que vivía en el río, abajo del puente.

Nombre, si a la semana tuvieron que soltarlo, no le pudieron comprobar nada. Los más afectados por eso fueron los papás del pobre niño. No había a quién castigar por el homicidio y ya llevaban 10 días sobre lo mismo. Llore y llore a la hora de la misa, pero bien que se aventaba sus gritotes fuera de la iglesia. ¡Hay, la venganza, como es! Si bien dicen que es un veneno, que mata el alma.

Pero no acabó ahí todo, ¡que va! El vagabundo le dijo algo a la policía y lo siguieron como una pista. Si ya lo habían dicho unos amigos de Juanito, en la primaria, pero a los niños que dicen cosas así pues quién les cree. Dijo el viejo ese que en la noche que pasó por ahí vio a un muchachito en la calle, muy tarde para andar despierto. Y que al verlo, pos se espantó y corrió como alma que se la lleva el viento.

Pos donde iba uno a creer que un niño fuera capaz de matar a otro, no, que va. El asesino debía ser un sujeto con mucha sangre fría, con antecedentes, un enfermo, un depravado sexual o algo así; pero un niño no podía ser. Pues es lo que tenían diciéndole los amiguitos de Juanito a la maestra ya días. Ella nomás les decía que no dijeran eso, porque iban a mortificar a la mamá. “Ya agarrado a aquél pelado”. Todo mundo pensó que había acabado el cuento, pero cuando lo soltaron pues los niños siguieron con lo mismo. “Pablo y Juanito se habían peleado el día anterior”, decían todos.

Y pues decidieron que había que ir a la casa de Pablo a comprobar las habladas. Y si, si se habían peleado, había un testigo, mamá de un compañero de Pablo. La única forma de relacionarlo era que tuviera los zapatos de la victima, porque arma no creían que hubiera. Así, rápido, sacaron que tenía que haber muerto de un buen golpe en el cráneo, dado con una piedra, y pues donde lo hallaron había muchas, así que no se investigó si alguna tenía huellas digitales. El occiso había salido a la papelería por la tarde y no regresó; la mamá supuso que estaba en su cuarto haciendo tarea. El cuerpo tuvo que haber sido llevado por la noche hasta aquél baldío, porque de día cualquiera lo hubiera visto y eso no sucedió.

Pablo, por su parte, que no iba en el mismo salón de clases que Juanito, ni enterado estaba de lo que decían de él. La pelea que habían tenido un día antes era cosa de niños, pensaban los adultos. Además de que Pablo era un niño muy serio, tenía muy pocos amigos y jamás se andaba metiendo en problemas. Ellos dos apenas y coincidían en algo, aunque recientemente había llegado Juanito a convivir mucho con algunos amigos de Pablo y a veces iba a casa de uno de ellos, de Luis, donde todos se reunían por las tardes, después de comer.

Cuando llegaron los agentes a casa de Pablo y hablaron con los papás de éste, los hicieron pasar para que buscaran los zapatos, pero no encontraron nada. Luego le hicieron preguntas a los papás y al niño por separado. Todos coincidían en que éste regresó a casa después de la pelea y no salió por el resto del día. Le contó a su mamá del problema que tuvo con el niño asesinado, a quien todos en la familia lo tenían por un abusivo. No era la primera vez que molestaba a su hijo, y se aprovechaba de ser un año mayor. La mamá de Pablo hasta lo había castigado por pelearse, pues había maltratado mucho sus tenis nuevos. El tal Juanito hasta le había quitado dinero en una ocasión anterior y fueron a hablar con sus padres, quienes eran gente muy extraña y también tenían fama de conflictivos, pero éstos se negaron a devolver nada diciendo que le enseñaran a su hijo a defenderse.

Pues más difícil se presentaba la situación. Estaban llegando a un callejón sin salida en la investigación. A no ser que encontraran algo nuevo no iba a haber para más. La indignación de todo mundo se hizo notar, andaban pesadas las cosas en aquellos días. Parecía que dieran toque de queda y se recogía la gente y las criaturas temprano en sus casas. “Cuídate de los extraños”, “no hables con nadie en la calle”, y un sin fin de recomendaciones se les daba a los menores esos días.

Todo el barrio tomó cartas en el asunto, por las noches había patrullaje vecinal para ver si el asesino no andaba al asecho de nuevas victimas. En más de una ocasión y en menos de tres noches se dieron falsas alarmas, en una de ellas se trataba del velador de la colonia y las demás eran muchachos estudiantes que trabajaban turnos complicados y salían de madrugada. Aún así no se dejó de sospechar de esa gente.

Fue entonces que encontraron unos tenis colgados de un cable de luz, pensaron que podía tratarse de los desaparecidos. Un vecino fue el que se dio cuenta de que no llevaban mucho tiempo. Antes de oscurecer trajeron un camión con canastilla, de esos de la comisión, para poder bajarlos y ver si encontraban huellas digitales. La mamá de la victima los reconoció como los tenis que llevaba su hijo el día de su desaparición. Inmediatamente se dieron cuenta todos que los tenis estaban en muy buen estado, así que debían haberlos colgado apenas uno o dos días atrás. Nuevamente el asesino actuaba frente a sus narices y nadie podía pescarlo. Detrás del camión se iba la policía con la evidencia. Ahora si iban a saber quien fue el despiadado asesino. Se le ocurrió a uno de los presentes decir que podía estar ahí mismo, entre ellos, como en las películas. Ese comentario fue una bomba, nadie rió, ni la menor mueca se dejó ver en sus caras, todos pelaron nomás los ojos y se fueron viendo uno por uno lentamente. Agarraron para su casa despacito y la calle se convirtió en un desierto toda esa noche.

A la mañana siguiente se presentó el culpable ante los agentes que investigaban el caso, tuvo miedo de que vieran que las huellas digitales de los zapatos eran mayormente de él, había confesado a sus padres lo que había hecho. Tuvo miedo que se dieran cuenta que los tenis colgados ahí eran los que le habían comprado aquél día. Ese había sido el motivo del pleito, llevó sus tenis, aún en la caja de la zapatería, para presumirlos a casa de su amigo Luis, donde se reunían a diario. Al mismo tiempo llegaba Juanito, vio que llevaba una caja y se la quitó, sacó los tenis y al ver que eran iguales a los suyos, se los arrojó a un cable de luz y quedaron amarrados ahí. Lo agredió enojado por lo que había hecho, pero Juanito era más grande y no pudo hacerle nada. En eso salió la mamá de Luis y los corrió de ahí por peleoneros.

Fue cuando pensó en vengarse, siguió a Juanito rumbo a su casa y cuando pasaban por el baldío, tomo una piedra y lo golpeó en la cabeza, lo tumbó de ese solo golpe, estaba muerto. Lo arrastró hasta un montón de basura que había en el baldío y lo cubrió lo mejor posible. En la noche salió de su casa sin que nadie lo notara, regresó hasta donde estaba el cuerpo para dejarlo más a la vista, para que lo encontraran fácilmente. Lo más sorprendente fue saber de la sangre fría con la que había actuado Pablo durante todos esos días. Los zapatos de Juanito los trajo puestos mientras todo mundo los buscaba.

viernes, octubre 28, 2005

Aquél día

“El día ha llegado, la leyenda se ha de cumplir hoy mismo. Nos hemos preparado durante mucho tiempo para este día, para que el bien triunfe sobre el mal en una guerra que supera nuestra condición humana. Hoy, no importa si vivimos para ver el mañana o morimos en el intento, lo verdaderamente importante, lo que apremia, es vencer al engendro del mal que caerá sobre nosotros como la noche más oscura y tratará de devorarnos. El centro de la tierra se ha roto hace ya miles de años y la furia se ha desatado. Las leyendas que invitaban a ver los mensajes del cielo han señalado este año, este preciso día, este momento del tiempo como el día final. No debemos permitir que eso suceda.”

Entonces el líder habló, “El holocausto ha iniciado ya, señores, háganse de sus cosas y marchémonos”. Fue así como abandonamos al viejo guardián de las leyendas, en dirección a un destino que no podíamos imaginar.

Faltaban seis horas aún para la salida del sol, nos encontrábamos en aquél lugar elegido por el Dios padre hacía miles de años, una criatura debía nacer precisamente ahí. No había una sola alma. El mal también sabe leer las estrellas. La aldea había sido devastada por miles de plagas hacía ya mucho tiempo, con la intención de cambiar el futuro. Afortunadamente Dios padre ve todo antes de que suceda.

Allá venía una caravana, en el horizonte, nos avisó el vigía, inmediatamente salimos a todo galope a su encuentro. Dios padre en su grandeza debía sonreírnos. Una mujer ya estaba en labor de parto. Joven ella, sería su primer criatura. Las ancianas juraban que se trataría de una niña. Debido a su religión ya se habían iniciado los rituales acostumbrados, un par de noches atrás. La mujer junto con el producto corrían peligro de morir debido a complicaciones que aquella ignorante gente nombraba maldiciones. Entendimos todos lo que había qué hacer. Tomamos la carreta de las mujeres y la llevamos hasta el punto indicado por los libros. “Sus llantos se escucharán sonoros en la noche del lobo”; una jauría de esos animales nos acechaba desde una colina cercana; ese debía ser el punto.

Sacrificar a la futura madre por el bien del producto nos pasó por la mente a más de uno, pero el líder nos recordó los pasajes de las lagrimas de la madre que bañaban al primero. Ella nos diría quién era toda maldad y quién toda bondad. Una de las nuestras asistió a las ancianas comadronas de la tribu, aunque éstas no estaban de acuerdo en quebrantar las tradiciones. No se trataba de una mujer de nuestra religión, era una pagana, y sin embargo en su vientre estaba el elegido.

El momento anunciado en las leyendas se acercaba, un chico nos lo recordó, así que nos apartamos del grupo y nos preparamos para recibir la visita del mal. Ahí estábamos todos en formación, como muchos años se entrenó, y aún no sabíamos qué cosa esperábamos.

Las practicas incluían ejércitos, demonios, monstruos, hombres seducidos por el mal, en fin. Jamás pensamos que con lo que pelearíamos sería menor en numero a nuestro ejercito. Estábamos preparados para algo grande, algo colosal, una de esas batallas que solo se saben por historias asombrosas, contadas por viejos que las escucharon de sus abuelos. Enormes aves negras surcando los cielos y arrancando cabezas con sus picos y garras; dragones que incendiaban todo a su paso y mandaban al infierno a quienes se pusieran enfrente. Temibles gigantes de dos o tres cabezas, esos que aplastan caballos al caminar. Para cualquier cosa así habíamos entrenado.

En eso, un solo hombre, uno que no portaba armas ni escudos salió de la nada frente a nosotros. Mató a tres con el poder de su pensamiento, o así debía ser, pues jamás le vimos blandir arma alguna. Allá caían otros. Nadie hallaba cómo detenerlo sin ser el siguiente. Uno de los nuestros dijo “no lo miren a los ojos” pero eso tampoco funcionaba pues yo se que vi sus profundos ojos, vi dentro de ellos, se que vi todo lo malo que puede haber en este mundo, y sin embargo yo seguía ahí. “Mentira” grité. aquél ser se abalanzó sobre el líder lo partió a la mitad tomándolo por el cuello. Todos se aterraron. Reaccioné a tiempo, antes de que el caos fuera absoluto grité “Contra él” y con valor se lanzaron a detenerle. Todos corríamos a hacer de aquello una contienda memorabilísima cuando algo impresionante sucedió.

Sentí una mano pesadísima y fuerte que me sujetó del antebrazo mientras corría y vi como todos desaparecían al acercarse al ser que cambiaba de apariencia. Podría jurar, con la mano sobre el Gran libro, que el tiempo se detuvo. aquél ser que me tocó me había llevado a un lugar diferente y solo nos encontrábamos la bestia y yo. ¿Quién sería el que me tocó? Pude suponerlo, pues cuando volteé la cabeza solo vi una enorme espada clavada en la tierra. Al tomarla se hizo más pequeña, juraría que así fue. En su hoja estaba grabado mi nombre, con letras que brillaban intensamente; no solo yo noté su luz, sino que la bestia también, porque con un ruido fortísimo me hizo voltear a donde se encontraba y pude ver como se abalanzaba hacia mí. No les mentiré, tuve mucho miedo, olvidé el entrenamiento y todos los años de preparación mental que me llevaron a estar ante aquella criatura espantosa en esa noche misteriosa.

Fue un movimiento reflejo, me lo he dicho muchas veces a mi mismo tratando de convencerme de ello. Tuvo que ser un movimiento reflejo porque alcé la espada y aquél ser quedó incrustado en ella. Por años creí que con voluntad propia se había tornado con su filo hacia la criatura. El demonio se apartó de mí con un agujero en su vientre, se dolió y sangró una sustancia negra, Inmediatamente después volvió a sus ímpetus coléricos y arremetió contra mi con sus grandes garras. Esta vez tuve más control de la situación y pensé en cortarle esas patas de un tajo, pero resultaron ser tan fuertes como el arma que yo portaba, con la otra mano me golpeó en el escudo y lo hizo trizas. De haberme dado en la cabeza me hubiera dejado hecho jirones. Entendí que mi única arma y escudo era esa misteriosa espada.

Y así luchamos muchas horas a garra y filo. Yo no retrocedía un milímetro siquiera; aquella cosa tampoco lo hacía. En su desesperación escupió sobre mi armadura una cosa que la quemó como si se tratara de un ácido. Tuve que deshacerme de ella antes de que la traspasara entera y llegara a tocarme. Pensé que si volvía a utilizar ese ataque sería mi fin. Afortunadamente no fue así; más bien se trató del inicio de su propio fin. Inmediatamente vio lo efectivo de su saliva me arrojó una cantidad igual nuevamente, pero esta vez salté tan alto como nunca hubiera pensado ser capaz de hacerlo y al caer lo hice sobre su cuerpo. Aprovechando aquella sorpresa que le causé le hundí mi espada en su nuca. Fue tal el dolor que debió sentir que se revolvió tempestivamente y me arrojó en un frenético alarido. La espada permanecía ahí, fuera del alcance de sus torpes garras. En ese momento entendí que la hoja y sus letras le quemaban y volví al ataque con un cuchillo que llevaba en la bota. No pude acercarme, sus movimientos embravecidos me arrojaron muy lejos, tardé en percatarme que me había herido gravemente. Buscaba la herida en mi cabeza, debía ser ahí pues la cantidad de sangre que perdía me cegaba media vista. No pude ver más a la bestia, pero la escuchaba morir dolorosamente.

En ese momento el aire corrió, fue así como me di cuenta que estaba de regreso al pie de la colina, rodeado de mis compañeros. Me preguntaban lo que había pasado, me contaron de la desaparición repentina de la bestia, de su búsqueda y que posteriormente se dieron cuenta que yo también faltaba. Aparecí ahí, en el mismo lugar del que me esfumé, solo minutos más tarde. Las largas horas de pelea con esa fiera solo existían en mi memoria y en su imaginación. Jamás me hubieran creído nada de no ser por las heridas.

El elegido nació apenas hubo terminado la batalla. Para sorpresa de las comadronas eran dos, un niño y una niña. La madre tomó al niño que no reaccionaba, llorando lo apretó contra ella. El que era toda maldad había muerto. El resultado nos sorprendió mucho, en ninguna escritura decía qué se debía hacer con el que era toda maldad; ahora no había decisiones difíciles qué tomar.

Toda bondad lloraba fuerte y su llanto nos pareció un himno a la vida. la madre besó su frente, volteó hacia mí, me habló una lengua extraña y se desvaneció; había muerto debido a lo largo que resultó el trabajo de parto. Las ancianas me tradujeron sus palabras, “cuiden a mi hija siempre como lo han hecho esta noche”. El padre de la niña no se opuso a ello; él tampoco debió entender lo que acababa de pasar.

Fue un comentario de uno de los nuestros lo que me hizo reaccionar; dijo “Tú solo peleaste con el demonio, tú solo entre todos nosotros, y lo venciste”. aquél hombre, uno de esos valientes que habían perdido su oportunidad de entrar en acción, no entendía que la victoria no era solo mía, sino del mundo. Si, habíamos ganado. Habíamos participado en una guerra hecha por dioses y resultamos vencedores, dignos de esta vida y esta condición humana. No sé cuanto tardé en darme cuenta que había perdido la mano y el ojo izquierdo.

jueves, octubre 27, 2005

Axxón

Han elegido uno de mis cuentos primeros creado en el taller de José de la Paz. Se trata de "Los teporochos del fin del mundo". Lo han publicado en la revista electronica argentina "Axxón", en su numero 155, en el apartado "Ficcion Breve".

Visiten por favor el sitio: http://axxon.com.ar/rev/155/axxon155.htm

Muchas gracias a Axxón.

Revista en internet Axxón 'Argentina'

lunes, octubre 24, 2005

Retratando

He visto muchos frentes de casas ahora que mis tareas de fotografía me exigen salir a buscar un elemento retratable. Me he dado cuenta que me gustan las puertas y ventanas, me gustan las formas diferentes en ellas. También me entretengo viendo las plantas que crecen en los techos o en las paredes, las veo como un inquilino más de cada domicilio, también como un polizón de la nave que una casa es. Me he dedicado a tomarles fotos para algún día hacer una colección que se llamará “raíces urbanas” o algo así.

También me he hecho a la costumbre de salir con cámara a todos lados. Ahora uso la de Kenneth, mi hermano, que es mas pequeña que la mía y además es digital, lo que me permite tomar las fotos que quiera sin el dolor de pagar por revelar. Aunque hay días en que solo se vuelve un estorbo, la mayor parte del tiempo me alegra poder traerla conmigo. He llegado a tropezarme con formaciones de nubes asombrosas, también ha habido días en que los colores de los cerros me llenan los ojos, es cuando hago inolvidables esos momentos, son míos y los quiero compartir. La fotografía permite que le muestre a la gente como veo a través de mis ojos, así como saber cómo miran los demás fotógrafos.

Una de mis más queridas y no bien procuradas colecciones es “Milena en bancas” donde retrato a mi novia cada que estamos en un parque diferente y ella siempre termina diciendo algo como “bórrala” o “hay que fea salí”. ¿Cómo hay gente tan sin chiste que no deja de mirarse al espejo y encontrarse atractiva? Cada quien es ciego a su propia belleza, así que yo debo ser hermoso ya que me miro y me miro y no la encuentro. Más aún, siempre termino borrando mis fotos y guardando las de Milena.


Me agrada la fotografía, me gustó haber aprendido a hacerla a la manera difícil, a blanco y negro, incluso pensé que le sacaría más provecho al arte que encierra el solo hecho de trabajarlas, pero me he inclinado más por tomarlas y disfrutarlas al momento.

Me agrada combinar dos pasiones: ésta, la fotografía; y la escritura. Con ambas creo cumplir una misma meta, hablarle a mis futuras generaciones de mí y del tiempo que me tocó vivir, contarles a mis hijos y a mis nietos acerca de sus padres y sus abuelos. Espero que ellos disfruten verlas tanto como lo estoy haciendo mientras las hago.

Los invito a hacerse de una cámara, y sacar cuanta fotografías puedan, es incluso para uno mismo una terapia muy buena el verse en antiguas fotos, acompañado de gentes queridas, en lugares que la vida nos ha hecho dejar atrás. Porque la vida sigue y el tiempo no para, pero al menos podemos sacarle un retrato.

lunes, octubre 17, 2005

Su reflejo

La voz de la rana se escucha en la noche clara. Su murmullo llena el aire de armonía. El humilde charco en que habita es esta noche un palacio. No canta para ella, sino para su acompañante, una luna que sumergida la visita. Le cuenta de todo, del día y de su espera; mucho tiempo hace ya de su última platica, le cuenta que incluso llovió. La luna a veces quieta a veces bailarina la escucha seria, con esa cara de alegría que a la rana cautiva. Si el viento sopla y el charco trepida la rana cree que tiene frío, así que la distrae de ello con su fluida platica. Parece a veces que se sumerge más y la noche se oscurece un poco. La rana se entristece y se va despidiendo conforme la luna va acercándose a la orilla opuesta por donde llegó, le canta más suave para convencerla de quedarse, aunque la prisa de ella es mayor conforme se aleja. La rana recuerda lo solitario que es el charco cuando la luna no la acompaña. Decide confesársele y salta a abrazarla. No la encuentra, se ha ido, la ve lejos, en el horizonte, reflejada en otras aguas, asediada por las nubes que pasan ajenas. Ahí ella, contra la corriente, no se ve tan alegre. Más fuerte le grita “vuelve” mientras de su charco sale. Al agachar triste la cabeza la ve surgir desde el fondo, como un pececillo que se asoma a respirar. De la emoción pega saltos y se alegra de poder hacerle compañía un rato más, como si la luna fuera quien la compañía ansiara. La noche ha sido larga y la rana le canta la canción final mientras contempla su alegre cara, antes de que parta y regrese cansada, marchita o fraccionada como en otras noches no tan claras y que no desea hablar.

Cuento sobre Rieles 2005

viernes, octubre 14, 2005

La aventura del envase

Cuando yo tenía alrededor de nueve años, viviendo en el centro de la ciudad, una ciudad que ha crecido mucho, que ha crecido conmigo, tuve mi primera aventura de exploración. Algo ya a esa edad me llamaba a conocer mi lugar de nacimiento y también sé ahora que ya lo sentía vivo; tenía un aroma, un color, tenía incluso, me atrevo a pensarlo, una cara, ella muy amistosa, que invitaba a cualquiera a sumergírsele, y una amigable voz, y yo ingenuo y terco, respondí a ese llamado a la manera que la razón me lo permitía.

El plan era bastante simple si se piensa en una cabeza adulta, pero mis padres en aquél entonces no eran mas grandes de lo que soy yo ahora que escribo estas líneas y no se dieron cuenta de los peligros que tal hazaña en la cabeza de un niño representaba. Tal vez mi padre si, por eso me permitió emprender el viaje.

Recuerdo los domingos atemporales de mi infancia en aquellos departamentos en que vivíamos por la calle Diego de Montemayor entre Tapia y M. M. De Llano. Muchas anécdotas hay de aquellos días que me harían salirme del tema. Una invariabilidad del domingo era mi padre lavando la grúa, mueble de trabajo de la mayor parte de su vida, de su época dorada y que sé que en su corazón atesora infinitamente. El día al que me referiré no era la excepción en su rutina.

Le comenté mi plan mientras él hacía lo suyo y recuerdo bien toda la atención que me prestaba. Descubrir hasta dónde iba a dar la calle donde vivía en su dirección al sur. El material para el viaje era sólo dinero y una botella de vidrio para poder comprar un refresco en cualquier tienda que me topara en el camino. Esto de la botella para mi era muy lógico ya que, cuando emprendíamos un viaje a carretera la familia, siempre nos recordaba mi padre o mi madre llevar un envase o dos para hacer paradas por el camino. El refresco en el camino creo que trasciende de ser un elemento de la cultura regional. En la actualidad no hace falta en envase, las paradas se hacen de todos modos y se compran botellas deshechables.

Con sólo eso como material y ni siquiera una mochila o maleta, pretendía ir a descubrir los confines de mi ciudad. No recuerdo si hubo alguna otra indicación además de la debida: tener cuidado al cruzar y de regresarme cuando alguna calle fuera demasiado grande como para atravesarla. Tal vez, conociendo a mi padre, me sugirió ponerme una gorra para el sol, siempre lo hacía, no importaba donde estuviéramos. Ese si que es un rasgo de la cultura de la región.

Sé que salí sin el conocimiento de mi madre en ello. Mi padre no debe haber querido decirle para que no me fuera a negar el permiso. Él siempre hablaba de cuando era chico y las idas a casas de sus amigos o familiares cercanos. Toda la familia de mi padre ha vivido en el centro de esta ciudad desde hace muchos años. Lastima que toda esa información se la hayan ya llevado a la tumba los propietarios. A la generación de mi padre jamás le interesó cuidar que no se perdieran la historia así como las tradiciones familiares. Las suyas propias son horrendas y estúpidas pero ellos son felices en su insania.

Allá salgo yo con mi envase, en realidad no recuerdo haber comprado un refresco por el camino, aunque así debió ser. Cada paso que daba era adentrarme más a lo desconocido, pero todo era tan tranquilo, tan pintoresco, tan antiguo de cierta forma que no comprendo sino hasta ahora, que no me daba miedo sino más bien curiosidad por seguir. Cada paso hacia delante no solo significaba sumergirme en la urbe, sino alejarme de mi casa, y eso si era de temer. Pasé la tienda de la chiquita, el punto más lejano de mi conocido terruño, ya estaba en tierras vírgenes. Era yo una especie de Carvajal o Montemayor chiquito. Recuerdo lo altas que me parecían las casas. Debo aclarar que en el barrio antiguo las casas aún me parecen altas y pocas son las que tienen dos plantas. Ya podía entender yo a Cristóbal Colón o a cualquiera de su tripulación y el miedo que sentían en navegar sin mirar tierra en el horizonte.

No hubo una calle que me pareciera difícil de cruzar hasta que no llegué a lo que era el fin de mi viaje. Ahí simplemente muere mi calle y desemboca en una gran avenida, Constitución.

Parado en la esquina del Rey del Cabrito, contemplaba la cantidad de vehículos que circulaban tratando de ver hacia el otro lado del río, un río seco pero enorme que se crece más en los ojos de un niño. Estaba al final de mis curiosidades acerca de la calle donde vivía, pero sólo a la mitad de mi aventura, la otra mitad sería deshacer lo andado. No tuve prisa y recuerdo que aquél regreso estuvo plagado de dudas. ¿Realmente pasé ya por aquí? No recordaba haberme desviado pero ahora notaba cómo la calle serpenteaba, lo que no me llamo la atención antes. Sentí alivio al reconocer el barrio de la luz, que es donde vivía, ver de nuevo la chiquita me lleno de tranquilidad y de ansias por contarles a mis padres que ya había llegado yo a donde nunca hubieran imaginado.

Cuando llegué mi padre ya terminaba de lavar la grúa, de modo que no había pasado mucho tiempo, pero para mi era el final de la jornada; detrás de mi solo podía llegar el ocaso. Tenía dentro de mi un reloj infantil y aún el mundo giraba alrededor mío.

La sorpresa fue de mi madre, que no podía creer que mi padre me hubiera dejado irme solo. No hubiera sido la misma aventura de haberlo hecho con él o con ella, mucho menos en carro.

Ahora que soy adulto y recorro esas calles tan frecuentemente, veo cómo siguen siendo tranquilas los domingos por las tardes. La gente mayor sigue sentándose a la puerta de sus casas mientras algunos lavan sus carros y los niños juegan por todos lados. El panorama ha cambiado y algunos viejos lugares han desaparecido, han demolido y pavimentado la mayor parte de mi infancia, porque esos lugares y esas calles son eso, mi infancia.

Recordar esta aventura me hace pensar mucho en mi padre, que tuvo confianza en mi, que me dejó emprender mis propias aventuras. No se si yo podré ser tan buen padre como él. Espero no defraudarlo. Lo que si se es que a mis hijos les agradará tanto como a él o como a mí haber nacido en esta tierra, en Monterrey.

lunes, octubre 10, 2005

Ciudad Seva

En el Décimo Encuentro Internacional de escritores, tuve la fortuna de poder escuchar al escritor puertorriqueño Luis López Nieves, quien además de ser autor de las obras “La Verdadera Muerte de Juan Ponce de León” y “Escribir para Rafa” entre otros, es el responsable del portal Ciudad Seva, el cuál inició “por curiosidad” como él mismo lo dice en la explicación breve de su “hogar electrónico”.

“Primero fue un espacio para facilitar la divulgación y el estudio de su obra literaria... y una zona novedosa para compartir con amigos, colegas y estudiantes. Pero poco a poco la página fue asumiendo nuevos deberes y proponiéndose objetivos más ambiciosos, por lo que hoy día Ciudad Seva se ha convertido en un dinámico -y muy visitado- portal de información literaria y cultural, tanto nacional como internacional, y en una de las bibliotecas digitales literarias más importantes del mundo.”-cita de Ciudad Seva-

A palabras del autor, dichas en el encuentro, su pagina recibe aproximadamente 12 mil visitas diarias (ya las quisiera yo en un año), de los cuales la gran mayoría es gente de México y luego de España y Argentina.

En una brevísima entrevista realizada a el Profesor López Nieves posterior a su participación y la lectura de su ponencia, en la que destaca tanto como su labor por difundir el oficio del escritor en la Internet, la situación política en Puerto Rico y de sus medios de comunicación locales, ambos (Gobierno y Medios) se encuentran “manipulados” por poderes Norteamericanos (entiéndase EE.UU.). “La palabra ‘Nacional’ -dice- está prohibida”.Seguramente por lo que denota: Soberanía.

Lo que me compartió en esos minutos valiosísimos en mi ser, fue "el papel del escritor en la Internet", como lo he mencionado antes.


Dr. Luis Lopez Nieves en el X Encuentro Internacional de Escritores en nuestra ciudad


“El escritor debe tener presencia en Internet... quien no lo haga, está limitando su trabajo al papel... Yo creo que hay ciertos géneros, por ejemplo la poesía... Si publicas 500 ejemplares aquí en Monterrey, vamos a ser realistas, ¿te van a leer en Cuba? ¿Te van a leer en Argentina o Puerto Rico? Sabemos que el libro no va a llegar ¿verdad? Entonces lo colocas en internet, gratis, y te vas dando a conocer.

“Claro, si voy a publicar una novela con la Editorial Norma, que se va a distribuir en toda América, no voy a poner esa novela en Ciudad Seva porque no es necesario. Ya los lectores tienen una manera de leerla, porque se consigue en cualquier librería del hemisferio.

“Pero para una persona que está empezando a darse a conocer, colocar su obra en internet puede generar interés, la gente empieza a conocerlo. Luego llega el balance, porque una persona tiene derecho a vivir de su obra para quedarse en la casa y escribir más novelas, para no tener que irse a hacer otra cosa.

“Por eso yo diría que inicialmente internet puede cumplir una importante función promocional, especialmente para ciertos géneros como la poesía y el ensayo literario.

“Digamos que usted escribe un ensayo y luego enfrenta dificultades porque ninguna editorial lo publica. O publica el ensayo con una editorial que no distribuye internacionalmente. Bueno, pues usted lo pone en su portal o blog. Luego alguien interesado en el mismo tema, tal vez en la Argentina o en España, va a Google y encuentra su ensayo. Entonces le escriben y lo invitan a una conferencia o le piden el ensayo para una antología que se publicará en la Argentina o en España. De esa forma usted se va dando a conocer.

“Internet es una gran herramienta para el escritor porque es masivo, barato e instantáneo”.
Ciudad Seva cumple ya 10 años. El profesor López Nieves ofrece en su portal una extensa lista de títulos en su Biblioteca Seva, así como talleres y envíos vía e-mail semanales. Comentó también que no tiene en mente que Ciudad Seva vaya a convertirse en una pagina de paga. “Jamás va a costar, eso va en contra de mis principios”.
Y quiero resaltar ese comentario para quienes piensan que el escritor que ha logrado la fama se despoja de sus ideales.
Solo queda de nosotros visitar Ciudad Seva, para que se cumpla tan noble funcion de promover la literatura. Al hacerlo, vale la pena el suscribirse a alguno de los servicios que se ofrecen (o a todos como en mi particular caso).
Muy amablemente el y su esposa me ofrecieron agregar este humilde blog a su lista de contactos, lo cual no dejaré pasar. Gracias.

domingo, octubre 09, 2005

El tercero

-Pero no debemos usar luz, nos van a ver.
-A mi no me importa, échame la lámpara, no veo bien acá. Además me da miedo.
-Acostúmbrate a las penumbras, habrá muchas.
-Yo suelo trabajar de noche, no es problema la oscuridad, pero no me pidas que vea algo en esta boca de lobo.
-Baja la voz, camina y deja de hacer ruido. Si nos pescan, es bote. Oye pero no exageres. Ya no escucho tu respiración. ¿Sigues ahí? Contéstame. Ya te escuché detrás de mi. No es gracioso. ¡No juegues! ¿Donde te metiste ahora? Deja prendo la lámpara para ver donde andas.
-Hola. ¿Buscabas a alguien?

sábado, octubre 08, 2005

Parpadeos


José cierra los ojos y se limpia las lágrimas con las manitas tierrozas. Quiere correr pero su madre lo toma del hombro fuertemente. Cree en su padre, pero aún así tiene miedo. Él también lloraba mientras le decía “todo va a estar bien, te prometo volver pronto”. El ruido ya ha cesado y puede poner en orden sus pensamientos. Se limpia nuevamente las lágrimas para poder distinguir a lo lejos los últimos vagones del tren en el que se va su padre al “otro lado”. José es muy pequeño para entender, pero sabe que a su madre le duele mucho: empezó a llorar desde el día anterior, cuando su padre les dijo que no tenía trabajo. Ve cómo se dispersa el humo de la maquina en el cielo y abre los ojos.

Respira hondamente y camina un poco, voltea y ve una banca. Vuelve a cerrar los ojos y voltea a ver a su madre, descuida el horizonte por un instante cansado de no ver nada. Se da cuenta que su madre llora y opta por cuidar de nuevo el las vias a lo lejos. Solo dos trenes llegan por día y el primero no ha traído a quien esperan. Han pasado tres años desde que no ve a su padre. Quiere verlo, en sus cartas dice que se ha dejado la barba porque le ayuda a soportar el frío y que trabaja quitando nieve de las vías del tren. A su madre no le ha gustado leer que trabaja entre la nieve, pero menos le ha gustado que trabaje con trenes. Los odia. Muchas otras mujeres los odian aquí. Hay algunas que jamás vuelven a saber de sus maridos; dice la madre de José que sufren menos que las que pierden un hijo. José entiende mucho mejor las cosas ahora, ha tenido que crecer rápido para convertirse en el hombre de la casa. En la estación está también una familia que va a despedir a un hombre. El menor de los tres niños llora desesperadamente, pero la mujer lo carga y se lo quita del cuello mientras él trata de tranquilizarlo. En ése momento se levanta la madre de José y lo reprende por no estar atento en las vías. Ya no tiene caso, se ve el tren a lo lejos. Al llegar muchos bajan, otros suben, pero del padre de José ni sus luces. En éste ha llegado correo, pero aunque la madre de José quisiera saber si hay carta para ella, el correo no funciona así y tiene que esperar que llegue hasta su casa. El tren no tarda en partir entre el ruido del silbato y la maquina, acompañado de una densa nube de humo. A veces él mismo quisiera partir, pero por nada dejaría sola a su madre. Entre esos sonidos José distingue los gritos de un niño: es el mismo que lloraba antes que el tren llegara. Se había olvidado de él, tenía sus propios asuntos qué atender. Ahora nada podía hacer que le quitara la mirada de encima, le recordaba tanto a él mismo. José quería comentarle eso a su madre pero la ve muy triste, lo que le hace caer en la cuenta de sus propias penas. Tiene dos opciones, así que opta por la segunda y sonríe maliciosamente. Le pregunta si para aquella dirección queda el “otro lado”. La mujer no deja de caminar viendo al suelo mientas le contesta que no, que el “otro lado” es hacia el otro lado. Distraída por las risillas de José, comprende y sonríe también. José abre los ojos, tiene la vista vidriosa. La banca sigue vacía, aunque ya tiene otro color.

Con la mirada busca el final de las vías en el horizonte. Aunque piensa que sería más fácil pegarle el oído al viento. Ha cambiado tanto el panorama que ya no recuerda cómo era. Eso cree. Cierra los ojos y ve el edificio de correos detrás de la estación, enfrente solo hay pastos y luego empieza la sierrita. Los coches llegan por el otro lado, donde hay puestos de comida y vendedores ambulantes. José compra un dulce a la señora de la esquina cada vez que va a esperar en vano. Lo hace seguido desde que sus amigos de la escuela le cuentan historias de hombres que jamás regresan. Él sabe de su padre, está bien y les manda dinero, ya no trabaja entre las vías y la nieve, sino que es lava platos y gana más. Le escribe de muchas cosas que quisiera comprarles, pero es más caro mandar algo por paquetería que simplemente mandar dinero. “Te tengo un sombrero para la nieve, fue lo primero que te compré; pero ya ves. Mejor te lo llevo yo mismo ‘ora que vaya a verlos, que al cabo que ni hay nieve allá en casa”. José sentía tranquilidad mientras su padre siguiera diciéndole casa al lugar que había dejado hacía siete años. Una vez vio a una mujer que le rogaba al maquinista que llevara algo, pero éste se oponía diciéndole que no iba tan lejos, que lo pusiera en paquetería. Ése mismo día vio los precios de la paquetería y entendió a sus padres que no se mandaban más que cartas. Abrió los ojos y ahora no reconocía lo que tenía enfrente.

Fue hasta las oficinas y miró adentro. Estaba vacío. Las viejas sillas seguían ahí. Los pisos viejos de madera hacían mucho ruido mientras caminada hacia la entrada. Cerró los ojos nuevamente y pudo distinguir el olor a gorditas de harina con picadillo y chicharrón que vendían enfrente, justo al lado de la cantina donde muchos se metían apenas se bajaban del tren y volvían a subirse apenas salían de ahí. Recordaba que su padre jamás entro a una cantina y él no iba a hacerlo, aunque sus compañeros de trabajo le insistieran tanto los sábados después de trabajar toda la semana. Él era muy responsable: el salario de la semana se lo daba a su madre, quien lo administraba sólo Dios sabría cómo, de modo que nunca faltó pan dulce para el café de la mañana ni frijoles que ponerle a las tortillas. Hacía más de un año que ni una carta recibían de su padre, así que el dinero que ganaba como pasante de tenedor de libros era todo lo que tenían, sin contar lo que su madre ganaba cociendo ropa, que dejaba para algunos recibos. A veces encontraba a su madre llorando y le decía que no se preocupara. “Si algo malo le hubiera pasado ya lo sabríamos, pues las malas noticias viajan rápido”. La mujer volvía al llanto en cuanto José salía. Abre los ojos, cruza la calle y entra a la cantina.

Adentro pregunta por el teléfono y le indican un rincón alejado de la barra. Llama a casa. “Estoy aquí. Solo uno. Uno solamente” cuelga, se dirige a la salida, le saludan algunos amigos y él agradece las invitaciones a quedarse pero se tiene que marchar. De nuevo en la estación se va hasta la misma banca descarapelada y se sienta. Echa la cabeza atrás y recuerda haber contado alguna vez las líneas del techo, así como las del piso. Cierra los ojos y recuerda hacerlo mientras Carmen, en aquel entonces su novia, se sentaba con él a esperar. Aquella vez hablaba de que se llevaría a su madre con él cuando se casaran. Carmen entendía. Lo que no entendía es que todos los días primero de mes fueran a esperar a su padre. “Ya hace dieciocho años que se fue. Hace siete que no saben de él. Dentro de dos meses nos casaremos y no vendremos a menos que sea porque ése día llega. Me lo has prometido”. Pensaba en cumplir esa promesa, pensaba en cumplir todas y cada una de sus promesas. Él no sería como su padre. Jamás dejaría a su familia. Escuchó el silbato y abrió los ojos. Enjugó una lagrima y se puso de pié.

El tren se acercaba muy deprisa. Estaba ansioso; también estaba desilusionado. Sabía que sería la última vez. Había reconocido la letra de esa carta que llegó a su antigua casa y que los nuevos inquilinos le habían hecho llegar. “Mire José es de su padre. Tómela. ¿Pero qué espera? Ábrala. José ¿no se pone feliz?”. Eran buenas personas. No sabían cómo se sentía José ni la cantidad de veces que soñó con recibir una carta de su padre que le dijera: “Aún existo, aún me acuerdo de ustedes. Los extraño”. Diez años era poco tiempo, pero él solo tenía siete cuando su padre se fue prometiéndole volver pronto.

¿Qué decía la carta? Para José, poco: “Llego en un mes a partir del día que te escribo. Tengo tanto qué contarte” y una firma. Era él, sin duda. No le dijo a su madre, pensó que no sobreviviría una desilusión más. Solo a Carmen, su esposa, le contó que iría a esperar un rato, nada más. Llegaba hoy, en éste tren que se detenía con una lentitud odiosa. Recordó los golpes del corazón desbocado en el pecho. Recordó las lágrimas de su madre. Recordó tanto dolor que de pronto dio media vuelta para marcharse, pero no pudo. Permaneció de espaldas a la gente que llegaba y con los ojos cerrados dejó que pasaran al lado suyo, mientas permanecía inmóvil, como si fuera él parte de la arquitectura de la estación, como lo había sentido ya tantas veces en tantos años. El tren, acostumbrado a esperas cortas, partió de nuevo y el andén se despejó. José seguía con los ojos cerrados. Ésta vez su mente había permanecido justo ahí, clavada en ese lugar, esperando que algo pasara. Abrió los ojos y decidió no llorar. Volvió a sentir ese dolor incomodo en el estomago, que no sentía desde aquellas primeras esperas. De pronto una mano firme lo tomo del hombre mientras una voz apagada pero familiar pronunciaba, a modo de pregunta, su nombre. José se detuvo, cerró los ojos y se limpio las lágrimas con las manitas tierrozas, mientras veía un tren partir.

miércoles, octubre 05, 2005

Nieve

Había un niño que vivía en una ciudad de clima cálido, de modo que en navidad nunca nevaba. La nieve solo se veía en la televisión y dibujada en las ventanas de las casas y las tiendas, con espuma que parecía, pero no era nieve verdadera. Él quería que nevara para poder jugar a hacer muñecos. Así que en su carta a Santa Claus le pidió nada más ni nada menos que nieve. En la noche buena se fue a dormir temprano. Por la mañana se asomó a la ventana y nada había cambiado. Bajó a la sala y encontró una carta al pie del árbol de navidad. Decía:

“Me apena no poder complacerte, espero te gusten los juguetes que te dejo.Atentamente S. C.P. D. Mira dentro del congelador.”

Al abrir el congelador encontró un muñequito de nieve de chocolate. El niño pensó: “¡Wow! ¡En el Polo Norte cae nieve de sabores!”

martes, octubre 04, 2005

La bestia

Esta es la historia de un planeta que era enorme y era habitado por unos cuantos animalitos que sabían vivir a todo dar. Pero luego, uno de esos animales se paró en dos patas y evolucionó; esa fue su primera gracia. Luego fue el primero en utilizar herramientas (todavía no se llamaban así, desde luego), y siguió haciendo gracias, y entre su propia especie se aplaudían cada ocurrencia nueva que tenían. Mientras todo eso pasaba, el animalito dejó de comportarse como todos los demás y pensó: “yo soy el más chingón de aquí”, y se la creyó. Así fue como empezó a matar despiadadamente a todos los demás animales y criaturas que él pensaba que eran inferiores a él.

Cuando hubo demasiados de estos bestia-animalitos empezaron nuevos problemas, porque las cosas que estaban a la mano no les bastaban, entonces iniciaron las peleas y la muerte de muchos de éstos, por cosas que no tenían ningún valor, pero que todos las querían. El bestia animalito seguía haciendo gracias y dejándolas embarradas por todo el mapa.

Luego se pelearon un poco menos, pues se dieron cuenta que el planeta era muy grande y podían encontrar siempre cosas valiosas si se movían a buscarlas. Así se dieron cuenta que podían reclamar a su nombre un pedazo de tierra y más matanzas salvajes iniciaron con esto. No está claro en que momento, pero dejó de ser un animalito y se convirtió en una bestia de tiempo completo.

Cuando el planeta dejó de ser tan amplio y todos los terrenos conocidos estaban repartidos, hubo quienes soñaron con poseer los mares y también pelearon por ellos. Siempre el ingenio de éstas bestias ha ido dirigido a la guerra y a no trabajar. Un buen día, una bestia de éstas pensó “Somos los mas chingones, pero no somos todos iguales” así que empezaron a poner a trabajar a los que decidieron que eran menos chingones que ellos pero más chingones que el resto de los animalitos. El planeta empezó a encogerse.

Después una bestia muy sensata dijo: “tuve un sueño”, y todas las bestias fueron iguales, pero no por mucho tiempo. Todos juntos siguieron peleando y haciendo guerras, siempre han peleado por cualquier cosa. A grandes rasgos esto es lo que ha pasado en miles de años de “evolución” y “adelantos”. Ahora, con todos los conocimientos adquiridos y adelantos tecnológicos, el planeta es pequeñito y lo conocen entero. Así que ya le pusieron el ojo a las estrellas y demás planetas. Ya hubo quienes dijeron “te juego una carrera a ver quien llega primero al espacio”, y como las bestias siempre han sido malos perdedores, el que llegó luego se siguió de largo y dijo “si, pero yo llegué más lejos”. Recientemente, uno que sobresale entre las bestias, se expresó así: “Mi país es más chingón y te lo demuestro invadiendo el tuyo”. ¡Y recién estrenado el siglo! Nada les dura. No pueden tener algo nuevo porque luego luego quieren darle en la madre.

A ver cuánto nos dura este planetita al que nosotros, las bestias que somos, nos estamos acabando a pasos agigantados. Lo malo de todo éste asunto es que nunca termina una generación de romperlo entero cuando ya se lo está pasando a la siguiente para que saquen la bestia que en ellos hay.

viernes, septiembre 23, 2005

No soy

En éste mundo de Dios, el diablo juega a tentarnos. Yo no se qué clase de convenio se firmó, pero seguro estamos en cada cláusula. En éste mundo, donde para vivir hay que apalear excremento, parece que floto sobre él; pareciera también no importarme sobre qué persona hundida estoy pisando. En este mundo de enfermedades, soy una plaga yo y todos los que se me parecen o actúan igual. Somos como un virus, nadie quiere tenerlo pero el mundo lleva años enfermo.

En este mudo corpóreo, me desdoblo y tengo raíces que viajan por tantas ventanas como arenas, hacia reinos que no existen. En éste único mundo tengo boleto de ida y vuelta al carajo cada día terciado, aunque eso signifique veinte veces menos de las veces que quisiera largarme de aquí. En un mundo de plástico soy el mar que se consume en la basura de la sociedad y no puedo gritar de dolor, tan solo ser un azote mientas esperan que tropicalice mi temperamento.

En un mundo feliz, soy el que no encaja y prefiere la orca antes de aceptar tan cruel destino y piensa que la condenación no existe pues ha visto el infierno en la tierra. En un mundo tranquilo, soy el guasón que ríe hasta que le duele la cara y la gente tiene asco. No hago favores pero si desaires y como sé que la música aún no acabará, no suelto a la pareja, que no le importa que no sepa bailar mientras siga mirando al horizonte, aunque sepamos que no está sobre nuestras cabezas.

En un mundo de excesos soy siete pecados capitales, soy dos veces el mismo en ocasiones, y hasta me pavoneo de eso. Soy cada palabra que me guardo porque no te importa y no quiero que lo sepas y soy aún más. Soy el terror que aletea en la noche y jamás dejaré de ser solo una buena persona. No me paro en las sombras, pero los reflectores en las caras de la gente me atemorizan. No soy mediocre, me subestiman. Y sé que no soy valiente cuando me escondo detrás del fuego. Soy de luz y trasparente pero de nada sirve, el mundo es ciego, todos tropiezan hasta sangrar. Soy una pieza del rompecabezas de Dios que no tiene lugar y me envenena pensar que en algún lugar debo entrar, pero a fuerza.

Ya no soy yo, el que mis padres hicieron, el que planearon. Soy el que se construyó enteramente nuevo, pero me quedo el ADN de recuerdo. Ya no soy el que estudió en esa secundaria, pero sigo siendo el que salía a romper caras, aunque ya a nadie le importe.Ya no soy sobrino, me extirpé del árbol familiar y me he ido a tierras nuevas a emprender mi propia dinastía. El demonio que habitaba en mi interior tiene full access de mi ser y yo ahora soy solo un pasajero de mi. Tan seguro estoy de no ser yo ahora, que sé bien que no volveré a ser yo mañana. Me agrada tanto reinventarme, y las actualizaciones las bajo de la realidad, que es más abstracta que la red.

Ahora me conocen, ahora me vuelvo opaco y me revelo ante sus sentidos, lo que hagan de aquí en delante, ya sea atacarme, ignorarme o amarme, me dará existencia, y entonces, habré ganado. Con todo y esto, me verán con mascara, tan sutil que creerán sólo verme a mí.

jueves, septiembre 22, 2005

Héroe de mil batallas

El comando azul se prepara, hace los últimos arreglos. Con arma en mano y el temor oculto en un oscuro rincón de sus corazones. El líder azul, héroe de mil batallas, da las últimas indicaciones a sus hombres, quienes no le quitan la mirada de encima. Algunos de ellos saben que no llegarán al final de la contienda, pero están tranquilos porque mientras estén en manos de su comandante, serán ellos quienes logren la victoria.

Sus oponentes, el equipo rojo, están enterados del inminente ataque. Esperan que se desate el infierno en la tierra. Su líder ha sido, en muchos asaltos, compañero del azul, ha estado a su lado en las más violentas escenas de valor y heroísmo y ha sido su brazo derecho en innumerables ocasiones. Ahora, rebelde y traidor, ha encabezado el movimiento de ataque con sus propios hombres. Está frente a frente contra su maestro y no teme. En esta ocasión el destino les tiene preparado una memorable lucha.

El momento de iniciar estaba próximo. Sólo era cosa de que uno de los bandos iniciara el ataque para que el contrario respondiera inmediatamente. Una de las reglas del combate es “dejar que el oponente haga la primer jugada”. Con eso en mente y la misma escuela en ambos lideres, nadie daba el primer paso. Fue la presión sobre los hombres, que se encaminaban a su destino final, lo que inició las agresiones sin esperar una orden de fuego.

Allá van los soldados al campo de batalla. Ya caían los primeros hombres. Jugada sorpresa: los enemigos sólo eran unos cuantos y custodiaban una base falsa. Movilización. “Cuiden sus espaldas” era la orden que se escuchaba entre los asustados soldados del equipo azul, que no dejaban de sentirse como acorralados ratones, ante el gato que asechaba en las sombras. Retirada de emergencia. Nuevo ataque sorpresa por el flanco derecho. Bajas considerables. Movimiento maestro: jamás practicado, jamás esperado.

Control de la situación al concluir retirada. Conteo de bajas. Se analizan las posibilidades. En la mente de cada hombre se ilustra la imagen de lo que vendrá. Otra regla de guerra es “tener el control de la batalla en todo momento”, lo que ya se había perdido. El enemigo, el renegado y sus hombres, llevaban la ventaja hasta ahora.

No iba a esperar más el siguiente asalto. Así que se jugaría el pellejo y la integridad del mermado escuadrón. Con sigilo avanzarían hasta la puerta de la guarida enemiga y ahí Dios decidiría de quién iba a ser la victoria.

Cautela. Cuidado con las sombras. Cuidado al voltear. La gloria no sería para los que perdieran la concentración. ¡Alto!. Demasiado silencio. Una de las estrategias es esa, el silencio, ya que desconcierta. La orden es “todos atentos”. Rodilla al suelo y arma lista. Esperar una señal. Ahí estaba, un crujido al frente. ¡Ataquen!.

Buen movimiento, resultó en cero bajas, dos rehenes que cuidaban un pequeño bunker con armas de repuesto y que revelaron información importante. El equipo contrario planeaba el ataque por otro punto, a sus espaldas; luego, rodearían y atacarían por éste lado. Valiosa información siempre que fuera verdadera. Se toman todas las precauciones, se revisa el arsenal obtenido, se dan las últimas órdenes.

Ataque sorpresa rojo, todo fue una trampa. Habían caído en una preparadísima emboscada. En vano pelear, la derrota era un hecho. Al final eran pocos los hombres en pié por cada bando. Lo siguiente era declarar la rendición y no se hizo esperar. El líder azul, héroe de mil batallas, se entregaba. Se dirige al centro del campo a ofrecer la mano a su mejor amigo, el nuevo héroe de la tarde.

No había rencores. Todo era felicidad por una tarde bien gastada. Mañana jugarían nuevamente a la guerra con globos de agua y tal vez, al hacer nuevos equipos, ellos estarían nuevamente codo a codo, aunque fuera otro quien guiara el asalto.

lunes, septiembre 19, 2005

Las Galletas

Empezaré por el principio.

Un día mi mamá decidió hacer galletas para darle a mi papá una rica merienda, no recuerdo bien, pero creo que era un día especial, porque mi mamá jamás antes había hecho galletas.

Salimos al mercado a comprar todos los ingredientes de la receta que encontró en el libro de la abuela. Recuerdo que había harina, leche, huevos y chispas de chocolate, entre otras cosas. Fue muy divertido ayudarle a hacer bolitas de la masa que sabía a azúcar y vainilla cuando estaban revueltos todos los ingredientes.

También me llamó la atención que todo lo fue midiendo. Una taza de esto, dos cucharadas de aquello, dos huevos, media barra de mantequilla y otro montón de cosas que las ponía en gotas o en puñitos, como la vainilla y el chocolate.

También le ayude a acomodar las bolitas en una charola, recuerdo bien que me dijo:

-No tan juntas porque se van a pegar. En el horno van a crecer un poco.

¡Y así fue! Después de una larga espera salían las primeras galletas horneadas por mi mamá. Yo quería comerlas de inmediato pero me dijo que aún no podía hacerlo.

-Están aún muy calientes y blandas. Debemos de esperara a que se enfríen y se endurezcan un poco.

Me puso una en un plato para que le soplara y así comerla más rápido. Después de casi desfallecer soplando por 10 minutos al fin me dijo que estaba lista, cundo comprobó su temperatura tocándola con un dedo.

¡Estaba lista! Después de tanta espera. Tome la galleta que ya no estaba tan caliente y la llevé lentamente hacia mi boca. Las chispas de chocolate parecían lunares en la cara un niño que se llegaba a dibujar con ellas sobre la galleta. La saboree en mi mente antes de darle la primer mordida y comprobar su exquisito sabor, ¡mmm...! Tenían un aroma delicioso que ya había descubierto desde que salieron del horno. Tantas ideas pasaron por mi cabeza en aquel viaje que la galleta hizo en mi mano desde el plato a mi boca, hasta que delicadamente la mordí y...

-¿Que pasa? –pregunto mi mamá- ¿Que tiene de malo?.

-Esta muy dura, no puedo morderla –fue mi contestación-. ¡No puedo arrancarle un solo pedazo!

Y tratamos los dos de hacerlo. Lo intentamos con las manos y tampoco pasó nada. Mi mamá entonces tomo un cuchillo y logró partir en dos una de las galletas de la charola.

-¡Válgame Dios, se me quemaron! –Fue la respuesta que mi mamá dio al comprobar que la parte de debajo de las galletas estaban un poco ennegrecidas-. Tal vez tuve un error en el tiempo que debían estar en el horno.

En realidad recuerdo que fueron dos los errores, el tiempo y la temperatura. Una vez corregidos los cálculos se apresuró a hacer más mezcla de ingredientes, esta vez no lo hizo tan tranquila como la primera, de hecho lo hacia tan a la carrera que casi y se le va el huevo con todo y la cáscara al tazón donde batía todos los ingredientes. Si puso todo o si lo puso bien, no me di cuenta.

Volví a ayudarle en la elaboración de las bolitas que no debían ser muy grandes ni muy chicas y debían estar, en la charola, retiradas una de otra ya que, como había comprobado, las galletas crecían un poco. Ajustó el horno e introdujo la charola.

En ésta ocasión me pareció muy poco el tiempo que estuvieron horneándose comparado con la larga espera de la primera vez. Al retirarlas mi mamá del horno nos dimos cuenta que ahora las galletas no habían crecido mucho y, peor aún, seguían teniendo un poco la forma de bolita que cuando las metió. Las devolvió al horno y aumentó un poco la temperatura y a la vuelta de unos minutos volvió a asomarse para vez cómo iban.-Ya mero, ya mero.Creo que ella estaba tan mortificada como yo, pero hacía que pareciera que no era así. Yo también traté de que mi curiosidad por cómo estaban marchando las cosas no se notara tanto, para no ponerla nerviosa.-¡Ya están listas! –dijo entusiasta mientras retiraba la charola del horno y las galletas iban a parar al platón nuevamente. Volvió a colocarme una para que soplara y tuviera la segunda primicia.-Están suaves –le conteste al ver en sus ojos la duda- pero saben un poco raras -mentí, sabían espantosas.Lo comprobó mordiendo la galleta que había enfriado a pulmón y su cara también fue de repulsión.

-Olvidé ponerles azúcar, claro que saben raras –después de todo las mamás saben que la dieta de un niño esta basada en 90% azúcar y 10% tamarindos–. Y todo por hacerlo tan a la carrera.

Iba por el tercer intento. No dije ni una palabra, hice mi tarea de las bolitas con suma precisión y confianza en lo que hacia, después de todo ya tenía bastante experiencia. La miré hacer nuevamente la mezcla de ingredientes tan paciente y correctamente como en la primera ocasión, y la vi esperar al lado del horno poniendo mucha atención al reloj de la cocina y a la temperatura del horno.

Aquella tarde dio como fruto las galletas más deliciosas que he probado, sabían a vainilla y chocolate y tenían la textura perfecta. Aún ahora, después de muchos años de haber pasado esa tarde con mi madre en la cocina me agrada disfrutar de sus galletas. A mis hijos también les encantan las galletas de su abuela. Para ellos mi madre lleva toda la vida en la cocina y hace cosas deliciosas. Las navidades más sabrosas las hemos pasado comiendo esas galletas.

Recuerdo esta historia de la galletas más frecuentemente de lo que cualquiera creería.

La vida se parece a una tarde en la cocina horneando galletas. Tal vez al principio las cosas te salen mal cuando no pones atención o cuando no calculas bien lo que haces. A veces las cosas no salen bien cuando las haces a la carrera. Pero con paciencia, dedicación y experiencia la vida te parecerá dulce, deliciosa, placentera y la recordaras con nostalgia. Como yo con las galletas de mi madre.

cuatroMILañosENA&yo

El 15 de septiembre es el arranque de una temporada de festejos que dura más de un mes. Principiando con el grito de dolores, y el tradicional desfile de la mañana siguiente, las actividades continúan con motivo del aniversario de la fundación de nuestra ciudad de Monterrey, las cuales, inteligentemente, inician en pleno puente de independencia.
Las actividades del festejo de los 409 son meramente de entretenimiento. Se cocina el macro taco y se invita a toda la ciudadanía a disfrutar de espectáculos infantiles y música en vivo, mientras, en palabras del alcalde, el señor Ricardo Canavati, “hay que darle en toda la torre” a las dos toneladas de carne y veinte metros de tortilla de maíz.
Hablaría de lo poco que me gusta este estilo de la actual administración municipal, que prepara festejos para el populacho y promueve poco la cultura, pero me distraería del punto al que quiero llegar. Sólo una cosa tiene rescatable ésta semana y ésa es la Feria del Libro, de los libreros del Distrito Federal, que se instalará en la plaza Hidalgo de la zona rosa.
Los eventos culturales de literatura inician en octubre. Del día seis al nueve se efectuará el Décimo Encuentro Internacional de Escritores en la ciudad. El mismo día que termina, inicia la Feria Internacional del Libro, en Cintermex, auspiciada por el Tec de Monterrey. Lo bueno de todo esto es que se presentan escritores que comparten sus opiniones con respecto a diversos temas, exponen sus obras y hasta dan consejos a jóvenes lectores y escritores. En la feria hay talleres muy atractivos para quienes pretenden escribir o bien perfeccionarse en ello.
Pero inicié este comentario dejando lo mejor para el final. A diferencia de cada día 23 de mes, en octubre cumplo un año más de estar al lado de mi futura esposa. Aún recuerdo cuando la conocí y el miedo que me daba acercarme a ella. En octubre también festeja su cumpleaños. Es la única temporada del año en la que hablar de su edad no lo toma como agresión, a pesar de que aún no olvida la frase que acuñé el año pasado. Para mí, su cumpleaños es la fecha más esperada y pareciera que el destino le prepara una gran fiesta municipal con todo el calendario de eventos. Nuestro aniversario, por desgracia, solo hace que me mortifique acerca de lo rápido que el reloj camina. Mes a mes me veo en las mismas condiciones, o bien, sólo me muevo a otra condición tan mala como la que dejo. Estoy estancado. Me mortifico.
Pero según mi calendario son días en los que económicamente me va a ir bien, y el tarot de t1msn dice que le eche ganas. Qué lastima que no creo en esas cosas.

martes, septiembre 13, 2005

Un frío de gatos

Era la noche más fría que había pasado nunca fuera de casa, y no podía regresar, ya que ni siquiera sabía donde se encontraba en aquel momento. Justo ahora, cuando mas necesitaba de aquel cálido rincón que encontraba en su sofá preferido, la pobre gatita se sentía perdida, no sabía a donde o qué tan lejos la habían llevado dentro de aquella maleta.
No había nada familiar a su alrededor. De haberse encontrado en el vecindario hubiera dado con su casa guiándose por los aromas. El aroma de la pescadería le hubiera dicho que se encontraba hacia el sur de su hogar, los olores a vegetales aplastados en la calle que suelen encontrarse fuera del mercado la hubieran orientado para volver a casa dando vuelta en la esquina, pero ninguno de esos aromas se percibían en el ambiente.
Se encontraba decidida a abandonar la búsqueda y encontrar un mejor lugar para pasar esa tan dura noche. La labor de parto inició dentro de una caja de cartón a la orilla de la banqueta que hacía las veces de basurero. Ya era la mitad de la noche y seguía circulando por la banqueta la mar de gente que gritaba y se empujaba atemorizando a la pobre gatita que no había tenido más suerte que ir a parar a los pies de la muchedumbre.
Ella, que lo había tenido todo en aquella casa que ingenuamente seguía llamando “mi casa”, sin saber que los ocupantes de aquella ya no la contaban entre ellos. Se habían desecho del animalito, metiéndola en una maleta de viaje y arrojándola cuando consideraron estar suficientemente lejos. Su pecado era ser madre. Nadie quiere a una gatita cuando se convierte en “fabrica de gatitos”. Aunque ella hubiera sabido que la echarían de casa, no hubiera evitado el convertirse en mamá. Para empezar, amaba a papá gato; además, tenía muchos deseos de tener sus propios gatitos. El tropel de gente se había reducido a unos cuantos serios hombres que caminaban a prisa sin mirar abajo. Ya habían nacido cuatro criaturitas para ese momento y pasaron las últimas horas de la noche tiritando de frío, ella más que ellos, ya que les servia todo lo posible de abrigo.
-Mis chiquitos – les decía la mamá gatita a sus pequeños– tal vez vuelvan por nosotros. No seria así; en casa ya era asunto olvidado. A nadie le importaba si tuvo frío o si sus gatitos fueran hermosos, o sus colores. Y la verdad es que se perdieron de conocer a cuatro hermosas bolitas de pelo, tres de ellos parecidos al papá y solo uno a su mamá. Todos machos, ni una sola hembra en la camada. Aún con sus ojos cerrados y peleando para estar mas cerca que el otro de su mamá.
El sol aún no salía y las preocupaciones de mamá gata seguían creciendo. Ahora se mojaba debido al sereno y eso la helaba. Hubiera podido aguantar mas aún, todo por sus hijitos, la fuerza de voluntad de las madres es mas grande que cualquier cosa en el mundo, es el amor de Dios mismo el que entregan y el que las hace entregarse.
Comenzó a caer nieve, mamá gata ya no soportaba mas; pensaba en el frío que debían estar pasando los pequeñito al ser alcanzados por algunos copos de nieve y les veía templar y se estremecía de impotencia.
-Tal vez solo vendrán por ustedes –les decía con una voz apagada mientras los relamía para darles mas calor– estoy segura que serán buenos, se parecen tanto a su padre. Los amo, mis gatitos, ustedes son toda mi vida. -y con esas palabras se tendió en ellos para abrigarlos lo mas posible y la vida se le esfumó en un trepidante suspiro al momento de salir el sol.
Los rayos del sol cayeron sobre todas las cosas derritiendo la nieve y convirtiéndola en agua muy cristalina que bañó todos los techos y las calles, lavó las hojas de las plantas y acarició las flores. Pero a mamá gata ya no la calentó.
Muy temprano un hombre pasaba camino a su trabajo, apenas y había salido de su casa varios metros atrás y fue el primero en observar la tragedia que la noche anterior había contado aquella caja de cartón al lado de la banqueta. Su primer pensamiento fue de tristeza y de dolor, pensando que debió haber muerto ese pobre animal de frío, cuando la pudo haber pasado en su casa. Derrepente un sonido apenas audible le hizo detenerse por completo con la esperanza de encontrar vivo al animal. No saben lo mal que se sintió al cargar al animalito muerto, ya frío tal vez desde hacia un buen rato, aunque la nostalgia se vio apaciguada al contemplar a los cuatro mininos que temblaban y trataban de ocultar sus rostros ciegos a los rayos del sol; la primera clase de luz que veían en toda su vida.
El hombre rápidamente envolvió a los gatitos en su chaqueta, y desanduvo sus pasos veloz para internarse en su hogar, una casa caliente y seca, todo lo contrario a lo que los gatitos habían conocido hasta entonces.
-Amor! Ven rápido a ver lo que tengo –gritó el hombre al entrar y poner su chaqueta en la mesa–. No lo vas a creer.
Su esposa al entrar a la habitación ya había escuchado los leves sonidos emitidos por los gatitos recién nacidos que se peleaban entre ellos por ocultar sus caras entre los cuerpos de sus hermanitos.
-Que suerte, cielo. ¿Dónde los encontraste? –pregunto la mujer muy impresionada.
-No me lo vas a creer, me los encontré aquí afuera, la gata que los parió esta ahí, muerta de frío, en una caja de la calle.
En efecto: era mucha suerte; porque apenas la noche anterior la hija menor del matrimonio le había comentado a su padre que lo que ella deseaba era un gatito. El hombre la había tratado de persuadir diciéndole que era mejor una muñeca, o que pensara en lo divertido que sería jugar con sus amiguitas con un juego de té nuevo. Pero la niña estaba decidida en que quería un gatito, incluso le había comentado que sin importar el color ella le llamaría “garritas”.
El plan estaba trazado, después de trabajar hasta medio día, como se acostumbra hacer el día de noche buena, tendría que conseguir una veterinaria abierta y con un gatito en venta, porque si no, entonces se vería en grandes apuros. Vaya si es complicada la suerte, "porque debía ser suerte", pensaba la esposa.
-Suerte no, amor. Estos gatitos al igual que su mamá los puso aquí Dios, eso no lo dudes. Él escucho lo que quería nuestra hija y nos concedió éste milagro, que mala suerte que no me asomé a la calle antes, porque ahora estarían con su mamá estos pobres. Míralos, tan chiquititos, no llevan ni doce horas de haber nacido.
-Oye cielo, pues hay que hacer algo con ellos hasta la noche o nos van a delatar –dijo la señora pensando en que debían de ser una sorpresa para esa misma noche
-No, estos animalitos necesitan que los cuiden inmediatamente o se van a morir de hambre. –dijo el hombre a su mujer pensando en un plan que solucionaría todos los problemas–. Ve y despierta a los niños. Diles que vengan.
La mujer entró a una habitación y al regresar lo hacía con un muchacho y una pequeña niña aún con cara de dormidos. Al escuchar los maullidos sobre la mesa abrieron tanto los ojos que el sueño desapareció de sus caras.
-Mira, hijita. –se dirigió el padre al menor miembro de la familia- Se adelantó Santa Claus, dijo que si los dejaba para la noche ya iban a tener mucha hambre, que como va a andar muy ocupado pues hizo una excepción con tu regalo ya que haz sido tan buena todo el año, y en vez de un gatito, te trajo cuatro.
Los ojos enormes de la niña hacían juego con su cara ancha por la gran sonrisa que tenía. No podía creer que fuera tan extraordinariamente premiada. Mira que Santa Claus romper su itinerario por ella, y además traerle cuatro veces lo que ella había pedido le parecía un sueño. Ahora no le parecían una carga difícil de llevar todos aquellos días que se portó bien, ayudo a su madre en la casa, sacó buenas calificaciones y todas esas travesuras divertidas en las que no había participado, todo eso era poco y era justo a la vista de tan grandioso obsequio. De pronto, la felicidad se borro de su rostro y un semblante de desconcierto apareció, las cejas se enarcaron, la boca se frunció. Había algo mal en todo aquello.
-¿Qué pasa, hija?. ¿No te gustan tus gatitos? –pregunto la mujer muy nerviosa.
-No, no es eso –contestó la niña–. Es otra cosa, es que yo había pensado...
Lo que se temían los padres estaba a punto de suceder, tal vez pensaría la niña que era un engaño por parte de ellos y que todo eso del premio a su buen comportamiento era un cuento inventado en el ultimo segundo.
-¿Qué cosa?. ¿Qué habías pensado? –preguntaron cada uno con un nudo en la garganta.
-Yo había pensado en el nombre de uno solo. Ahora. ¿Cómo le pondré a los otros tres?
Es indescriptible la cara de alivio que reflejaron los padres al escuchar completa la frase que tanto miedo les había producido. Inmediatamente empezaron a sonar las carcajadas por parte de todos los miembros de la familia.
-Puedo ponerle yo nombre a uno –dijo el hermano mayor–, mamá a otro y papá a uno más y problema resuelto.
-Esta bien, cada quien le pone nombre a uno. Este diferente a todos se llamará “garritas” –dijo la niña cogiendo de entre todos al que se parecía a la mamá gatita.- Pues bienvenidos todos a la familia –anunció el papá cogiendo a uno mas mientras pensaba el nombre que le pondría–. Y Feliz Navidad!
-Esta es la mejor de las navidades que he pasado –dijo la pequeña niña mientras todos sonreían y cargaban a los nuevos integrantes de la familia entre sus brazos.
Esa fue la pirmer navidad de los cuatro recien nacidos, y la mejor para mamá gatita, que había estado contemplando todo desde el cielo y se alegraba mucho de que sus hijitos estuvieran tan en buenas manos.

La tortuga y la serpiente

Una tortuga que a campo abierto el sol tomaba se burlaba de la incómoda posición en la que la serpiente en una rama descansaba.
-¡Cuántas vueltas debes darte en esa rama para no caerte! Seguramente no descansas.
-Tal vez mi pose es incómoda, pero gozo de más tranquilidad que tú al descansar.
-No entiendo tu tranquilidad, hermanita: -le contestó la tortuga- no tienes caparazón para ocultarte y no tienes patas para caminar. Me parece que cualquiera te confundiría con una enredadera.
En ese momento un caballo que pasaba pateó a la tortuga y la dejo boca arriba mientras decía:
-¿Cómo habrá llegado esta piedra tan grande a la mitad del camino?
La tortuga, al no poder enderezarse, pedía ayuda a la serpiente.
-Ayúdame o me ahogaré. Baja y dame vuelta.
-Nada puedo hacer por ti, hermanita. -contestó la serpiente- No tengo patas, ¿lo olvidas?. Ahora... permíteme hacerte una pregunta: ¿Aún crees que soy más débil que tú?.
-No, ya no.
Y la tortuga murió.

La mosca y las frutas

Cierta mosca que se alimentaba del dulce de la fruta se detuvo a pensar en la cantidad de frutas que en su vida quería llegar a probar. No podía faltarle en su lista la sandía, aunque no fuera mucho lo que se fuera a comer de ella, consideraba que la debía probar. La fresa: esa exótica y llamativa fruta silvestre estaba en su lista, al igual que la uva, el plátano, el kiwi (aunque solo había oído hablar de él y no mucho, de hecho una vez nada más y no escuchó de qué se trataba, pero como lo escuchó de otra mosca debía entonces tratarse de una fruta) y una cantidad de frutas muy extensa.

Despreciaba alimentarse ya solo de naranjas o piñas, que era lo único que había probado en su corta existencia. Desdeñaba igualmente las frutas simples, según su parecer, como la toronja o la manzana. Guardaba sus ansias y su hambre para aquellas frutas que estaban en su lista. Aún y cuando ni viéndolas las pudiera reconocer las buscaba con afán.

Otra mosca más vieja, esto es, con dos días más de vida que la primera, le comentó que en su juventud, que significaba tres días atrás, escuchó que las frutas exóticas son de temporada y eso quería decir que tardaría en haber en el mercado, que era donde las moscas volaban. Y así, decidió alimentarse de naranjas y manzanas, pero les comentaba a las otras que lo hacia solo en espera de aquellas que se había puesto como máxima.

Fue varios días después cuando la mosca cayó muerta, no aplastada como suelen morir la mayoría, sino de vieja, ya que la vida de las moscas es muy corta.

Lo mismo les pasa a algunos hombres que viven esperando mejores tiempos y desprecian lo que el presente les brinda.

El burro y la flauta

Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad.

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

«iOh! —dijo el borrico—,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

Tomás de Iriarte
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Una vieja ardilla ciega les mostraba a un grupo de animales lo buena que era para reconocer los sonidos.

Pasaba por el camino una sigilosa zorra y con el simple movimiento de sus patas la ardilla la reconoció, luego una cabra e igualmente fue reconocida, y así sucedió con la paloma, el águila y la tortuga.

En ese momento venía por el camino que atraviesa el bosque un burro. Era un burro muy especial, pues tanto había vivido en el pueblo, entre los hombres, que había empezado a bailar; no lo hacia muy bien pero lo intentaba.

En el camino había un árbol que daba sombra y descanso a los viajantes en el cuál varios días atrás un muchacho había olvidado sobre una roca su flauta.

El burro, que conocía el paraje perfectamente se detuvo a descansar a la sombra del árbol. Él no estaba cansado, pero como siempre que alguien lo jalaba se detenía en ese mismo lugar, lo hizo por costumbre.

Cuando miró la flauta fue hasta ella y la reconoció como el objeto que los hombres se llevan a la boca para imitar el canto de las aves. Intentó hacer lo mismo, ya que se sentía muy educado; pero de un mordisco la rompió y ni una nota pudo sacarle. Sintiéndose apenado (la pena no es natural de los burros pero éste la aprendió de los hombres) se apartó apresurado temiendo que alguien lo viera (desde luego, solo le preocupaban los hombres y no los animales del bosque).

- Eso -dijo la ardilla- fue un burro

Al presenciar esto, el grupo de animales se dirigió a la vieja ardilla ciega diciendo:

- Y nosotros pensábamos que ya lo habíamos visto todo.

A lo que la ardilla les contestó:

- Yo también viví entre el hombre y muchas cosas aprendí. Pero no me dejé deslumbrar por las costumbres de ellos, sino que aprendí a leer. Esta actividad de los hombres los hace crecer por dentro aún cuando por fuera se empiecen a encoger -claro que ningún animalito de los presentes entendió-. Así fue como me acabé mi vista. Pero con todo lo que aprendí leyendo puedo asegurarles a ustedes que lo que le ha sucedido a este burro fue lo mejor que le pudo haber pasado. Por el bien de su ego, desde luego.